Juan Milián Querol | 02 de septiembre de 2020
Pedro Sánchez chantajea a los ayuntamientos, a las autonomías. Chantajea a Ciudadanos por una foto. Y chantajea a la sociedad civil con unos fondos europeos que él controlará para aniquilar toda crítica.
La única propuesta de Pedro Sánchez es que todo el mundo apoye a Pedro Sánchez. En su discurso ante banqueros y directivos de grandes empresas, el presidente del Gobierno no mostró más proyecto que el del unánime acatamiento de los designios de su persona, siempre tan variable como el baile de consignas monclovitas. Ya no «salimos más fuertes». La segunda vez tampoco se podía saber. Pero «España puede», aunque no explique ni el qué, ni el cómo. En resumen, Unidas Podemos algo. El contenido era tan vacío que la fotografía se mostraba claramente como una indisimulada maniobra para presionar a la oposición, especialmente al Partido Popular. Y es que, tras sus largas e inmerecidas vacaciones, Sánchez exige ahora a todos que lo rescaten.
Estamos ante el curioso caso del liderazgo de Sánchez. Llegó al poder con el empleo en curva ascendente, y con un separatismo catalán renqueante al haberse disparado la bala de plata de la DUI en el pie. El presidente nunca ha tenido una gran visión de España, pero sí una gran ambición para sí mismo.
En este sentido, podría haber sido un líder transaccional, ese que se limita al intercambio de favores, tratando de no dilapidar con excesiva rapidez la recuperación económica, mientras alimenta a los diferentes círculos de identidades compartimentadas. Sin embargo, el contexto pandémico acabó por exigir algo más del Gobierno de la nación. España necesitaba un líder que no se dedicara a la propaganda de la mentira, ni a la subvención de la división. Él sí debía arrimar el hombro, pero no quiso o no supo salir de los planes de guerra subcultural que trazaban sus maquiavelitos.
Claro que España puede, sin lugar a dudas. La pregunta es si él puede. pic.twitter.com/HuYzubtQEi
— José Luis Martínez-Almeida (@AlmeidaPP_) August 31, 2020
La pandemia es el tipo de crisis que puede despertar liderazgos transformacionales, aquellos que saben unir a toda una sociedad en torno a un fin común. Son liderazgos que, fundamentados en profundos valores, elevan las motivaciones y trascienden el interés particular. Es el caso, sin ir más lejos, del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, cuya ejemplaridad ha sido aplaudida hasta en las antípodas ideológicas. Sánchez, sin embargo, se quedó en un burdo intento. Buscó la apariencia de estadista en aquellas sabatinas comparecencias que no amenizaban, precisamente, el confinamiento. Nos endilgaba una retórica pretendidamente churchilliana que, en realidad, no superaba a unas cuantas citas de manual de autoayuda mal hilvanadas.
En ese mismo contexto económico y epidemiológico, y con un Gobierno similar, una coalición de izquierdas de diferentes tradiciones, Giuseppe Conte sí se ha acercado a este tipo de liderazgo. El primer ministro italiano nunca había mostrado una gran ambición política; tampoco nadie esperaba mucho de aquel anónimo profesor de Derecho que había sido elegido para no eclipsar los populistas egos de Luigi Di Maio y Matteo Salvini. Llegado el momento, Conte no escondió la dureza de la situación y, desde el principio, planteó reformas concretas para ayudar a los sectores más golpeados por la pandemia como, por ejemplo, el turístico. A diferencia de un Sánchez impasible ante el dolor de una nación, Conte escuchó y ofreció.
Mientras el italiano sensibilizaba a sus conciudadanos contra el virus, el Gobierno de Sánchez hacía lo propio con los españoles, pero contra las autonomías, contra la oposición, contra la monarquía, contra la Justicia e, incluso, contra la propia ciudadanía. Se pueden comparar actualmente las curvas de contagios de ambos países para comprobar la enorme irresponsabilidad del Gobierno del PSOE y Podemos, que ciertamente ha promovido una recuperación en forma de V, pero solo en los rebrotes.
Sánchez seguirá cacareando el mantra de la unidad, pero unidad para qué. ¿Unidad para la nada? ¿Para cerrar la boca y aplaudir la peor gestión de la pandemia de todo Occidente?
El teórico del poder blando y profesor de Harvard, Joseph S. Nye Jr., explica en el libro Las cualidades del líder que el «buen liderazgo no consiste solo en inspirar a la gente mediante una visión majestuosa: también supone crear y mantener los sistemas y las instituciones que permitan una aplicación eficaz y moralmente correcta de esa visión». Si la visión majestuosa era la de superar la pandemia con el menor daño posible, Sánchez es el antilíder.
Ha vuelto a cometer todos los errores de la primera oleada: negación de la realidad, falta de preparación y externalización de responsabilidades. Aunque, quizás, a sus ojos todo sean aciertos, ya que una sociedad dependiente no obstaculiza el alcance del poder, su única obsesión. Por eso ha carcomido todas las instituciones del Estado sin escrúpulos. Por eso los negacionistas del coronavirus solo tienen que ir a la hemeroteca para hallar declaraciones gubernamentales que avalen sus locuras.
Sin valores, ni visión, Sánchez es incapaz de liderar una sociedad hacia el bien común. Así, se limita a ser el líder en chantajes que apuntalen su «larga y fructífera» legislatura. Chantajea a los ayuntamientos por sus remanentes. Chantajea a las autonomías con su inhibición. Chantajea a sus aliados con la presunta corrupción. Chantajea a Ciudadanos por una foto. Y chantajea a la sociedad civil con unos fondos europeos que él controlará para aniquilar toda crítica. Tratará de chantajear a Pablo Casado. Si no me apruebas los presupuestos, demostraré que no tienes humanidad, le vendrá a susurrar. Pero qué presupuestos, le podrá preguntar el popular, si no hay más que humo. Sánchez seguirá cacareando el mantra de la unidad, pero unidad para qué. ¿Unidad para la nada? ¿Para cerrar la boca y aplaudir la peor gestión de la pandemia de todo Occidente? ¿Qué presupuestos? Si van a ser fruto de la conjunción entre Podemos y el Ibex, las clases medias estarán definitivamente en peligro de extinción. Y España no puede aceptar ese chantaje.
Pedro Sánchez sigue impartiendo lecciones y negándose a un diálogo sincero con quienes le han aprobado hasta ahora las prórrogas del estado de alarma. Ha tendido tantas trampas que ya no puede moverse sin pisar una.
En España nos burlamos de la lejía de Donald Trump y las bravuconadas de Bolsonaro han llenado páginas de periódicos, pero el Gobierno de Pedro Sánchez desaconsejó claramente el uso de mascarillas.