Juan Pablo Colmenarejo | 08 de septiembre de 2020
Pedro Sánchez sabe que sacar adelante los presupuestos le garantiza acabar la legislatura. Si consigue pasar el examen, ya no le preocupará Iglesias, salvo para quedarse con buena parte de sus votos, que para eso el PSOE es el grande y Podemos el chico.
Pedro Sánchez vive al día. Desde hace dos años ha dejado constancia de su pericia para ir salvando obstáculos. El presidente del Gobierno constata con su resistencia que no le afecta. Debe ser que en la Moncloa la piel se endurece como la de un rinoceronte. No es el primer caso. El lunes 31 de agosto, con el bronceado en aumento gracias a los focos, reunió a la flor y a la nata del poder empresarial español. Sánchez se rodeó de los ejecutivos del IBEX 35 para inaugurar una semana de puesta en escena. El desfile de los líderes parlamentarios por el Palacio de la Moncloa redondeó la sensación -es de lo que se trata- con el encuentro de máximo nivel en la Casa de América. Desde que tocó poder, tras la moción de censura, con la reválida al segundo intento de investidura, se ha limitado a gobernar por decreto y órdenes ministeriales, llenando a rebosar el aparato de la Administración con mandato de larga estancia. Sánchez les dijo a los ejecutivos que hay 40 meses por delante. La cifra es redonda. Cuatro meses de 2020 y los tres años siguientes. Con su solo presupuesto es suficiente. Con los del PP prorrogados ya ha demostrado que el tiempo no es un problema. Las cuentas de Cristóbal Montoro habrán estado en vigor, a finales de este año, durante 30 meses.
Sea como fuere, habrá presupuestos. Y, como ha dicho la vicepresidenta Carmen Calvo (EL PAIS, 6-9-2020), «es secundario con quién salgan los presupuestos, la meta es sacarlos». La elaboración de los presupuestos se ha convertido en la siguiente tabla de salvación. Como suele explicar el profesor Javier Redondo: «Sánchez e Iglesias son dos náufragos que se necesitan mutuamente». Desde el comienzo de la legislatura, Sánchez achicó el espacio, se desdijo de la campaña y firmó con Iglesias a toda prisa para nueve meses. Ahora hay que volver a ganar tiempo. Desde que soltó de sus manos el control de la gestión contra la epidemia se ha quedado al margen, dejando que sean los demás los que se electrocuten en el día a día. Se ha quedado mirando, repartiendo culpas por los rebrotes. Desde su atalaya contempla el horizonte sin mirar el descampado que deja atrás. Sacar adelante los presupuestos ya garantizaba una legislatura de cuatro años antes de la epidemia. Ahora proporcionan esos dineros de la Unión Europea, imprescindibles para llegar a cada fin de esos 40 meses.
La financiación cubre todo ese tiempo, empezando por los ERTE y terminando por los gastos disparados en las 17 sanidades en las que está dividido el sistema nacional de salud. La vicepresidenta Nadia Calviño recordó en el Congreso que el 15 de octubre termina el plazo para presentar a Bruselas un proyecto de presupuestos. La verdadera negociación tendrá lugar fuera de España. Si Sánchez consigue pasar el examen, ya no le preocupará Iglesias, salvo para quedarse con buena parte de sus votos, que para eso el PSOE es el grande y Podemos el chico. Ya sabe lo que ocurre con una coalición en las siguientes elecciones. El vicepresidente Iglesias no romperá, porque fuera ya no hay nada. Su proyecto político ha empequeñecido y lo ocurrido en Galicia y en el País Vasco es la confirmación definitiva de su declive.
¿Qué ocurre, mientras tanto, con los españoles? Nada que no sepamos. La resignación ante la epidemia y la nula eficacia de nuestras Administraciones para rectificar los errores, como han hecho los países más avanzados, dejan a los ciudadanos sometidos a una zozobra diaria mientras crece, voraz, la inquietud por el futuro. Las reformas que necesita el conjunto del Estado quedan de nuevo a la espera. Mientras no llegue el impulso europeo, como ocurrió con la privatización y el rescate de las cajas de ahorro, nadie se atreverá a hacer nada. La fusión de la Caixa y Bankia es una vieja operación que ahora se va a hacer bajo la presión de un Banco Central Europeo que mira con temor los números de las entidades españolas en general. Si antes era una preocupación, ahora con la epidemia es un hecho el bajón del negocio. La reordenación del sistema financiero español se hace en Fráncfort, no en Madrid. Y así pasará con todo lo demás. España es incapaz de arreglar sus problemas.
Sánchez ha demostrado desde que llegó que no quiere ser un presidente reformista, solo el presidente.
Pedro Sánchez chantajea a los ayuntamientos, a las autonomías. Chantajea a Ciudadanos por una foto. Y chantajea a la sociedad civil con unos fondos europeos que él controlará para aniquilar toda crítica.