Pilar Marcos | 05 de agosto de 2021
El método es sencillo: se trata de que no haya otra suma posible que la que Pedro Sánchez promueva debido al insuperable enfrentamiento entre los partidos de la derecha. ¡Ésa es la clave!
Decir PSOE, en los ochenta, fue mucho decir. Era decir 202 escaños, casi 100 diputados más que el siguiente (Alianza Popular), y eso que AP multiplicó por 10 su representación tras el hundimiento de la UCD. Era decir Felipe González y sus cumbres con Helmut Kohl, Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Mijail Gorbachov… No es exactamente lo mismo que ‘la cumbre de los 26 pasos’ que simuló Pedro Sánchez con Joe Biden, o su indescriptible gira por Estados Unidos en busca de alguna entrevista televisiva con la que mostrarnos lo bien que se maneja en inglés.
Decir PSOE, en los noventa, fue decir 1992, con sus Olimpiadas de Barcelona, antes de que Cataluña fuera desespañolizada, y con su AVE y su Expo para Sevilla, también mucho antes de que empezaran a conocerse las corruptelas por aquellos fastos, que fueron después marca de la casa del socialismo andaluz. Decir PSOE fue contar disputas entre felipistas y guerristas; hablar de barones socialistas que gobernaban en casi todas partes, o que nos explicaran que había unos “renovadores por la base” en la siempre agitada Federación Socialista Madrileña.
Decir PSOE fue, durante mucho, mucho tiempo, mucho más que decir Gobierno. Ese tiempo muy lejano concluyó cuando el futuro dejó de ser lo que era. Fue al filo del cambio de siglo, con la mayoría absoluta de José María Aznar. ¿Se acuerdan? De entonces a ahora no solo el futuro, también el pasado, va a dejar va a dejar de ser todo lo que fue. Para bien y para mal, tanto da, porque han decretado que la única Historia que les importa será sustituida por el memorialismo, definido por ley del Gobierno del PSOE y sus socios de Podemos e independentistas. Y el memorialismo aspira a impregnarlo todo.
Quizá por todo eso ahora, en el arranque de estos nuevos años veinte, dices PSOE y te responde el eco del vacío. A los nostálgicos les evoca un pasado soñado de promesa socialdemócrata. A los realistas, una maquinaria de poder, tan ayuna de principios como ahíta de sectarismo, que solo se mantiene gracias a pactos mil veces negados para no espantar a los más fieles votantes. Y a los que allí mandan, decir PSOE les conmina a elevar el volumen del grito de la tribu para intentar insuflar nueva vida a unas siglas huecas gracias a una precisa taxidermia perfeccionada por su líder: Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Todas las alarmas saltaron el 4 de mayo en Madrid. Que esa chica Ayuso lograra, no ya solo ganar, sino acumular más votos que toda la izquierda junta, y que la otra, la médica-y-madre desconocida, adelantara al PSOE con un minipartido de ignotos activistas purgados de Podemos va más allá de lo soportable. En Madrid, el PSOE ya no es ni líder de la oposición. ¡Había que reaccionar!
La primera reacción fue apartar del Gobierno a aquellos miembros que acumulaban, por sí solos y por méritos propios, más rechazo -incluso- que el líder, y poner en su lugar amabilidad: hombres cordiales y mujeres sonrientes. José Luis Ábalos e Iván Redondo son los más depurados ejemplos de esa decisión.
La segunda, cartearse con los militantes para contarles que existe algo llamado PSOE que ahora hace suyas banderas, como la moda trans, de un Podemos en franco retroceso. Sí, en Franco, Franco, franco retroceso.
La tercera será intentar pasear por alguna calle de algún lugar de España sin ser abucheado. Veremos si alguna de las nuevas ministras-alcaldesas pueden llevar a Sánchez a sus pueblos sin pitada de reprobación. En Salamanca no pudo ser: allí los entusiastas vítores al Rey no lograron silenciar los abucheos dirigidos al presidente del Gobierno.
La cuarta, como siempre, resistir: quedan dos años y medio, y, si con 85 escaños todo fue posible, hay partido…
La solución para la recuperación no es más empleo ficticio pagado con más dinero público para inventar más organismos inútiles, sino más libertad y menos trabas para que la economía pueda crecer y crear empleo
La resistencia incluye cesiones, claro. A los de siempre, faltaba más. Y algunas son deletéreas. Que el dinero, por definición escaso, privilegie a Cataluña va a molestar -también- a los votantes socialistas del conjunto de España. Y que una de las pocas cosas que funcionan y de las que tenemos motivos para estar orgullosos -el MIR que garantiza la excelente calidad de nuestros médicos- pueda romperse para contentar al separatismo catalán, va a enfadar hasta a los raros militantes del PSOE que sigan pagando su cuota.
Además, antes de que se cumplan esos dos años y medio, como tarde a finales de 2022, habrá elecciones en Andalucía, antaño el más selecto feudo del voto socialista, que está empezando a comprobar que ninguna maldición bíblica impedía a la economía andaluza crecer y crear empleo. Porque esa maldición era una telaraña de organismos inútiles parasitando Andalucía. El ejemplo que ha contado El Español de AVRA (Agencia de Vivienda y Rehabilitación de Andalucía), con 29 millones de euros en sueldos (pagados con los impuestos de todos) para 584 trabajadores (sic) que solo logran adjudicar 188.000 euros en ayudas para rehabilitar viviendas andaluzas, es paradigmático de esos sistemas clientelares para amigos y familiares que actúan de sanguijuela contra la prosperidad de todos
Hoy, en Andalucía, el Gobierno de coalición PP-Ciudadanos, con el apoyo externo de Vox y bajo el liderazgo del muy moderado Juanma Moreno, está consiguiendo lo que parecía imposible: ganar pujanza económica gracias a la creación de más empresas y más empleo, con un protagonismo especial de los autónomos. Mientras, en el conjunto de España, encabezamos el liderazgo mundial en desempleo juvenil.
Increíble, pero cierto: la solución para la recuperación no es más empleo ficticio pagado con más dinero público para inventar más organismos inútiles, sino más libertad y menos trabas para que la economía pueda crecer y crear empleo. Más libertad y menos trabas: exactamente lo que se votó en Madrid el 4 de mayo.
El riesgo electoral es muy alto: que al pujante Madrid de Ayuso se sume la Andalucía de Moreno. ¿Y qué hacemos con Juan Espadas? Quizá le quede presumir de no haber quedado relegado a ese tercer puesto de Ángel Gabilondo. ¿Plata en vez de bronce? La plata y el bronce en política son un desastre. Y un resultado así, como aperitivo de las municipales y autonómicas de mayo de 2023, sería catastrófico para el PSOE. ¡Hay que reaccionar!
«Recuperación o crispación; esperanza o ferocidad», escribe a sus militantes el feroz cum laudem de la crispación que preside el Gobierno de España. «Nosotros hacemos (…) La oposición solo grita», contó en sus entrevistas en inglés.
Es dudoso que esa reacción -vociferar el aullido de la tribu- tenga capacidad taumatúrgica suficiente para insuflar vida a un organismo disecado. Y ése es el problema de fondo. Del PSOE quedan las siglas, y el resorte de poder que le permiten sus asociados como mal menor para evitar el mal mayor: ¡que viene la derecha! Un poder que Sánchez estrenó con 85 diputados -el peor resultado de la historia del PSOE- y que pugna por mantener, aunque vuelva a los 85 de la moción de censura.
El método es sencillo: se trata de que no haya otra suma posible que la que él promueva debido al insuperable enfrentamiento entre los partidos de la derecha. ¡Ésa es la clave! Que no haya más suma posible que aquella en la que esté el PSOE, tras un sistemático ejercicio de demonización de «la derecha extrema y la extrema derecha». No es tan difícil. Solo hay que azuzar la crispación, la animadversión y la rotunda desconfianza entre los socios potenciales al otro lado del campo. En esa tarea, además, Sánchez no está solo.
¡Crispemos! Hay que insuflar vida a un PSOE hueco.
Gran parte de la hostelería ha encontrado en Isabel Díaz Ayuso su musa como inspiración de la libertad y de la gestión en tiempos de pandemia y no dudan en colocar su imagen en los rincones más destacados de sus locales. La presidenta vive en un estado de gracia en el que si el oráculo de Tezanos le da la mayoría, moviliza a su votante y si no, también.
La portavoz del Partido Popular en el Congreso afirma que «la demostración de que el presidente del Gobierno no tiene límites son sus pactos con Bildu. Unos pactos que paga, puntualmente, cada viernes con los acercamientos de presos terroristas al País Vasco».