Jorge del Corral | 09 de agosto de 2019
Mantener la tradición fortalece al Estado, aunque esta vez Pedro Sánchez tuviese poco que despachar con S.M. el Rey.
El Rey debe recurrir a referentes incontrovertibles para sacarnos del atolladero.
Ramón Jáuregui y Felipe González son dos candidatos de contrastada solvencia.
Un Estado que mantiene sus costumbres y tradiciones contra viento y marea es un Estado fuerte. Es lo que ocurre en el Reino Unido, en Suecia, en Dinamarca, en Noruega, en Japón, países admirables con monarquías centenarias que son también los más prósperos y avanzados del mundo, social y económicamente.
Por eso han hecho bien el Rey y Pedro Sánchez en celebrar el tradicional despacho de verano en el Palacio de Marivent, aunque hubiese poco que despachar con un presidente de Gobierno en funciones, una actividad gubernamental lastrada por el bloqueo político y dos fracasos para cumplir con el encargo de lograr la investidura que le hizo S.M. al líder socialista el 6 de junio, tras ganar las elecciones generales del 28 de abril.
Pero la tradición manda y hay que fortalecer España con actos como este, si bien al señor Sánchez le sirvan también para pavonearse. Está en su derecho. Como lo está para reunirse con lo que llama la sociedad civil, en la que incluye a notables minorías y excluye a relevantes mayorías, como esa clase media a la que olvida, exprime y empobrece.
Saber todo lo que hablaron el jefe del Estado y el jefe del Gobierno en la reunión y posterior almuerzo será difícil, aunque en la declaración ante la Prensa Sánchez dijera lo que dijo, que no es el todo pero sí una parte. Tardó diecisiete minutos, de sus dieciocho de intervención, en declarar lo más importante y obvio: que “no soy candidato”.
El resto lo dedicó a calificar de “cordial” el despacho con S.M. y subrayar que habían tratado asuntos de Consejo de Ministros, y hablado sobre la actualidad política, económica y social. Sin quererlo, Sánchez elogió la política económica y laboral de Mariano Rajoy, al declararse orgulloso del crecimiento del empleo, de la afiliación a la Seguridad Social y de la situación económica de España, reconocida -dijo- por todos los organismos nacionales e internacionales.
Sin quererlo, Sánchez elogió la política económica y laboral de Mariano Rajoy
Y como Sánchez sigue en campaña electoral, parte del tiempo lo consumió en endurecer su discurso contra Unidas Podemos (la desconfianza es “reciproca”) y en presionar al PP y a Ciudadanos, a quienes acusó de gobernar con “la ultraderecha” en algunas Administraciones, para que faciliten su proclamación.
También cabe que el Rey le haya dicho a Sánchez que, tras su fracaso en la investidura, la iniciativa ha vuelto a él en virtud del apartado cuarto del artículo 99 de la Constitución (4.- «Si efectuadas las citadas votaciones no se otorga la confianza para la investidura, se tramitarán sucesivas propuestas en la forma prevista en los apartados anteriores») y, en consecuencia, que designará otro candidato y, si no lo encuentra, dejará transcurrir el plazo que marca el punto cinco de ese artículo: 5. «Si transcurrido el plazo de dos meses, a partir de la primera votación de investidura, ningún candidato hubiere obtenido la confianza del Congreso, el Rey disolverá ambas Cámaras y convocará nuevas elecciones con el refrendo del presidente del Congreso».
Y entre otros candidatos cabrían dos socialistas de una pieza, contrastada solvencia y defensa a ultranza de la Constitución: Ramón Jáuregui y Felipe González. Ambos cumplen con creces el artículo 11 de la Ley 50/1997, de 27 de noviembre, que señala que para ser presidente del Gobierno se requiere ser español, mayor de edad, disfrutar de los derechos de sufragio activo y pasivo, así como no estar inhabilitado para ejercer empleo o cargo público por sentencia judicial firme. En definitiva, que no es necesario ser diputado.
En el actual bloqueo parlamentario y tras el nuevo desencuentro de las dos almas históricas de la izquierda española en el Gobierno de España, corresponde un nuevo encargo de Felipe VI antes de que avoquemos a otros comicios en otoño porque ninguno de los jefes de fila del Congreso reúne los atributos y apoyos necesarios para formar un Gabinete estable que defienda los intereses del país, aporte centralidad y resuelva los problemas de los ciudadanos. Su carencia de sentido de Estado y los odios africanos que se profesan los abocan al fracaso y al hastío del votante, instalado peligrosamente en el pesimismo antipolítico.
González y Jáuregui cumplen los requisitos, son miembros del partido ganador y pocos se opondrían a su elección, que a buen seguro sería con abrumadora mayoría de síes del PSOE, PP, Ciudadanos, Vox, Coalición Canaria, Navarra Suma y Partido Regionalista de Cantabria.
En Italia, país al que cada vez nos parecemos más políticamente, el jefe del Estado no se anda con rodeos y cuando un ganador es incapaz de ponerse de acuerdo para alcanzar mayoría, el presidente de la República corta de raíz el nudo gordiano, nombra a una persona de prestigio y esta obtiene pronto los apoyos y gobierna con un programa político que es la síntesis de los mayoritarios y que denominan Gobierno técnico de transición. Romano Prodi y Mario Monti fueron dos buenos ejemplos y formidables condotieros del país transalpino.
El Rey debe arriesgar y, quizás, recurrir a referentes incontrovertibles para sacarnos del atolladero
En España, escasa de cultura política y huérfana de una nueva hornada de políticos de luz larga, respetuosos con las leyes y la Constitución y capaces de renunciar a sus intereses para alzarse por encima de ellos y cabalgar los generales del país, el Rey debe arriesgar y, quizás, recurrir a referentes incontrovertibles para sacarnos del atolladero y de paso dar una lección a los que dicen representarnos.
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