Mariona Gúmpert | 07 de marzo de 2021
A quien más a gusto le imprecaría –entre enfadada y sorprendida por su capacidad para no conocer límites- el inicio de las Catilinarias sería a Irene Montero: «¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?».
Mi abuela, que en paz descanse, perteneció a esa generación en la que el bachiller impartido en institutos públicos era el que tenía verdadero prestigio en España. Quienes tuvieron oportunidad de estudiar entonces acababan su formación conociendo dos idiomas a fondo (latín y francés) y lo básico de otros dos (griego, y alemán o inglés, a elección del alumno).
No pretendo, sin embargo, contarles una historieta o chascarrillo sobre esa etapa de la vida de mi abuela (y eso que los hay bastante interesantes). Tampoco soltaré una perorata sobre el desnivel casi abismal entre los institutos de entonces y los de ahora. Simplemente quería explicar el origen de una muletilla que tenía mi abuela cuando veía las noticias o leía el periódico: Quosque tandem! Se negaba a decir más porque, como solía afirmar, despotricar no lleva a ningún sitio.
Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? es la oración que da comienzo a las llamadas Catilinarias, a saber, una serie de famosos discursos que Cicerón pronunció en el Senado contra Catilina, alguien de quien se sabía que conspiraba sin cesar para ser nombrado cónsul. En dichos complots se incluía el asesinato de diferentes senadores, entre ellos el propio Cicerón. En este sentido, deberemos reconocerle a Marco Tulio la templanza a la hora de comenzar sus acusaciones: ¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?
Desde que conocí la historia, y a base de oírsela a mi abuela, siempre he deseado encontrarme en el contexto perfecto para soltar un buen ¡¡Quosque tandem!!, aunque me pillara a solas y solo lo oyéramos yo misma y mi abuela desde el Cielo. Sin embargo, ahora me arrepiento de tal deseo, porque llevamos más de un año de gobierno en el que podríamos haber utilizado legítimamente la expresión un día tras otro, de modo que se nos habría acabado de tanto usarla, como dicen algunos que les pasa con el amor (cuando, en realidad, lo que se les acaba es la sarta de idealizaciones tontas que habían proyectado sobre el objeto de su deseo).
No negaré, sin embargo, que a quien más a gusto le imprecaría –entre enfadada y sorprendida por su capacidad para no conocer límites- el inicio de las Catilinarias sería, sin duda, a Irene Montero. ¡Qué a gusto me quedaría!:
«¿Hasta cuando abusarás, Irene, de nuestra paciencia?
¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?
¿Cuándo acabará esta desenfrenada osadía tuya?»
No, no he tenido un brote de inspiración, no he sido bendecida por las musas: así sigue la primera catiliniaria. Si por los menos nuestros gobernantes se prepararan así sus discursos –aunque en el fondo no cambiaran nada-, por lo menos algo tendríamos ganado, pero ni así. Lo que tenemos es un presidente que directamente reconoce que mintió sobre los expertos que asesoraron al Gobierno en la gestión de una pandemia que lleva ya más de 70.000 muertos. También tenemos -¡teníamos!- un ministro de Sanidad que abandonó el barco en mitad del temporal, como suelen hacer las ratas, para entregarse a preparar unas elecciones. Una campaña en la que se negó a hacerse una PCR antes de comparecer en un debate entre los candidatos. ¿Por qué? Porque yo lo valgo. La mentalidad L’Oreal aplicada a la política. Y, lo más deprimente, ese mismo candidato fue el más votado. ¿Hasta cuando, ciudadanía española, nos quedaremos inertes ante tanta tropelía? ¿Tendremos que llegar a pasar hambre para salir en masa a la calle a exigir un cambio de gobierno?
Muchos, muchísimos negocios están hundiéndose, creciendo en correlato lógico el número de parados. ¿Solución? Aumentemos la cuota a los autónomos. ¿Por qué? Porque yo lo valgo. Mientras, nuestra querida Irene Montero gastando dinero en campañas absurdas: «No soy señorita, soy doctora. Soy una mujer importante». Esta imagen resultaría perfecta para utilizar en una lección magistral universitaria, de esas que se impartían cuando las universidades eran universidades, y no un lugar donde crear espacios seguros para niñatos lloricas.
¿Hasta cuando, ciudadanía española, nos quedaremos inertes ante tanta tropelía? ¿Tendremos que llegar a pasar hambre para salir en masa a la calle a exigir un cambio de gobierno?
¿Qué se aprendería en dicha lección magistral? Toda una historia de las ideas y la política desde Mayo del 68 hasta aquí. De cuando el posmarxismo dinamitó el marxismo, olvidando su orientación económica, para centrarse en victimizar a minorías que posteriormente acabarían dominando el discurso, el famoso relato. Todo esto en connivencia con un conservadurismo vendido a un liberalismo reducido a la interpretación del mundo en términos estrictamente mercantiles. Así pues, el feminismo actual –supuestamente de izquierdas- acaba en un pensamiento clasista, según el cual la mujer debe ser importante, y dicha importancia se basa en un estatus social asociado al trabajo y los estudios. Qué individualista es esto del querer ser importante. Oigo desde aquí a Karl Marx tirándose de los pelos desde su tumba.
Seguiría con los motivos por los que Irene Montero está en lo alto del podio para merecer un buen quosque tandem, y eso que la competición está muy reñida. Podría decir que ya tiene que haber esculpido Zeus tu cara con el acero más resistente como para volver a convocar las manifestaciones feministas en medio de todas estas circunstancias. Sin embargo, esto sería caer en lo que define con más precisión a nuestra generación: el victimismo. Así que, después de haberme despachado a gusto, señalaré quién se merece un verdadero Quosque tandem: yo misma. Es más, merezco que baje desde el Cielo mi abuela y me lo suelte indignada: «Hija mía, vivimos una guerra, pasamos muchas penurias, ¿y estáis dejando que destrocen España de esta manera tan burda, con tal desfachatez? ¿Hasta cuándo seguirás en tu casita sin mover un dedo para cambiar algo? Quosque tandem, Mariona?».
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