Jaime García-Máiquez | 07 de mayo de 2021
Frente al cuerpo incorrupto de Gabilondo, el insepulto de Edmundo o la incineración de Iglesias, el cuerpo glorioso de Díaz Ayuso nos ilumina con una luz que no es suya, y en la que no cree.
En uno los cursos de verano que hacía la Fundación Rafael Alberti de El Puerto de Santa María, vino a dar una charla Félix Grande (1937-2014), uno de tantos poetas comunistas con menos interés que biografía. El Gobierno socialista lo hizo director de la revista Cuadernos Hispanoamericanos, y al llegar Aznar en 1996 lo echaron; él y sus camaradas montaron uno de esos pollos que más parecían un gallito Brahma, y el PP lo devolvió a su puesto rápidamente.
En fin, batallas… Todas perdidas, por supuesto. En un momento de su intervención, con esa voz sacerdotal y triste que tenía, dijo que iba a recitar el mejor verso de la literatura universal. Vaya, pensé, y me incorporé en el asiento, afilé los ojos, levanté un milímetro mis entumecidos oídos, y escuché aquello de «Murió mi eternidad y estoy velándola». El verso por sí solo es muy bueno, pero con el poema en prosa que escribió delante César Vallejo (1892-1938) es mejor. Qué genial fue a veces, muy de vez en cuando, aquel áspero y fiero poeta peruano. Cuando le suena la flauta, solo es comparable al checo Vladimír Holan (1905-1980). El poema tiene un título magistral, La violencia de las horas, y en él va citando a aquellos personajes que poblaron su pueblo, su infancia, su «eternidad»: «Todos han muerto», comienza drásticamente. Cuando uno se va haciendo mayor se va llenando de muertos, y de alguna forma en su manera de mirar el mundo, de entender la vida, los recuerda y los vela.
Y esto lo digo por que la sensación que me han dejado las elecciones del 4M es que todos han muerto, aunque sea un poco, como en el poema de Vallejo. Todos menos el PP, que ha ganado las elecciones… O, más exactamente, que le han ganado (Sánchez e Iglesias) las elecciones. O mejor, todos han perdido las elecciones menos el PP.
La izquierda ha fracasado en bloque al verse aplastada por la abrumadora victoria de Ayuso, y la derecha de Vox ha logrado solo un escaño más, cuando los éxitos del pasado reciente le hubieran pronosticado un crecimiento mucho mayor. El que ha ganado es el PP, sí. Ha arrasado, aunque gracias al desgaste del Gobierno, a una izquierda dividida y al miedo a padecer en Madrid el mismo Frente Popular que sufrimos en España.
Parecía que tras las elecciones catalanas el PP se iría a pique, pero la traición de Cs en Murcia y previsiblemente en Madrid, el maltrato de Sánchez a la capital (es decir, a Ayuso, encumbrándola) y la equidistancia irritante de Iglesias a lo que no sea la Revolución bolchevique le dio el balón de oxígeno que necesitaba el partido para convocar elecciones y movilizar a su electorado (y al que no lo es tanto), el voto útil (e inútil), a izquierda (Cs) y derecha (Vox), arriba (católicos) y abajo (agnósticos). Hay que reconocer que un partido como este, fundado por un ministro de Franco que era a la vez amigo íntimo de Fidel Castro, está predestinado a la supervivencia a costa de lo que sea, al éxito irremediable de la especie.
Casi lo primero que ha dicho una pletórica Ayuso al salir al balcón de la sede nacional es que va a respetar a todos los madrileños, tengan la bandera que tengan, y ha señalado a una del colectivo LGTB que bailaba enloquecida bajo sus pies de barro. Centésimas después hubiera podido decir -y quizá lo hizo- que respetaría a la familia tradicional, y se hubiera quedado con la misma cara, con la misma sonrisa. Es el viejo problema de confundir «el todo vale» con el «todo vale lo mismo». Es en esencia confundir la manoseada Libertad con el Libertinaje.
Con esto lo que quiero decir es que de los muertos de la noche electoral el único cadáver que hiede es el del PP. Frente al cuerpo incorrupto de Gabilondo, el insepulto de Edmundo o la incineración de Iglesias, el cuerpo glorioso de Díaz Ayuso nos ilumina con una luz que no es suya, y en la que no cree. Es el único partido que juega a dos bandas con sus votantes, el único que como Jano -el dios de las puertas (¿giratorias?)- tiene dos caras. No me extrañaría que esa gigantesca maquinaria de conseguir votos que es el PP, una vez desaparecido Cs, es decir, reabsorbido el centro, volviera poco a poco sus excavadoras, sus «excavavotos», hacia la derecha, con pequeños y calculados gestos de implicación moral. Y, probablemente, Vox le ayudará a hacerlo.
Qué batallas, ¿verdad? Y cuánto aprende uno perdiéndolas. Una vez me encontré en la azotea del Círculo de Bellas Artes a Félix Grande, uno o dos años antes de que muriera. Le agradecí haber descubierto a César Vallejo a través de aquel verso que recitó una noche de verano en El Puerto. Me contestó que a él le gustaba sobre todo la primera parte, «Murió mi eternidad», y yo le dije que la segunda, «y estoy velándola». Se sonrió. El PP ha ganado las elecciones madrileñas. Que otros celebren su victoria; yo estoy velándola.
Díaz Ayuso asciende al trono del poder de manera implacable. Da gusto verla, guapísima y feliz. Pero a cada paso que da se balancea en una fina cuerda de equilibrista por culpa de las contradicciones de su propio partido.
Ayuso y Madrid no son el Mesías y la Tierra Prometida. No nos engañemos. Pero era necesario encastillarse frente a Sánchez y sus aliados. Y ha dado resultado.