Ricardo Calleja | 07 de mayo de 2021
Ayuso y Madrid no son el Mesías y la Tierra Prometida. No nos engañemos. Pero era necesario encastillarse frente a Sánchez y sus aliados. Y ha dado resultado.
El exitoso «empaquetado» de temas y lemas de la campaña de Isabel Díaz Ayuso no debe reproducirse en otras circunscripciones electorales, tampoco en la nacional. Pero eso no significa que no pueda aprenderse nada. En concreto, el gran lema de la libertad exige ser comprendido, para poder usarlo con prudencia.
La libertad ha sido el gran motto en Madrid. Mi intuición es que ni la derecha ni, por supuesto, la izquierda -enrabietada con la derrota- han entendido bien qué libertad es la que encarna Ayuso y han votado los madrileños. Esta matización de analista suena cansina, pero creo que puede servir para entender la victoria del 4M y forjar las siguientes. Primero veamos qué han entendido por la libertad de Ayuso la izquierda y la derecha.
La izquierda reaccionó con esa fatal arrogancia teñida de puritanismo: «Esto no es libertad, es libertinaje», predicaban desde los púlpitos. «Es una irresponsabilidad frente a las medidas necesarias para combatir la pandemia». «Prefieren bares abiertos a UCI vacías». Pero estos falsos amigos del bien común no han ofrecido ni un modelo de vida esperanzador, ni seguro, ni próspero.
Por otro lado, Ayuso ha esgrimido el exitoso «a Madrid uno viene a que le dejen en paz», a «no cruzarse con su expareja», a «vivir a la madrileña» «pagando impuestos bajos». Todo esto ha resonado en el electorado frente a la falta de transparencia y dación de cuentas del Gobierno, a la evidente arbitrariedad de algunas medidas de contención del virus, al crecimiento insidioso del poder, y al abrasivo asedio mediático teñido de madrileñofobia y de histrionismo antifascista.
Pero esto no es todo lo que supone Ayuso. A riesgo de abusar de etiquetas, pienso que conviene deslindar tres niveles de libertad que Madrid ha encarnado, ofreciendo un modelo de sociedad y de gestión de la pandemia alternativos y atractivos: la libertaria, la liberal-economicista, y la comunitaria (Nota: es obvio que ni Ayuso en persona ni sus votantes en general tienen por qué ser reflexivamente conscientes de estos matices que expongo. Pero, si tengo razón, sí comparten en buena medida estas intuiciones morales y políticas, que explican sus acertadas reacciones en el último año).
La libertad política tiene siempre un detonante libertario: una libertad aristocrática frente al poder que se entromete y mangonea. Una opción fundamental por la libertad y la responsabilidad frente a la falsa seguridad del estatismo providente. Desde las caceroladas de Núñez de Balboa se ha venido cociendo un ambiente de resistencia cívica al sanchismo. Además, esta aspiración ha sido encauzada en las tabernas madrileñas, cada noche hasta las once, con flexibilidad. Cuando uno participaba de ese rito viniendo de Barcelona –por ejemplo- le salía del alma brindar al filo del toque de queda: «Por Isabel». ¿Estamos hablando de un libertarianismo disolvente de las costumbres? Solo para los mojigatos. ¿Peligroso para la salud? Los datos confirman que no más que ir al trabajo.
En el segundo escalón, el liberalismo (fundamentalmente económico, aunque no solo) ha permitido entender a los madrileños que la actividad económica no puede detenerse. Que la planificación centralizada de la lucha contra la pandemia –aunque a primera vista superior al sálvese quien pueda- no garantiza la eficacia, y desde luego no es eficiente. Seguir trabajando, seguir saliendo de casa, mantener las principales industrias locales con vida, no solo evita el derrumbe económico, sino que es una dimensión crucial de la vida de las personas, que no pueden confinarse indefinidamente sin daño de su salud mental, física y social.
Pero hay un tercer nivel de la libertad, que incluye los anteriores pero los completa y ordena: la libertad comunitaria, por llamarla de alguna manera. Es decir, la libertad positiva que permite participar en el cultivo de bienes comunes, de relaciones significativas, con otras personas. El animal político no solo cohabita en la ciudad para cubrir sus necesidades básicas, sino también para alcanzar un modo de vida bueno, superior. Un modo de vida en el que lo más importante no es la salud, la mera supervivencia, sino hacer algo valioso con la propia vida en servicio de los demás: educar a la juventud, trabajar juntos para servir a las necesidades ajenas, deliberar sobre el bien común, cultivar la belleza y compartirla, adorar a Dios, honrar a los muertos. Una libertad que no es puro constructivismo emancipatorio, sino siempre respuesta agradecida al orden heredado. Libertades comunitarias que no son meras «opciones de consumo» que cada uno puede pagarse de su bolsillo, sino fuente de relaciones socialmente valiosas.
Esas intuiciones han demostrado ser una forma eficiente de combatir la pandemia, que ha equilibrado razonablemente los bienes en juego a la vez que ofrecía un modo de vida esperanzador
Una de las libertades comunitarias más importantes es la libertad política, apoyada en virtudes cívicas. Ahí está la apelación de Ayuso a la convivencia y a la concordia, y la recurrente llamada a los jóvenes a la cultura del esfuerzo. Cierto es que la campaña y el debate público han estado lejos de constituir una esfera de deliberación racional. Pero esas son las reglas del juego, y Ayuso ha sabido jugarlas… y ganar, sin ceder a la tentación del antagonismo guerracivilista.
En el discurso de Ayuso a veces se desdibujaba la primacía de esta libertad comunitaria, como en ese tuit donde celebraba la libertad para ir de compras, a misa o a los toros, de modo indistinto. Como digo, creo que la campaña no respondía a una teoría moral coherente, sino a unas intuiciones bien arraigadas. Esas intuiciones han demostrado ser una forma eficiente de combatir la pandemia, que ha equilibrado razonablemente los bienes en juego, a la vez que ofrecía un modo de vida esperanzador. Y esto, aunque tenga costes, no daña el tejido social, sino que lo mantiene vivo. Un tejido social que nace de abajo arriba, con el apoyo de los servicios públicos por supuesto; frente a una sociedad de solitarios, cuidados por funcionarios pagados con impuestos que dificultan la actividad económica y la creación de empleo.
Los ayusers no son libertarios. O no deberían serlo. A la vez, Ayuso y Madrid no son el Mesías y la Tierra Prometida. No nos engañemos. Pero era necesario encastillarse frente a Sánchez y sus aliados. Y ha dado resultado. Nos esperan aún otros encastillamientos en otros territorios, que deberán construirse con unos temas, lemas, liderazgos y alianzas distintos, específicos.
Estos son solo los primeros pasos para reconstruir la Ciudad, donde cultivar la libertad comunitaria.
He aquí que el exitoso modelo tributario de Madrid es puesto en cuestión por algunos. Y, cuando vienen unas elecciones autonómicas, se ven obligados a combatir en un terreno en el que no querían combatir.
Frente al cuerpo incorrupto de Gabilondo, el insepulto de Edmundo o la incineración de Iglesias, el cuerpo glorioso de Díaz Ayuso nos ilumina con una luz que no es suya, y en la que no cree.