Pilar Marcos | 05 de mayo de 2021
Este 4M han hundido a Pablo Iglesias, lo han expulsado de la política y ahora veremos cómo suplica acomodo con Roures en el mundo del espectáculo.
«Madrid necesita un Gobierno de izquierdas, y creo que puedo ser útil ayudando a ganarlo, y liderándolo». ¡Marchando una de prepotencia!: «A ganarlo liderándolo». Y el gran impostor tendría que nacer de nuevo para «ser útil ayudando». Pues ni ganar, ni ayudar. El último. Su vanidad no podía soportarlo y anoche mismo anunció que abandona el barco que él se ha afanado en hundir.
Recuerden el lunes 15 de marzo. No hace tanto. El entonces vicepresidente Pablo Iglesias grabó un vídeo desde su despacho oficial. Un vídeo-revelación solo cinco días después de la catarata de mociones de censura con epicentro murciano que provocó la lógica convocatoria electoral en Madrid, porque Isabel Díaz Ayuso decidió que fueran los madrileños quienes eligieran qué Gobierno querían tener y no someterse a una moción. El vídeo le estropeó la jornada internacional a Pedro Sánchez: lo pilló en Montauban celebrando la XXVI cumbre franco española con el presidente francés, Emmanuel Macron.
En su autopromo, Iglesias anunció que iba a presentarse a las elecciones del 4 de mayo en Madrid. Pero no como candidato de Podemos. Eso es poco, chiqui. Él se erigió en hombre providencial para ganar y liderar un Gobierno de izquierdas para Madrid. Pretendió ordenar al partido de Íñigo Errejón, su excompa purgado, que se apartara, porque VuELve el hombre. Una sumisión y acatamiento que dio por supuesto en Ángel Gabilondo (como, lamentablemente para el PSOE, terminó por ocurrir en el debate electoral).
Pero al hombre providencial ya no lo quieren ni los suyos. Hasta los más afines se han hartado de su prepotencia, impostura y matonismo. El 16 de marzo le dijo No Más Madrid y el 4 de mayo le han dicho No los madrileños.
Las primeras calabazas se las regaló Mónica García, hasta hace bien poco una diputada autonómica solo conocida porque en un debate en la Asamblea simuló el gesto de disparar contra el consejero de Hacienda, Javier Fernández-Lasquetty. El disparo de la médica y madre del partido de Errejón contra la OPA que pretendía Iglesias hizo diana en el corazón de su supuesto izquierdismo. Se atrevió a destacar que es un machista de manual: «Las mujeres estamos cansadas de hacer el trabajo sucio para que, en los momentos históricos, nos pidan que nos apartemos».
Este primer no de Mónica es un no del feminismo de antaño, de defensa de mujeres orgullosas de trabajar y de ser madres. Es un no radicalmente enfrentado al feminismo-queer al que se ha apuntado Podemos. Porque defender la maternidad es una enormidad inasumible para los trans-discursos que ha abrazado el partido de Iglesias. Gracias a ese primer no, y marcando una discreta distancia con el matonismo guerracivilista de Iglesias, el partido de sus purgados puso en marcha una exitosa campaña con la que ha más que duplicado el resultado de Podemos, que pretendía fagocitarlos, ha ganado al PSOE y acaricia la posibilidad de convertirse en una opción con futuro político para la izquierda. Este 4M han hundido a Iglesias, lo han expulsado de la política y ahora veremos cómo suplica acomodo con Roures en el mundo del espectáculo.
En las siete semanas que van de ese primer no a Iglesias al rotundo no que le han propinado los madrileños, a los que pretendía presidir como líder indiscutible de la izquierda, el hombre providencial ha desarrollado una campaña de odio desorejado como huida de su fracaso. Poco podrá presumir al comparar su resultado con el que obtuvo Isa Serra: solo tres magros escaños más.
El gran impostor envió a sus matoncitos a reventar un mitin de Vox en Vallecas y exhibió su victimismo con unas pintadas a su sede en Cartagena y una carta anónima amenazante que nunca debió llegar a su destino. Pero el matonismo le falló tanto como la prepotencia. Hasta sus fieles han visto que su presunto antifascismo es tan falsario como su feminismo, tan fingido como su vecindad vallecana, tan vacío como su gestión de las residencias de ancianos desde su flamante vicepresidencia social… tan falso como las pesetas de madera. Nada le sirvió de nada porque, cuando se descubre que eres un fake, todo lo que haces y dices se percibe como lo que tú eres: pura impostura. Hasta su despedida sonó a farsa.
Después de alegrarnos por el resultado y por la salida de Iglesias de la política, el tercer motivo de entusiasta celebración de estas elecciones es el puntapié que los madrileños han propinado a la impostura, a la prepotencia y al matonismo como forma de ejercer el poder. El exvicepresidente Iglesias es un insuperable exponente de esa triple lacra que mina la confianza en la política. Siendo, como es, un gran farsante, a impostura quizá lo gane su exjefe, Pedro Sánchez, también eximio perdedor de estas elecciones. En prepotencia, Sánchez e Iglesias van empatados. Pero a matonismo a Iglesias no hay quien lo gane. Las tres: impostura, prepotencia y matonismo quedaron el 4 de mayo tan caput como el propio Iglesias.
Estas elecciones partirán en dos la legislatura, como se partió en dos la última legislatura de Mariano Rajoy debido a la moción de censura. No solo ocurrirá porque la enorme victoria de Isabel Díaz Ayuso es la mejor moción de censura contra Pedro Sánchez: también porque el Frankenstein que sostiene al Ejecutivo ha quedado maltrecho.
Iglesias dejó la vicepresidencia del Gobierno de España porque quería ganar la presidencia de la Comunidad de Madrid. Ha quedado el último de la fila. Ha abandonado la política. Ya no será el interlocutor de Sánchez en el Gobierno de coalición. Se repartirán ese papel dos egregios miembros del Partido Comunista: Yolanda Díaz y, ¡ojo!, Enrique Santiago, un duro secretario general del PCE que colaboró con los terroristas de las FARC en sus negociaciones con el Gobierno colombiano de Juan Manuel Santos. La herencia sentimental de Podemos, si algo queda de ella, será para el partido de Errejón, claro vencedor moral de la izquierda en estas elecciones.
Cuando se descubre que eres un fake, todo lo que haces y dices se percibe como lo que tú eres: pura impostura. Hasta su despedida sonó a farsa
El Gobierno de coalición de Sánchez, en esta nueva medio-legislatura, ya no será PSOE-Podemos, sino PSOE-PCE. No es un cambio menor. El impacto de la transformación podrá verse con más claridad tras la crisis de Gobierno que algunos auguran podría hacer Sánchez para recobrar algún pulso político. Y las relaciones con los restantes componentes del Frankenstein quedan al albur de la formación, o no, de Gobierno en Cataluña. Ahí también tienen muchos motivos para mirar a Madrid y tomar nota del bofetón que los votantes han propinado a la impostura, a la prepotencia y al matonismo como forma de ejercer la política.
Toca mirar a Madrid, a Isabel Díaz Ayuso, y entender que su impresionante mayoría significa que los votantes reclaman autenticidad frente a tanta impostura; sencillez contra la prepotencia, y un resistente aguante para plantar cara a todo el matonismo… sea de matoncitos voluntarios o matoncitos a sueldo.
Toca mirar a Ayuso. Todos los que ridiculizaron la elección entre comunismo y libertad tienen ahora la oportunidad de pensar despacio qué significa que los madrileños hayan elegido libertad; que hayan dado su apoyo a quien defiende sin aspavientos, y sin complejos, un programa razonablemente liberal. Con la tranquilidad y la confianza de estar ofreciendo lo mejor para la gente: para su prosperidad y su futuro. Y ahora, además, con su voto masivo.
Gracias, Ayuso, por librar a la política española de alguien tan tóxico como Pablo Iglesias.
Sánchez quiso que «su persona» fuera el centro de la campaña hasta que las encuestas le demostraron que era el mayor estorbo. Tantos fueron los regates en corto de la campaña socialista que ni su candidato sabía lo que representaba.
Isabel Díaz Ayuso ha sido la única que se ha entendido con la gente, alguien que comprende que no se gobierna con mil doscientos asesores, ni en Falcon, ni en los platós de televisión. Sino que únicamente hace falta saber lo que es para una familia que les cierren el bar, el teatro o cualquier otra empresa. Nada más.