Justino Sinova | 06 de junio de 2019
La decisión es provisional aunque significa otra derrota del Gobierno, cuya victoria final sobre el dictador no se vislumbra.
Qué necesidad tenía Pedro Sánchez de proclamar su victoria sobre el general Francisco Franco. Es de suponer que no calculó el berenjenal en el que se metía 43 años después de que el dictador hubiera muerto en una cama del hospital público La Paz. Un político debe saber dónde entra para luego no ignorar cómo salir. Ya ha pasado un año desde que Sánchez anunció que iba a exhumar a Franco de un momento a otro y aún no conoce cuándo podrá culminar su hazaña, ni siquiera si encontrará en la ley un hueco que se lo permita.
Porque la ley es el inconveniente con que tropieza su alarde, o su ingenua creencia, ojalá no sea así, de que un gobernante puede disponer a su antojo sobre cualquier cosa. Una norma elemental de la democracia es que todos, autoridades también, han de someterse a lo que la ley resuelve, que en el caso de los fallecidos entrega a los familiares la decisión sobre su último reposo. Es lo que pasa con el cadáver de Franco, que su familia quiere situarlo en la catedral de la Almudena, donde posee un sepulcro, junto al Palacio Real, si el Gobierno lo saca del Valle de los Caídos, que está a más de 58 kilómetros y no es de tan fácil acceso. A la familia debe de darle lo mismo tenerlo en la catedral que en el monumento de Cuelgamuros, que es donde aceptó su enterramiento, pero es evidente que con su elección trata de crearle un problema de ridículo al Gobierno. Como preguntaba aquél, ¿qué país es ese que trasporta 60 kilómetros la tumba de un dictador para situarla en el centro de la ciudad?
Qué necesidad tenía Pedro Sánchez de proclamar su victoria sobre el general Franco. Porque lo que ha cosechado es derrota tras derrota
Lo que ha conseguido hasta ahora el presidente del Gobierno ha sido resucitar nominalmente a Franco, del que se ha hablado en este año más que desde que fue sustituido por el Rey Juan Carlos y remplazado su régimen. La inmensa mayoría ignoraba dónde estaba su cadáver y gran parte de ella ni había oído hablar del Valle de los Caídos. Ahora hay romerías al lugar y seguirá habiéndolas mientras no llegue una solución definitiva. Lo que acaba de fallar el Tribunal Supremo es una suspensión cautelar de la exhumación, que el Gobierno estaba anunciando para el día 10, a la espera de una nueva decisión que dicte la Sala de lo Contencioso-Administrativo, que estudia el recurso de la familia.
La disposición del Supremo se basa en la necesidad de evitar un traslado que habría de ser reparado poco tiempo después si se aceptara finalmente el recurso de la familia, pues cabe atribuir “un perjuicio irreversible a la ejecución de la decisión del Consejo de Ministros de exhumar sus restos si esta, después, fuere considerada contraria a Derecho». El Gobierno quería consumar la operación depositando el cadáver en el cementerio de El Pardo, que está más cerca de Madrid, a unos 17 kilómetros, pero a trasmano, pero el recurso permanece vivo y seguirá coleando aunque a la familia no le den la razón.
La disposición del Supremo se basa en la necesidad de evitar un traslado que habría de ser reparado poco tiempo después si se aceptara finalmente el recurso de la familia
O sea, la historia no terminaría con un hipotético “no” del Supremo al recurso y la licencia para la exhumación de Franco que quiere el Gobierno, ya que la familia ha manifestado su intención de agotar las vías del procedimiento jurídico con otro recurso al Tribunal Constitucional y en último caso otro al Tribunal de Estrasburgo. De momento no hay un final sino un “continuará”. El cadáver del dictador permanece donde fue enterrado. Lo dicho: qué necesidad tenía Pedro Sánchez de proclamar su victoria sobre el general Franco. Porque lo que ha cosechado es derrota tras derrota (aplazamiento tras aplazamiento) hasta una victoria que hoy no se vislumbra, que sigue estando muy lejos de ser real.
Los socialistas patrios se han agarrado cual clavo ardiendo al cadáver del dictador, reviviendo así las miserias de la Guerra Civil, para tratar de cubrir el grave déficit ideológico que padece el histórico partido del puño y la rosa.