Guillermo Garabito | 05 de mayo de 2021
Isabel Díaz Ayuso ha sido la única que se ha entendido con la gente, alguien que comprende que no se gobierna con mil doscientos asesores, ni en Falcon, ni en los platós de televisión. Sino que únicamente hace falta saber lo que es para una familia que les cierren el bar, el teatro o cualquier otra empresa. Nada más.
Tiene Isabel Díaz Ayuso esa simpatía del que pisa la calle, del que lo aplauden los camareros y no se ofende ni les pone una denuncia cuando la llaman guapa. Se la ve natural, que es lo único que le lleva faltando a la política y a España, más de un lustro. Exactamente desde que se empeñaron Pablo Iglesias y Pedro Sánchez en convertirla en un escenario de bloques inamovibles donde solo estaban los buenos y los malos. Ayuso, en cambio, en vez de venderte el odio visceral de cada día, va y te habla de esos ex que todos tratamos de evitar y por eso todavía ni la izquierda, ni mucho menos Tezanos, se explican qué ha podido salir mal. Y lo que les ha salido mal es que quien ha jugado a su juego por primera vez en la vida ha sido el PP, porque todo el PP esta campaña ha sido Isabel Díaz Ayuso. Y ella ha salido a la calle, a los barrios, porque la clase trabajadora no es patrimonio de la izquierda, sino de quien le permite trabajar. La calle era el terreno del PSOE, precisamente, cuando existía el PSOE. Ahora solo existe un partido que se llama Pedro Sánchez y la O y la E que le faltan le dan igual.
El único misterio de estas elecciones, que todos los analistas de turno están tratando de extrapolar, es si lo que se ha votado en Madrid resultaría igual en el resto de España. Qué pesados con extrapolar… Sobre todo cuando se sabe que la respuesta sería parecida, que ante una crisis sin precedentes –sanitaria y económica– no funcionan las promesas vacías, los aplausos de vídeo preparado y demás estrategias de Moncloa, y que lo único que quiere la gente es que le garanticen que mañana podrá ir a trabajar. Por eso Ayuso se ha llevado la mayoría, tajante e indiscutible, de los votos. Porque nadie en España, ni siquiera otros presidentes autonómicos del PP, han tenido la valentía de tomar las decisiones que ella ha tomado. Aquí, más allá de la ideología, los votantes han secundado una estrategia: la de tratar de conjugar salud y economía en paralelo y no dar el cerrojazo a la actividad empresarial condenando a la ruina a todo el que pille por el medio, como lleva haciendo casi toda España desde hace casi un año.
Ayuso ha puesto en evidencia que, en mitad de una pandemia y con las cifras de paro como un viernes negro en Wall Street, no se gobierna con mil doscientos asesores, ni en Falcon, ni en los platós de televisión. Sino que únicamente hace falta saber lo que es para una familia que les cierren el bar, el teatro o cualquier otra empresa. Nada más. Y hoy las tres izquierdas, que se han pasado la campaña llamando fascistas y tabernarios a todo el que no los votase, comprobarán que Madrid es una ciudad de más de un millón de fascistas, con todos los votos escrutados. Un millón quinientos y pico mil exactamente. Esa es la única sorpresa de estas elecciones, que por lo visto en España todavía se vota al que te permite mantener la dignidad de llevar un sueldo a casa, porque de los ERTES, la resiliencia, les niñes y el dumping fiscal no se llega a final de mes.
Sumar más votos que Gabilondo, Iglesias y Mónica García es un gran final, pero mandar a Iglesias a Galapagar sin cargos tiene aire de proeza, de tacón de Guti en el Real Madrid
Hoy mirarán a Ayuso no solo desde la izquierda, sino también desde el PP, porque esta mayoría en Madrid es un año más de vida para Casado. Aunque tiene más de regalo envenenado, de listón a batir, que de otra cosa. Los políticos no pueden pensar bien de nadie, ya se sabe y mucho menos de los suyos. Así que hoy, los de un lado, los del otro y los de los extremos, seguirán a lo suyo, que consiste desde hace meses en criticar a la presidenta de Madrid. Y lo harán porque no entienden que los ciudadanos solo necesitaban a alguien que les hablase claro y sin retórica electoral cuando la cosa se puso difícil, a alguien que les permitiese seguir trabajando. Y a España le hacía falta sentirse otra vez natural, porque a falta de Superliga hacía falta un derbi electoral: comunismo o libertad.
Necesitaba Madrid, como necesita el resto de España, algo que celebrar, lo que fuese, entre tanto drama. Alargarse una noche con excusa y de paso dejar bien claro que el coronavirus es un drama, pero también lo es tener el negocio cerrado mientras los políticos los llaman a unos fachas y a los otros lo mismo, pero al revés.
La única que se ha entendido con la gente ha sido Ayuso y por eso, con su victoria de ayer, tenía todo aspecto de final de Champions League. Después de que dimitiese Iglesias, quedó que la subieran a hombros a la Cibeles, porque sumar más votos que Ángel Gabilondo, Pablo Iglesias y Mónica García es un gran final, pero mandar a Iglesias a Galapagar sin cargos tiene aire de proeza, de tacón de Guti en el Real Madrid.
Sánchez quiso que «su persona» fuera el centro de la campaña hasta que las encuestas le demostraron que era el mayor estorbo. Tantos fueron los regates en corto de la campaña socialista que ni su candidato sabía lo que representaba.
Este 4M han hundido a Pablo Iglesias, lo han expulsado de la política y ahora veremos cómo suplica acomodo con Roures en el mundo del espectáculo.