Luis Núñez Ladevéze | 09 de diciembre de 2019
Solo queda confiar en la regeneración del Partido Socialista y en que la juventud de Pablo Casado no sea bisoñez, su estrategia no sea apresuramiento y su programa no esté supeditado a su provecho ni al de la formación.
La constitución de las nuevas Cámaras surgidas de las terceras elecciones ha ofrecido un inquietante espectáculo. Una derecha fraccionada ha entregado la Mesa del Congreso a una izquierda que lo domina gracias al independentismo. Esta derrota estratégica se ha visto decorada por los infamantes juramentos de los congresistas. No hace falta ser jurista para comprender que un juramento no puede ser contradictorio. Lo es cuando se jura lo contrario de lo que se exige que jure. El juez dice: “Jura usted que va a decir la verdad, toda la verdad y solo la verdad”. El testigo contesta: “Señoría, juro por mis motivos personales, por quienes piensan como yo y por las doce rosas”.
Se puede comprender que el ánimo ciudadano se sienta decaído al contemplarse en la clase política. ¡Vaya tropa! Pero no se olvide. Quienes se quejan, los han llevado al escaño. Que el pueblo no se equivoca cuando vota es una majadería. El pueblo se equivoca si está desorientado. Y se equivoca más cuando, llamado a rectificar, no acierta a hacerlo.
El escenario puede llevar a indignación o a desesperanza. Pero ni una cosa ni la otra son buenos consejeros en la vida, ni en la personal ni en la común. Falta el liderazgo visible que aglutine al pueblo español en torno a un proyecto que devuelva la ilusión, el afán animoso que vivimos hace cuarenta años cuando iniciamos el meritorio proceso de la transición a la democracia.
Hay que reconocer ahora las reservas invisibles del liderazgo. Tenemos un rey prudente y discreto, que ha demostrado serlo cuando dio el paso que había que dar porque hubo que darlo. No puede apresurarlo, porque ir más allá sería propasarse en su función moderadora. Pero está ahí, parte esencial de nuestro sistema de convivencia.
Disponemos de minorías selectas, profesionales bien formados, disciplinados, responsables. Minorías silenciosas. No van más allá de donde constitucionalmente deben, cumpliendo diariamente órdenes de un Gobierno legal por discutibles que fueren. La Armada, el Ejército, las fuerzas de orden público, la Guardia Civil, corporaciones profesionales como jueces y fiscales, que, aun condicionados por los avatares políticos, muestran, mayoritariamente, respeto a su función preservando su independencia.
Aquella prensa que no se deja apabullar por la demagogia. Millones de especialistas, de padres y madres que trabajan honradamente para asegurar el porvenir familiar. Esta realidad subyacente a las apariencias también la debemos a la democracia. Es un baluarte frente al abatimiento transitorio. Para impedir que medio pueblo de Cataluña sea sojuzgado por otro medio pueblo desquiciado por el populismo emocional que alienta la sedición, hay que saber que la verdadera España no está ausente, late bajo la demagogia militante del lenguaje político ominoso. Vivimos del ambiente, puro o viciado, mientras se recupera la cordura para convivir razonablemente.
Procedemos de una decisión soberana que rubricó un proyecto del que no cabe renunciar porque es el sustrato de la vida pacífica. No estamos donde los exaltados vociferan. Amortizamos los motivos del desencanto. La lacra de la corrupción, causante principal del desasosiego, se paga electoral y judicialmente. Para recuperar el anhelo de la transición democrática habrá que atraer a la otra mitad de catalanes a participar en el quehacer y revitalizar el discurso que unió a nuestros padres y abuelos en torno a una tarea convincente de conciliación y concordia.
Este presente desanimado se parece más al comienzo que al disparate que en el último decenio nos ha traído hasta él. El panorama pinta peor, porque Cataluña está soliviantada y los problemas se han agudizado: partitocracia, gasto público, corrupción, demagogia, deslealtad constitucional. A cambio, depuramos las debilidades, y conocemos los puntos vulnerables. Si hay voluntad de rectificarlos y capacidad de acuerdo, se pueden remediar. Sabemos el punto débil del bipartidismo. Se dejó el papel de bisagra a un nacionalismo más desleal cuanto más recibía.
Falta el liderazgo visible que aglutine al pueblo español en torno a un proyecto que devuelva la ilusión
El desmoronamiento de Ciudadanos no es una mala noticia. La fragmentación de la derecha ahora puede remediarse. No estamos en el pluripartidismo incontrolable, sino en el cuatripartidismo original, cuando la UCD o el PSOE, con rivales a su derecha y a su izquierda, Alianza Popular y Partido Comunista, tenían que gobernar en minoría. Un Partido Socialista desgastado por un líder incapaz de comunicar lo que no puede dar, confianza, respeto y transparencia, tendrá que renovarse. Si no lo hace, el campo quedará abierto al opositor.
La oportunidad depende de que el opositor esté a la altura de las circunstancias. Recuperar el electorado decaído de Ciudadanos, proponer un acuerdo para dejar al descubierto las debilidades socialistas o atraerlos al proyecto democrático que compartieron cuando Felipe González aglutinó al centroizquierda español. Un programa para salir del bloqueo y centrarse en el origen: sustituir el discurso de confrontación y reproches por el de conciliación y concordia. Sin pactismos, para destapar la inaceptable componenda del socialismo con el independentismo y sus aledaños.
Retirado Albert Rivera en su decisión de mayor dignidad, cuyo reconocimiento no lava su error, queda confiar en la regeneración del Partido Socialista y en que la juventud de Pablo Casado no sea bisoñez, su estrategia no sea apresuramiento y su programa no esté supeditado a su provecho ni al del partido. Mostrar un liderazgo al servicio del Estado capaz de ilusionar a los españoles en una tarea de cohesión. No puede ofrecerlo Pedro Sánchez, empecinado en gestionar una interinidad permanente a la que no quedan más muertos por desenterrar que los que imagine el sectarismo de Pablo Iglesias; tampoco Santiago Abascal, impotente para ser respetado por el conjunto de los españoles, propiciador, quiera o no, de la gubernamental alianza erosiva. Para bien de todos, esperemos que el único líder a la vista no defraude y esté a la altura del momento.
El PSOE parece haber olvidado las lecciones del pasado. La asimetría en el trato de Sánchez hacia golpistas y constitucionalistas supera todos los límites democráticos.
Has salido elegido diputado o diputada. Es un honor y una responsabilidad, no una recompensa. Espero que para ti signifique trabajo y servicio a España y a tus conciudadanos.