Pilar Marcos | 02 de septiembre de 2021
El conglomerado de infinitas siglas que tuvo a ETA como estandarte y símbolo de terror mantiene intacto su proyecto político y vuelve a ser capaz de movilizar a un número no desdeñable de personas para jalear a unos asesinos que recibe como héroes.
¿Quién podía pensar, hasta hace nada, que se pudieran celebrar en España homenajes a la Unión Soviética y a Stalin sin ser objeto de mofa general? Pues este verano se han celebrado, y para aplaudir al totalitarismo. Eligieron para su festejo el 23 de agosto, el día que la Unión Europea fijó para el recuerdo de las víctimas del nazismo y el estalinismo porque fue en esa fecha de 1939 cuando los regímenes nazi y soviético firmaron su pacto de no agresión Molotov-Ribbentrop.
En la mañana del lunes 23 de agosto, unos -supuestos- visitantes del Ayuntamiento de Valencia desplegaron, en la fachada del Consistorio, una pancarta con el mensaje ¡Viva Stalin! con la foto del genocida. Los que allí mandan (PSOE y sus socios) han restado relevancia al homenaje: que fueron unos espontáneos, que la pancarta estuvo poco tiempo desplegada, que es una anécdota… En definitiva, que tampoco es para tanto.
Esa misma mañana salió de la prisión de Basauri el etarra Agustín Almaraz, tras cumplir 25 años de condena por los asesinatos de Emilio Castillo, Rafael Leiva, Domingo Durán y Ángel María González. Almaraz lucía una camiseta roja en la que destacaban, en grandes letras, las siglas CCCP, es decir, URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), jalonada por la hoz y el martillo. Con esa misma camiseta (u otra idéntica), Almaraz participó en la celebración de su excarcelación por la tarde, en un Ongietorri que tomó forma de Pasacalles por el barrio bilbaíno de Santutxu.
Una camiseta cualquiera de su fondo de armario. Una anécdota. Tampoco es para tanto. Ya. No tiene más relevancia que la constatación de que ETA, incluso oficialmente autodisuelta, mantiene sus objetivos de república socialista y euskaldún para su gran Euskal Herria. No tiene más trascendencia que la demostración de que el conglomerado de infinitas siglas que tuvo a ETA como estandarte y símbolo de terror mantiene intacto su proyecto político, y -lo que es casi peor- vuelve a ser capaz de movilizar a un número no desdeñable de personas para jalear a unos asesinos que recibe como héroes.
La decisión de mantener el proyecto político quedó fijada por escrito en los comunicados de cese definitivo de la violencia, el 20 de octubre de 2011 (en la precampaña de las elecciones de ese año), y en el de disolución de la banda, el 3 de mayo de 2018, tres semanas antes de la moción de censura a Mariano Rajoy.
Ambos, como tantos anteriores, concluyen con su conocida proclama en euskera destacada en mayúsculas: «Gora Euskadi askatuta. Gora Euskadi sozialista. Jo ta ke independentzia eta sozialismoa lortua arte». Es decir, que la independencia y la imposición del socialismo seguían siendo los objetivos por muy disuelta que quedara ETA. Y no un socialismo cualquiera, no: el que se ensayó en la Unión Soviética (la CCCP de la camiseta del etarra Almaraz) y se homenajeó por nostálgicos del totalitarismo estalinista el 23 de agosto en el balcón del Ayuntamiento de Valencia.
En el texto de disolución que leyó Josu Ternera en mayo de 2018 lo explicaba con toda claridad también en español: «En adelante, el principal reto será construir un proceso como pueblo que tenga como ejes la acumulación de fuerzas, la activación popular y los acuerdos entre diferentes, tanto para abordar las consecuencias del conflicto como para abordar su raíz política e histórica. Materializar el derecho a decidir para lograr el reconocimiento nacional será clave. El independentismo de izquierdas trabajará para que ello conduzca a la constitución del Estado Vasco».
Los ongietorri a los presos, en sus variadas expresiones, son una reivindicación de ese mandato final de ETA. Son un «¡ongietorri, ETA!». No solo son un homenaje, con respeto, afecto y admiración, a los que asesinaron en su nombre. Ni son únicamente un acto de reverencia a los fines del terrorismo por la vía del festejo de la vuelta a casa de quienes perpetraron sus medios. Son, antes que todo eso, una precisa medida de cómo va la «acumulación de fuerzas», con la «activación popular» de familiares, amigos y conocidos de los presos etarras. Son una forma de «construir pueblo» y de demostrar que el «independentismo de izquierdas» sigue el mandato final de ETA.
Ha dicho Arnaldo Otegi -el «hombre de paz» de Zapatero– que los ongietorri a los presos no pretenden humillar a las víctimas. ¡Claro! ¿A quién le importan las víctimas? ¿Qué más da su dolor? Aún más, les dice Otegi que si alguna se sintiera humillada la culpa la tendrían los medios de comunicación por difundir esas fiestas privadas… Posiblemente -sostiene Otegi- las difundan para perjudicar al PSOE de Pedro Sánchez: el «acuerdo entre diferentes» goza de espléndida salud. También sugiere, a quien no le gusten los ongietorris, que no mire la tele, que nadie le ha invitado. Y avisa contra otra violencia, la que pandilleros, maras y otros indeseables están desplegando con frecuencia creciente por todas partes -también en su querida Euskal Herria- sin más propósito que grabar las agresiones para difundirlas en sus redes sociales como exhibición de fuerza bruta.
Esta última parte, la dicotomía entre violencias buenas y malas, es especialmente interesante para el «ongietorri, ETA» que subyace en todas estas celebraciones. Justo antes que Otegi, en Naiz, un pensador de cabecera de ese mundo, Iñaki Egaña, dedicó un artículo a la «violencia poligonera». Ésa es la mala, la que ahora está «de moda», frente a la buena violencia política. En la censura que Otegi y Egaña hacen contra la «violencia poligonera» hay una conclusión implícita: existe una pulsión violenta en algunas personas, singularmente jóvenes, que puede ser dirigida hacia un fin superior o -como ahora- ser padecida, con toda su crueldad, sin motivo ni propósito. ¡Aún va a haber que darles las gracias!
El agradecimiento mayor, o el más claro ¡ongietorri, ETA! es el que están preparando para este 18 de septiembre en Mondragon en homenaje a Henri Parot, el sanguinario autor del atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil en 1987 en Zaragoza (11 muertos, seis de ellos niños) y que cumple condena por un total de 39 asesinatos.
A Parot no pueden organizarle un ongietorri de salida de la cárcel porque aún le quedan muchos años de prisión. Por eso homenajearle, reclamar su puesta en libertad con un acto que ese mundo intentará masivo, es la forma más explícita de homenajear a la banda terrorista. De medir la «activación popular» y la «acumulación de fuerzas»; de «construir pueblo» para reivindicar al gran asesino que fue en un acto multitudinario que reclame «materializar el derecho a decidir» para la «constitución del Estado vasco» bajo el mandato del «independentismo de izquierdas».
Pues eso: ¡Ongietorri, ETA!
La Fundación Villacisneros y CEU Ediciones encaran el pasado y presente del terrorismo nacionalista.
El exjefe de Protocolo de la Casa Real destaca el compromiso tanto del rey emérito como de Felipe VI y de la institución con todas las víctimas del terrorismo.