Juan Milián Querol | 08 de julio de 2020
El caso Dina ha provocado que Pablo Iglesias fije en los periodistas críticos su nuevo objetivo. Al vicepresidente del Gobierno le gustaría controlar a todos los informadores como controla los móviles de sus asesoras.
El caso Dina, a medio camino entre la telenovela y una serie de mafiosos, muestra la hipocresía de Podemos en todo su esplendor. Los que imponían la perspectiva de género hasta destrozar el diccionario resulta que son guiados por un machista redomado. De azotador a protector, Pablo Iglesias presume de actitudes que serían duramente censuradas en un político de cualquier otro partido. Sin embargo, el asunto afronta un proceso judicial que amenaza con destapar no pocas vergüenzas y el ya no tan amado líder empieza a ponerse nervioso.
No esperemos unas disculpas, ni una rectificación. El macho alfa del victimismo ni se equivoca, ni pide perdón; simplemente dobla la apuesta y se va a la campaña gallega, no a hablar del mando único durante la pandemia, ni de la gestión de la crisis económica que no ha hecho más que empezar, sino de sus problemas personales con la libertad de prensa. Se revuelca en el barro con sus ataques furibundos a periodistas y medios. Los de Podemos habían repetido hasta la saciedad el mantra de las «cloacas del Estado» en la campaña de 2019. Hoy, sabemos por El Mundo que lo de convertir los molinos en gigantes había sido un plan diseñado por la consultora Neurona, que también había trabajado para Evo Morales y Nicolás Maduro y que está siendo investigada por la Fiscalía de Bolivia.
Ahora hacen listas, con nombres y apellidos, de periodistas desafectos al partido o afectos a la verdad. Esto ya lo hizo el procés catalán, vanguardia del populismo español, que entre el señalamiento y la subvención está dejando a los medios catalanes huérfanos de talento y vocación. En el caso de la inquisición podemita, Vicente Vallés ha sido declarado culpable de ponerlos ante un espejo. El periodista de Antena 3 dijo lo que ellos decían. Dijo lo que dice el juez. Y, en todo caso y como se preguntaba Carlos Alsina, «¿dijo acaso algo que no sea cierto?». Quizá ese sea el problema. La verdad es un obstáculo para las aspiraciones de los trileros de la política.
Repetir las palabras que los líderes de Podemos profirieron en el pasado les supone hoy una afrenta. Solo por recordar, sin emitir ningún juicio de valor, cualquiera de las frases de los líderes de Podemos sobre Venezuela o ETA conlleva que te cuelguen la etiqueta de crispador. Los «machirulos» van de víctimas, porque así creen legitimar sus ataques a la libertad. Algunos tuits, con más autoritarismo que ortografía, se sitúan en estándares predemocráticos. Así, el de Juan Carlos Monedero, que señala que la libertad de prensa no es para los periodistas, nos muestra cómo usar las nuevas tecnologías para defender malas y viejas ideas. Los periodistas deben propagar la voluntad del pueblo y el intérprete de esta es el líder del partido, nos vienen a decir.
Como siempre pasa con Podemos, estábamos avisados. Su prepotencia los llevó a dejar sus intenciones grabadas en sus conferencias o escritas en sus tesis. Sus referentes nunca fueron los socialdemócratas escandinavos. Poco análisis sobre políticas públicas hay en sus trabajos, y mucho sobre cómo asaltar el poder y mantenerse en él contra viento y marea. Recordemos que la primera crisis importante entre Podemos y PSOE fue, justo tras la moción de censura a Mariano Rajoy, por el control de Radio Televisión Española. La exhibición de fuerza de Iglesias sentó, entonces, mal a los socialistas, más por la humillación a su partido que por el descrédito en el que sumían a los medios públicos.
Que existan medios privados ataca la libertad de expresiónPablo Iglesias
Y es que a Iglesias le gustaría controlar a todos los periodistas como controla los móviles de sus asesoras. Nunca ha escondido sus instintos. Lo haría, obviamente, por nuestro bien. No sean malpensados. Él ha venido a protegernos de la verdad. Así, se entiende que su obsesión durante la pandemia fuera la de protegernos, no del coronavirus, sino de la verdad del coronavirus. Había que saltarse la cuarentena para mostrar un mando único que, tras la evidente negligencia de su gestión, volvió a las sombras. Esconden todo lo que no les interesa electoralmente, lógico, pero a veces se les va la mano contra la decencia. Esconden el número de muertos y esconden el funeral, pero nos explican que Fernando Simón va en moto y que no plancha ni sus arrugadas camisas, ni sus chulas camisetas.
Parece que el objetivo de la nueva izquierda es convertir la sociedad de ciudadanos libres en una masa de adolescentes aborregados, que se sienten ofendiditos por lo que pasó en otros siglos, mientras relativizan los golpes de sus líderes a los pilares de la democracia actual. Algunos andan muy preocupados por Hungría y Polonia, pero el retroceso en libertades que se vislumbra en las palabras de los Iglesias, Echeniques y Monederos es pavoroso. Y lo peor, no sabemos si el PSOE consiente o comparte, porque ni una palabra de Pedro Sánchez hemos escuchado sobre los desmanes de sus socios de gobierno.
El problema no es simplemente una cuestión de formas, como señalan algunos artistas de la equidistancia. Es también el fondo. Para apreciarlo solo hay que transcribir las palabras de Iglesias en 2013. Todo lo dejaron escrito o grabado. «A mí me gustaría que un partido de izquierdas ganara las elecciones y me nombrara director de una televisión pública», señaló, al mismo tiempo que advertía: «Que existan medios privados ataca la libertad de expresión». La libertad para Podemos es el silencio del resto. No es simplemente una cuestión de formas.
Podemos no es genuinamente Gobierno, pues no se considera parte del Ejecutivo de un régimen que detesta. Pero sabe perfectamente que está en el Gobierno y no duda en aprovecharse de ello en favor de sus objetivos.
El economista afirma que la formación de Pablo Iglesias quiere seguir la estrategia de Varoufakis en Grecia y «llevar el país al borde del colapso y decir más adelante que ellos no aceptan las condiciones».