Juan Pablo Colmenarejo | 06 de julio de 2021
A Escrivá se le escapó la verdad en un Gobierno acostumbrado a manejar el lenguaje como fin en si mismo. Tal vez lo que ha ocurrido, al desvelar que los 11 millones de españoles nacidos entre 1960 y 1975 tendrán pensiones menores a las actuales, no es más que un acto de sinceridad intelectual por parte del ministro.
Al ministro de Seguridad Social, un tecnócrata de la socialdemocracia clásica, es decir, nada útil al sanchismo en su coalición con Podemos, le pasa como a tantos otros que se han acercado al terreno de la política. Siempre ponen el pie en la cáscara de plátano. Desconocen como hay que andar por los sinuosos pasillos del poder, y más cuándo se trata de conservarlo como único fin.
A José Luis Escrivá le iba mejor cuando dirigía la Agencia Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIREF), afeando al Gobierno de Rajoy sus decisiones en la política presupuestaria tras el rescate parcial de junio de 2012. España se vio obligada a crear la oficina de control (AIREF) para disgusto del ministro Montoro que vio como le ponían un vigilante externo de Hacienda. Escrivá se atrevía a escribir negro sobre blanco los agujeros estructurales de las cuentas públicas españolas. La política se dedica a resolver la coyuntura. Le dan una patada al bote para que caiga un poco más por la cuesta abajo, tal y como ha ocurrido en el acuerdo de pensiones que vuelve a vincular el incremento de las prestaciones a los incrementos anuales de precios, metiendo al sistema más costes, hasta el infinito. La crisis del euro impuso en España la creación de organismo fiscalizador de lo políticamente correcto. El problema de sostenibilidad del sistema de pensiones se agrava con la baja productividad y el paro estructural. A pesar de la euforia del Gobierno con los datos de junio, hay cuatro millones de desempleados, entre los que se incluyen 474.000 en ERTE al comienzo de la campaña turística. Como suelen explicar los expertos, el paro hay que medirlo por temporadas. Cuando se publiquen los datos de septiembre, a primeros de octubre, veremos la fotografía real del paro estructural, por encima del 15 por ciento.
Las pensiones se están pagando con cargo a la deuda, impuestos futuros, y así va a seguir tras el acuerdo firmado, como si fuera una boda, en los jardines de la Moncloa el pasado jueves 1 de julio
A Escrivá, una vez más, se le escapó la verdad en un Gobierno acostumbrado a manejar el lenguaje como fin en si mismo. Tal vez lo que ha ocurrido, al desvelar que los 11 millones de españoles nacidos entre 1960 y 1975 tendrán pensiones menores a las actuales, no es más que un acto de sinceridad intelectual por parte del ministro. En este caso ha quedado de manifiesto que la política en general ha optado, con el problema de las pensiones, por no decir la verdad con la excusa de que presuntamente los españoles prefieren no saberla.
Las pensiones se están pagando con cargo a la deuda, impuestos futuros, y así va a seguir tras el acuerdo firmado, como si fuera una boda, en los jardines de la Moncloa el pasado jueves 1 de julio. Los 22.000 millones de euros con los que el Gobierno va a tapar el agujero se apuntan en otra cuenta, aunque en el fondo es la misma. Se le quita un problema a la Seguridad Social en apariencia. Al PSOE no le olvida que un Gobierno socialista ha sido el único en bajar las pensiones, tal y como hizo Zapatero en 2010. Se pasa el déficit a la cuenta general, tapando la verdad con una manta más amplia. El Estado ya se estaba endeudando para pagar las pensiones. Ahora elimina la transferencia a la Seguridad Social para hacerse cargo directamente. Pero el problema no se resuelve. La pensión media es mayor al salario medio. Los baby boomers no tienen una cuenta abierta donde se guardan sus cotizaciones a la Seguridad Social. Con ese dinero se paga la factura mensual de las pensiones que en mayo batió otro récord con más de 10.000 millones, un 3% más que hace un año. El invierno demográfico español augura un colapso en las pensiones de los españoles de la generación de la Transición. Si el Estado no tiene ingresos para la “generación ancha” es por la estrechez de las siguientes. Escrivá lo sabe, pero cuando dijo la verdad incurrió en dos pecados. Uno verbalizarla. Y otro estropearle el montaje emocional organizado por Sánchez y su gurú Redondo para seguir un día más.
Si por alguna ausencia brilla el gabinete de Pedro Sánchez es por el flanco de la transparencia. No existe. Ni siquiera se disimula. El presidente se quita la máscara, versión clásica y teatral de la mascarilla higiénica, cuando equipara la sentencia del Tribunal Supremo con una venganza.
Se han sucedido dos últimas ocurrencias incompatibles con el Estado de Derecho y la separación de poderes. No las han proferido dos anónimos ciudadanos, sino dos ministros del Gobierno.