María San Gil | 09 de marzo de 2021
Cada año creo menos en la reivindicación en favor de los derechos de la mujer de todos estos grupos radicales, comunistas, batasunos y separatistas; tengo la impresión de que solo es una excusa más para su proyecto de ingeniería social.
Este 8 de marzo de 2021 se puso de manifiesto, de forma más palmaria que nunca, que lo que se pretende con la mayoría de las manifestaciones feministas que han tenido lugar, salvo en Madrid, durante ese día no es la reivindicación de los derechos de las mujeres (casi todos ya conseguidos en España), sino hacer un acto de mujeres enfadadas y ofendidas por el hombre y su comportamiento durante siglos.
Cada año creo menos en la reivindicación en favor de los derechos de la mujer de todos estos grupos radicales, comunistas, batasunos y separatistas; tengo la impresión de que solo es una excusa más para su proyecto de ingeniería social, para cambiar la sociedad renegando de nuestras raíces y valores cristianos, para imponernos el guion de su ideología de género, en el que los hombres, por el mero hecho de serlo, se convierten en nuestros enemigos y la mujer tiene que renunciar a su instinto maternal, a su papel imprescindible en la familia, a identificarnos, como bien dice monseñor Munilla, con el «Feminismo Femenino».
El 23 de febrero, en el Congreso de los Diputados, la portavoz de Bildu (directora del periódico proetarra Gara de 1999 a 2004 y condenada a un año de cárcel por apología del terrorismo) leyó en la tribuna la lista de las 1.081 mujeres asesinadas por sus parejas desde 2003. Volvió a su escaño vitoreada por todos los diputados presentes en la Cámara; de ¡todos! los partidos, excepto por los diputados de Vox.
Me indigna que se aplauda a una dirigente de Bildu (marca actualizada de Batasuna, que a su vez es el brazo político de la banda terrorista ETA), condenada y no arrepentida. No entiendo cómo sus señorías pueden obviar y olvidar quién es esta mujer y lo que representa, es incompatible ser de Bildu y defender ninguno de los derechos humanos elementales, porque debería empezar por defender el derecho a la vida, cosa que ni hizo -ni piensa hacer- con los casi mil asesinados por la banda terrorista, banda que ellos ampararon y que aún hoy defienden. Y, sin embargo, nuestros diputados -menos los de Vox, todo hay que decirlo- no tuvieron la valentía de separar el grano de la paja y prefirieron aplaudir a una batasuna -colocándose en la comodidad de lo políticamente correcto- que sufrir cualquier tipo de crítica, que sumarse a la mayoría cínica, hipócrita y falsaria.
Me indigna que esta batasuna lamente con tanto dolor esos asesinatos y se olvide de condenar las 44 mujeres (2 de ellas embarazadas) y las 14 niñas asesinadas por ETA. Ella, condenada por apología de terrorismo, se atreve a darnos lecciones de cómo solidarizarnos y recordar a todas esas mujeres que fallecieron a manos de sus parejas. Triste paradoja la de que las asesinadas por la banda terrorista no merezcan su solidaridad y, de paso, tampoco la de sus señorías que, al aplaudir, las han olvidado sin remordimiento.
Debe de ser que ellas eran mujeres de segunda clase, igual que las mujeres de los guardias civiles de Alsasua agredidas, o las políticas de Vox apedreadas por los radicales. No comprendo cómo se pueden defender los derechos de las mujeres y solidarizarse contra sus agresiones con una doble vara de medir: hay mujeres que se lo merecen y otras que no, y por supuesto es el Frente Popular quien dictamina qué mujeres son dignas de solidaridad y cuáles de desprecio o simplemente de indiferencia.
El 8 de marzo de 2020 fue el inicio de una agonía pandémica que dura ya un año y, a pesar de los 100.000 muertos por el coronavirus, el durísimo confinamiento, la crisis económica que ha generado el cierre de tantos y tantos bares, restaurantes, comercios, pequeñas empresas… Y las secuelas psicológicas que de este año tan anormal se van a derivar, los comunistas y las feministas radicales querían volver a manifestarse en la calle, porque por encima de la salud pública está la reivindicación radical. Me hubiera gustado que este año las autoridades hubieran impedido, en toda España, estas manifestaciones, ahorrándonos así el lamentable espectáculo de soflamas y reivindicaciones demagógicas, por no hablar del muy probable contagio masivo como el que se produjo el año pasado.
A quien más a gusto le imprecaría –entre enfadada y sorprendida por su capacidad para no conocer límites- el inicio de las Catilinarias sería a Irene Montero: «¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?».
La huelga feminista pretende ser un punto de inflexión en la lucha por la igualdad. La politización de esta iniciativa ha generado una polémica que analizamos en EL DEBATE DE HOY con diferentes voces autorizadas.