Juan Pablo Colmenarejo | 01 de diciembre de 2020
Inés Arrimadas ha visto cómo el PSOE vuelve a sacarla de la ecuación del acuerdo. Sánchez solo negocia con Iglesias. Como recuerdo le queda el haber quitado una careta al presidente del Gobierno.
Albert Rivera quiso sustituir al PP. Su proyecto acabó mal. Un errado diagnóstico y un empacho de encuestas lo despeñaron. Después de las elecciones autonómicas en Cataluña (diciembre, 2017), tras la sedición del golpe independentista no frenado a tiempo por el Gobierno Rajoy, el relevo en el centro derecha español aparecía bien claro en los sondeos de opinión. Las estimaciones de los sociólogos pusieron los dientes muy largos al líder de Ciudadanos. Rivera salía ganador, el más votado, por delante del PSOE y del PP.
Los dirigentes actuales del Partido Popular recuerdan -de vez en cuando para que no se olvide- que a las alturas de febrero de 2018 esas eran las expectativas del partido presidido entonces por Rajoy. Y que Vox, como el propio Rajoy reconoció públicamente después, ya estaba en el radar de las encuestas. Rivera venía de pactar con Rajoy (elecciones generales de junio de 2016, medio año después de las anteriores). En ambas, el PP y Ciudadanos sumaron por separado once millones de votos. Que tomen nota los que predicen una alianza del PP con Vox. Ni los siete millones novecientos mil votos del PP de Rajoy sumados a los tres millones cien mil del Ciudadanos de Rivera fueron suficientes. A seis de la mayoría absoluta. El PSOE tuvo que echar a Pedro Sánchez para que hubiera un Gobierno en España que ya se sabe cómo acabó, mal y ahogando las penas en un reservado hostelero. Un partido con más del 40 por ciento de los votos gobierna en solitario. Tres siglas distintas obtienen un porcentaje similar o superior entre las tres, pero el poder, para Sánchez con Iglesias con el apoyo de Oriol Junqueras y Arnaldo Otegui.
Albert Rivera pudo ser todo y no hay que descartar que vuelva, no para liderar un proyecto, pero sí para formar parte de otro con un papel muy diferente. Dimitió tras perder 47 de los 57 diputados obtenidos en las generales de abril. Poco se ha puesto en valor un hecho, la dimisión tras una derrota, infrecuente en la llamada nueva política española. Rivera autoliquidó su proyecto. Entre los errores cometidos no hay que olvidar la negativa de Inés Arrimadas a intentar la investidura en Cataluña.
Por supuesto que era una votación perdida, pero el gesto de hacerlo resultaba imprescindible para dar voz al millón cien mil catalanes que con su voto frenaron al independentismo, ganaron las elecciones (diciembre, 2017). Aquel caudal se fue al mar y la factura está sin pagar. Se verá en las próximas elecciones autonómicas en Cataluña. Arrimadas es corresponsable de aquella decisión, que a largo plazo tiene consecuencias para la percepción de la utilidad que para los votantes tiene un partido político. La actual líder de Ciudadanos tiene derecho a su proyecto, aunque no debe olvidar que formaba parte del anterior con el resultado ya recordado. Desde el comienzo del estado de alarma, Arrimadas tomó la decisión de acercarse al Gobierno en un intento por diferenciarse del PP, con el que gobierna en cuatro comunidades autónomas.
El paso se hizo más largo con una negociación de los presupuestos que tenía un final muy predecible pululando el vicepresidente Iglesias de por medio. Aunque Arrimadas tiene el derecho a equivocarse otra vez, como en la frustrada investidura, las evidencias han podido con su intento de ser útil con quien no ha tenido nunca interés en su propuesta. Sánchez solo negocia con Iglesias. De este envite de Ciudadanos, solo sale perdiendo el propio partido de Arrimadas. La alianza del PSOE con Podemos y, a su vez, la de Iglesias con ERC y Bildu es a largo plazo. Lo que estaba haciendo Arrimadas les daba igual. Pero como en el caso de Rivera ha sido su decisión. Saca como recuerdo haber quitado una careta a Sánchez, que no es poco, pero queda a título de inventario.
No habrá candidatura única del constitucionalismo en Cataluña. Inés Arrimadas, como en 2017, cierra la puerta al pacto y ataca al PP, partido que les permitió una representación en el País Vasco.
Hay 26 capitales de provincia, una de ellas Madrid, y media docena de Gobiernos regionales en los que Ciudadanos tiene la última palabra.