Luis Núñez Ladevéze | 03 de febrero de 2020
El Gobierno aprovecha que los que reniegan de sus proyectos crean que le ponen nervioso. Es la munición para mantener excitados y divididos a sus opositores.
En El arte de la guerra, Sun Tzu resalta las “estrategias de engaño”. La primera victoria de la propaganda engañosa es aprovechar la disposición del enemigo a dejarse engañar con buenas noticias o buenos motivos de acción. Si el contrincante se autoengaña, facilita el camino hacia la victoria final. Ni siquiera hay que esforzarse en engañarlo.
Recibí, por toda suerte de vías, mensajes bienintencionados que tienen por fin favorecer actitudes y principios que el Gobierno ataca sin disimulos. Comparto el contenido de la mayoría, pero no los argumentos. Copio uno de ellos: “La izquierda está extremadamente nerviosa. Están atacando la implantación del pin parental que recientemente se ha aprobado en la región de Murcia”. No sé si lo ha redactado Iván Redondo, o alguien a quien la izquierda siempre llamó el tonto útil de turno.
Es deseable el pin parental, pero no porque ponga a la izquierda “extremadamente nerviosa” ni porque “lo estén atacando”. Hay una izquierda sectaria siempre al acecho. Pero no la confundamos con el sectarismo estratégico del Gobierno sanchista, al cual le importa una higa que se implante la eutanasia, un pin parental, o las dos cosas o ninguna de ellas. No solo no le pone nervioso al Gobierno, sino que aprovecha que los que reniegan de sus proyectos crean que le ponen nervioso. Es la munición para mantener nerviosos, excitados y divididos a sus opositores. La rabieta es la moral del vencido, no del vencedor.
Lo único que pone nervioso al Gobierno es la perspectiva de perder el poder. Y en eso consiste la escaramuza urdida por el fugado Carles Puigdemont, aplicada por su lacayo Quim Torra, ya exparlamentario, aún president honorable no se sabe por cuánto tiempo. Lo que importa es a quién se traga y cuándo se lo tragan las tierras pantanosas del arte de la guerra. La escaramuza de Puigdemont, dejando al Gobierno pendiente de un hilo durante tiempo imprevisible, lo debilita más de lo que ya estaba mientras lo mantiene.
Tras las elecciones de noviembre, el Gobierno de Sánchez es más débil que hace un año, cuando era interino. Ganó explotando la debilidad de los rivales, precipitados al abismo de la fragmentación. Pero no se fortaleció al sustituir la interinidad por la coalición. Su principal aliado estratégico no es Podemos, ni su principal respaldo parlamentario es ERC. Su apoyo depende exclusivamente de que se mantenga fragmentada a una derecha inerme. Como recomienda Sun Tzu en El arte de la guerra, lo sostienen las artimañas que dividen al contrincante. La derecha cometió hace un quinquenio un error gravísimo a cuyas consecuencias nos atenemos. En lugar de luchar por el liderazgo en la competición interna, se escindió. Divide et vincis, recomendaba Julio César. Ganar un buen puesto en la oposición para asegurar el gobierno del enemigo no es buen negocio cuando de lo que se trata es de ganar al enemigo, no de perder en la contienda.
Los presupuestos debilitarán a España en su conjunto y el aumento de las pensiones aumentará la deuda, ya insoportable
El Gobierno de Sánchez está ahora más al derribo. Pero no por la derecha perdedora, sino, a corto plazo, por el anunciado adelanto electoral en Cataluña después de que se aprueben los presupuestos. Es una jugada de mus, más que de póker. Los presupuestos debilitarán a España en su conjunto, como ya se ha visto por las reacciones en Extremadura y Murcia a causa de la elevación del salario mínimo, que ha conseguido en poco plazo un aumento del paro del veinte por ciento en dos de las comunidades más empobrecidas.
El aumento de las pensiones aumentará la deuda, ya insoportable. Y aunque las apetencias de Podemos se han frenado, el panorama económico favorece la inestabilidad. Una España débil es lo que anima al independentismo. Puigdemont asegura a corto plazo un Gobierno que perjudica económicamente al conjunto de España, salvaguardando a Cataluña y el País Vasco, beneficiarios de un presupuesto que pagamos los demás.
Sánchez consigue prorrogar su incertidumbre a corto plazo. Las elecciones, que se convocarán cuando convenga a Torra, o sea, a Puigdemont, podrían acabar con el Gobierno. Acabaría con él si ERC pagara electoralmente el apoyo envenenado que ahora le presta. Esta jugada de mus es habilidosa, mantiene a un Gobierno débil, debilitándolo más, incrementando la incertidumbre sobre su permanencia. La permanente transitoriedad gubernamental es tanto más permanente cuanto aumentan los motivos de que sea transitorio. Debilitar España es lo que pretende el independentismo.
Solo ha habido una buena noticia. Que un Ciudadanos en estado de evaporación y un Partido Popular en estado de resistencia, a causa de la estéril consolidación de Vox, hayan anunciado su alianza. La consolidación de Vox no es “estéril” para Vox, claro está, crecido y entusiasta, sino para las perspectivas de recambiar a un Gobierno sanchista transitorio por un Gobierno constitucionalista estable. Esto solo será posible si el electorado entiende y respalda algún tipo de fusión entre PP y Ciudadanos que amplíe el espacio electoral, como lo consiguió ampliar UCD, dejando a Manuel Fraga a su derecha, o como lo consiguieron José María Aznar y Mariano Rajoy con sus mayorías absolutas.
A desviar el foco de atención de Cataluña y mantener la fragmentación se encamina la política cultural de este Gobierno transitorio. Regresemos al pin parental. Es la táctica tramposa que necesita Sánchez para mantenerse en su equilibrio inestable. Ofuscar con eutanasias, abortos, exhumaciones de Franco, el cuento de nunca acabar de la memoria histórica, para ocultar a los espectadores el engaño del ilusionista. Lo único que puede permitir que Sánchez siga disfrutando de su interinidad es un Partido Popular que rivalice con Vox en un liderazgo exaltado que los perpetúen en la oposición.
El Ejecutivo de Pedro Sánchez, uno de los más numerosos de la democracia, aparenta una unidad que asegure su equilibrio, pero convertir en Gobierno una moción de censura negativa sin programa no es la mejor hoja de ruta.
Para ganar la liza electoral, la derecha inclusiva, no excluyente, tiene que olvidarse de Vox. Este partido nunca podrá ganarse regateando solo en una zona del campo, sino en el campo completo.