José F. Peláez | 03 de mayo de 2021
La jornada de reflexión es el día en el que los ciudadanos instamos a los políticos a que repasen todas las barbaridades que han dicho en público y en privado, todas las mentiras que han pronunciado y, sobre todo, para que puedan hacerse un examen de conciencia profundo acerca de la manera en la que han tratado a la opinión pública.
La jornada de reflexión es ese día que la ley ha previsto para que los políticos se callen y piensen, por fin. Es necesario que mediten acerca de todo lo que han hecho durante la campaña. Supongo que, así, el legislador pretendía que se les cayera la cara de vergüenza antes de salir al balcón de la sede a aplaudirse con esa excitación enfermiza, como de actor que, tras acabar la obra de teatro, aplaude al público y se auto abraza en la apoteosis de la vergüenza ajena. Es un día para ellos, para los políticos, no para nosotros, míseros sufragistas pasivos.
Es un día en el que los ciudadanos instamos a los políticos a que repasen todas las barbaridades que han dicho en público y en privado, todas las mentiras que han pronunciado, toda la maldad que han sido capaces de crear por pensamiento, palabra obra u omisión y, sobre todo para que puedan hacerse un examen de conciencia profundo acerca de la manera en la que han tratado a la opinión pública. Si algo he aprendido escribiendo es que hay que tratar al lector como al ser inteligente que es. En realidad, no sé si es aprendizaje o decisión propia, no sé si es algo que ha venido a mi o que ha salido de mi, pero, en todo caso, es una frontera moral que ningún escritor de columnas debería traspasar: no te puedes poner nunca por encima del lector, no puedes tratarle como un idiota, no se pueden sobre-explicar las cosas. Hay que dar por hecho que el que te lee sabe más que tú, o que al menos sabe lo mismo. Es mejor que el lector tenga que ir eventualmente a Wikipedia a consultar algo a que perciba que le explicas evidencias.
Los políticos deberían tomar nota. No se puede hablar así a la gente, no se pueden tener planes tan chuscos, no se puede tener tan poco rigor, no es posible acudir a un examen sin preparárselo, no se puede jugar con el dinero del contribuyente sin pericia y, sobre todo, no se pueden tomar tan a la ligera conceptos como libertad, igualdad, nación, estado, cultura, fascismo, comunismo, religión, monarquía, público, privado, prosperidad, pueblo o ex. No pueden hablarnos así, como si fuéramos gilipollas, como si no hubiéramos leído, qué sé yo, a Burke, a Kirk, a Marx, a Berlin, a Varoufakis. Necesitamos que despidan de una vez a los asesores de comunicación y empiecen a hablar para convencer a gente seria, a gente preocupada y no a consumidores de telebasura e inmoralidad en las tardes de Telecinco.
El día de hoy no es un día más. Son 24 horas de paz, de tranquilidad, el único día en cuatro años en el que, más o menos nos libraremos de ellos, de sus mensajes tontorrones, de sus intentos de persuasión y de sus sonrisas cómplices a niños y ancianos multirraciales estratégicamente colocados en pantalla. La jornada de reflexión no es para nosotros, es para ellos. Nosotros no necesitamos reflexionar, nosotros ya lo tenemos claro, entre otras cosas porque somos mayorcitos como para saber que votar con ilusión es una paletada. El votante serio vota sin intensidad emocional, vota como quien entrega un impreso en el registro, algo mecánico, desapasionado y, por eso el sufragio alcanza su cénit cuando la historia se luce dejándonos hacerlo un martes por la mañana. Y encima, puede que llueva.
La jornada de reflexión no es para nosotros, es para ellos. Nosotros no necesitamos reflexionar, nosotros ya lo tenemos claro, entre otras cosas porque somos mayorcitos como para saber que votar con ilusión es una paletada
Una sociedad madura no necesita una jornada de reflexión. Una sociedad digital no puede poner limites a la información. A mi me parece algo paternalista, algo que desprende esa moralina del siglo XX, que huele a sopa sosa y a vaho blando. Hoy no nos van a pedir el voto, simplemente se quitarán la corbata y saldrán a dar un paseo en familia, a leer un poco, a comer algo ligero con la familia, a sobreactuar el madrileñismo goyesco y a encerrarse con el equipo a analizar las cifras de participación estirando el muletazo de la responsabilidad. Se harán pasar por estajanovistas, por gente que trabajará mañana como trabajaría cualquier otro martes, muy duro, desde muy temprano y hasta muy tarde, remangados ellos, con coleta ellas y con un bolígrafo en la mano derecha todos, mandando mensajitos en clave, creando marcos mentales y otras chorradas de consultor junior. Qué cansancio, por Dios.
Espero, eso sí, que hoy y mañana suspendan Sálvame, la tertulia política más importante de España, ese mitin diario de cuatro horas destinadas íntegramente a crear marcos mentales por parte de la izquierda más lerda, a corromper a la audiencia, a vender basura en forma de progreso y a aleccionar a la gente ociosa y sin ningún interés por ir a la biblioteca más cercana acerca de lo que está bien y lo que está mal, lo tolerable y lo intolerable, lo normal y lo monstruoso, la basura echándose perfume por encima para apoyar a Gabilondo sin heder. Esa es la verdadera reflexión de esta jornada: la aristocracia es la independencia del pensamiento, una huida diaria de todo lo vulgar hacia el refinamiento en todos los órdenes de la vida. Aprovechen el día, que dura poco y vuelven rápido. Mientras eso pase: ¡reflexionad, malditos!
La imagen de una pantalla dividida con Raquel Mosquera dando paso al informativo de Pedro Piqueras es el último hito para conservar la audiencia y perder la dignidad.