Mariona Gúmpert | 04 de mayo de 2021
La derecha está cayendo en la cuenta, ¡por fin!, de que no solo de pan vive el hombre, y de que la mitad de los españoles lleva muchos años soportando que los llamen fascistas de forma completamente gratuita.
Cuando era universitaria –en la época en la que no se decía ‘progres’, sino jipiguarros o perroflautas- mi hermano mayor y yo nos preguntábamos qué tenía en mente este colectivo. No acertábamos a averiguarlo, lo cual se comprende teniendo en cuenta nuestra juventud, y que no había todavía heridas como el 11M o una crisis inmobiliaria que echarnos los unos a los otros a la cara. Lo único que sacamos en claro de todo esto fueron una risas después de que mi hermano dijera «parece que quieren correr delante de los grises, pero sin los grises». El mero hecho de imaginar algo así nos parecía grotesco, no éramos conscientes de que lo grotesco se vuelve real con demasiada frecuencia.
Algo que me ayudó a comprender por dónde podían ir los tiros fue el descubrimiento de una canción de Ismael Serrano del año 97, una especie de himno de la gente de izquierdas nacida a partir de 1980: Papá, cuéntame otra vez
Papá, cuéntame otra vez ese cuento tan bonito
de gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo
y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana
y canciones de los Rolling y niñas en minifalda
Si nos quedamos sólo con estas primeras estrofas de la canción uno pensaría que, efectivamente, lo que se echa de menos es correr delante de los grises. Eso sí, sin los grises. ¿A cuento de qué, si no, llamarlo «ese cuento tan bonito»? Ahora bien, teniendo toda la letra en cuenta empieza la cosa a cobrar sentido: se habla también de la Sorbona, del Mayo francés, de Sartre, etc. Si es dicha generación la que ha alentado los sueños e ideales de la nuestra las piezas encajan.
De la revolución del 68 renegaron desde el principio los verdaderos marxistas, porque estos intuían que era un movimiento cuyo fin empezaba y acababa en sí mismo, sin un objetivo claro más allá de construir una épica de algo tan sencillo y natural como lo es la sublevación juvenil contra los padres. Hay un famoso poema de Pier Paolo Pasolini, del mismo año de la revolución, que lo resume bien. Les dejo un fragmento:
“(…) Vais con retraso, queridos.
(…) Ahora los periodistas de todo el mundo (incluidos
los de las televisiones)
os lamen –todavía, creo, se dice así en la jerga
universitaria— el culo. Yo no, queridos.
Tenéis cara de hijos de papá.
Os odio como odio a vuestros papás.
Que la buena casta no engaña.
Tenéis la misma mirada maligna.
Sois miedosos e irresolutos y estáis desesperados
(¡magnífico!), pero también sabéis cómo ser
prepotentes, chantajistas, seguros y desafiantes:
prerrogativas pequeño-burguesas, queridos.
Cuando ayer en Valle Giulia os liasteis a mamporros con los policías,
¡yo simpatizaba con los policías!
Porque los policías son hijos de pobres.
Al final de su poema Pasolini señala que los estudiantes están «del lado de la razón». Lo que no supo ver (ya habría sido mucho anticipar) es que –gracias a ese apoyo mediático que recibió el movimiento- se iba a trastocar y deformar por completo el mensaje e intenciones del comunismo clásico, aunque todavía bajo los ropajes de los movimientos llamados de izquierdas. Se quedó la cáscara, pero se olvidaron de las clases humildes.
¿A qué se debe esto? Son muchos y distintos factores , el tema da para una tesis doctoral. Pero hay una pista fácil de seguir, de la que mucha gente es totalmente consciente hoy día: la utilización de los colectivos a través de su victimización. La dicotomía no es ya patrón-obrero, sino hombre-mujer, heterosexual-LGTB, blanco-resto de razas, etc.
Frente al espíritu de otras épocas, el victimismo hoy día tiene mucho tirón. Es sencillo atraerlo cuando no ofreces soluciones reales a los problemas que pudieran tener. Basta con ‘visibilizar’ (palabro odioso donde los haya). ¿Qué ha conseguido el actual Ministerio de Igualdad con todo el presupuesto que tiene en sus manos? Lo único positivo ha sido el aumento del permiso de maternidad, lo cual es de agradecer. Muchas personas desearían que los días pudieran distribuirse libremente en función de lo que necesita cada pareja, pero eso ya sería pedir demasiado para una izquierda en la que lo privado es público.
Ahora bien, ¿para esa ampliación del permiso de maternidad hace falta un ministerio? ¿Cuánto cuesta tramitar una ley? Intuyo que mucho dinero no. Pero sí entiendo que hace falta bastante tiempo, capital y propaganda para convencer a la población de que tienen que decir chicos-chicas-chiques. Ahí sí cobra sentido. Si acaban consiguiendo que todo el mundo hable así tendrán mi admiración, ya hace falta ingenio y ser un buen vende motos para que te cuelen algo como esto. Aunque, al tiempo: lo de decir todos y todas lo vemos –casi todos, casi todas y casi todes– algo más que normal hoy día.
Por otro lado, las personas tenemos esa ridícula y extraña manía de querer comer a diario y tener un techo que nos cobije. A Pablo Iglesias ya se le empieza a notar –incluso entre los suyos- que mucho ruido, y pocas nueces. Mucho alertar sobre el fascismo que nos acecha, sobre grises sobrevolando inadvertidos, y cero motivos reales por los cuales votarle. Yo te quiero, perrito, pero pan, poquito. Esto no es cosa mía, es algo que se aprecia en un número bastante interesante de los que en su día votaron al líder eterno (Pablo, para sus amigos). El mismo Iglesias es consciente, de forma que no debería sorprendernos (¡oh, casualidad, casualidad!) que Ismael Serrano haya compuesto una canción ad hoc para reforzar su campaña. Si nos hemos olvidado del fascismo tendrán que volver a recordárnoslo.
¿Significa esto que el votante tradicional de Unidas Podemos vaya a girarse hacia Ángel Gabilondo, para detener el avance del fascismo? No. Para eso tienen a Más Madrid: relato, épica y propuestas concretas según las cuales creen que podrán asegurarse la desaparición de las colas del hambre. Afortunadamente, y hablando de comer, la ‘derecha’ está cayendo en la cuenta, ¡por fin!, de que no solo de pan vive el hombre, y de que la mitad de los españoles llevamos ya muchos años soportando que nos llamen fascistas de forma completamente gratuita. A ver qué pasa esta noche.
El cuñado y mano derecha del general Franco se convirtió en el principal ideólogo de los primeros años del naciente régimen.
¿De dónde nace esta ceremonia de la confusión en torno al fascismo? Umberto Eco y su forma de afrontar la cuestión es la que impregna hoy el debate.