Alejandro Fernández | 10 de febrero de 2021
El cambio en Cataluña es posible, si se acude a las urnas. Si la sensatez se queda en casa, la mala política volverá a meterse en nuestros hogares.
La pandemia del coronavirus es terrible. El drama humano que ha originado no se puede expresar solamente con cifras. Estamos perdiendo a la generación de nuestros padres y puede frustrar el futuro económico de nuestros hijos. Sin embargo, la historia nos enseña que la recuperación es posible con mejores políticas y Gobiernos sensatos. Si España lidera los peores rankings, no es porque los españoles seamos peores que nuestros vecinos, sino porque el Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias siempre elige la peor opción posible, alejándose cada día más de los países que mejor funcionan en Europa.
Reaccionaron tarde y mal, dando bandazos y también mintiendo, incluso en la cifra de muertos. La gestión del exministro Salvador Illa se resume en su negacionismo inicial contra las mascarillas y la inexistencia del grupo de expertos. Mal empezó un Gobierno cuya misión nunca fue una España mejor, sino una sociedad más dividida. Buscó y consiguió las peores alianzas con tal de arrinconar al Partido Popular, la alternativa más fiable.
Para ello, blanquean a los palmeros de ETA, que han cambiado de nombre, pero no de alma, y pactan con quienes promovieron una insurrección de nueva generación contra las instituciones democráticas en Cataluña. Además, en un momento que requiere pragmatismo y consensos amplios, alimentan permanentemente una guerra ideológica en todos los ámbitos de nuestras vidas. Sacar adelante la reforma acelerada de la eutanasia, cuando han sido incapaces de tratar con dignidad a miles de personas mayores, es un indicio de su falta de escrúpulos. Querer crear un Poder Judicial a medida y una Fiscalía obediente demuestran que el procés ha salido de Cataluña para instalarse también en la Moncloa. Tratan de retener el poder, socavando los pilares de la democracia liberal, poco a poco, procurando no despertar las alertas de las instituciones europeas.
El populismo demagógico de las izquierdas encuentra un terreno común con el populismo demagógico de los separatistas. Para ambos, el fin justifica los medios, y la verdad es un simple obstáculo. Unos se atreven a prometer que vacunarán al 70 por ciento de los españoles este verano o aseveran que no serán candidatos minutos antes de desertar del ministerio. Otros anunciaban repúblicas cinco minutos antes de fugarse en la parte trasera de un coche. Y prometen que lo volverán a hacer, al mismo tiempo que exigen una amnistía. Lo peor es que encuentran la total complicidad de la parte comunista del Gobierno de España que afirma que no somos una democracia. Sánchez, por su parte, calla y otorga, dispuesto a todo, porque su objetivo es culminar los disparates de José Luis Rodríguez Zapatero y estirar sus alianzas todo lo que pueda.
Hay que reconstruir mayorías sensatas, convenciendo también a aquellas personas que en el pasado se hayan dejado seducir por las falacias populistas
Esta situación genera en muchos españoles, en Cataluña y en el resto de España, una profunda indignación. Nos sentimos agredidos en nuestros sentimientos y en nuestras convicciones; y aquí nace la tentación de responder al populismo de izquierdas o separatista, con un populismo de signo inverso. No obstante, los populismos de derechas, donde gobiernan en Europa, no lo están haciendo especialmente bien. Al contrario, ponen en cuestión los valores comunes de la Unión Europea, traicionando el espíritu de nuestros padres fundadores, fundamentalmente liberales, conservadores y democratacristianos. No es casualidad, tanto en Polonia como en España, que los demagogos de distintas orientaciones coincidan en querer domesticar al Poder Judicial y a la prensa libre.
Los problemas que ha generado el separatismo y el populismo de izquierdas en toda España son reales, pero su solución no pasa por buscar la bronca por la bronca, por encerrarse en un rincón y pelearse con todo el mundo. No pasa tampoco por prometer soluciones mágicas, sabiendo que nunca serán puestas en práctica. Debemos actuar con firmeza, pero también con inteligencia. Hay que reconstruir mayorías sensatas, convenciendo también a aquellas personas que en el pasado se hayan dejado seducir por las falacias populistas. Hay que decir la verdad y trabajar a favor de la concordia.
Al separatismo le gusta dibujar España como si esta solo fuera la derecha populista, siendo esta, además, la derecha preferida de Sánchez. Con ella, saben que siempre van a gobernar, incluso le permite disponer de los fondos europeos sin control ni garantías. Son radicalismos que se retroalimentan en el enfrentamiento y el resentimiento. Se necesitan y, por eso, sus estrategias convergen. Para Pedro Sánchez, unos son sus socios de Gobierno o parlamentarios; los otros, su comodín para debilitar una alternativa creíble de centro derecha. Bien saben los gurús monclovitas que, cuanta más tensión y polarización social, cuantos más populismos, más años de Sánchez.
En Cataluña conocemos bien el coste de esta mala política. Lo sufrimos todos y en todas las Administraciones. El próximo domingo se celebran unas elecciones fundamentales para decidir si siguen gobernando los de siempre o hay un cambio real a favor de la recuperación económica y la reconciliación social. Los radicales irán a votar, y votarán para que nada cambie, para que continúe la decadencia.
No pocos se desahogarán a costa de sacrificar el futuro de todos. Por esta razón, si la sensatez se queda en casa, la mala política volverá a meterse en nuestros hogares, a enrarecer nuestra vida cotidiana, a robarnos oportunidades y esperanzas. El cambio en Cataluña es posible, si todos vamos a votar. La esperanza está en la mano de cada votante y este domingo, 14 de febrero, si acudimos a las urnas, podremos construir un futuro mejor para Cataluña y también para toda España.
El flamante fichaje del PP para las elecciones catalanas lamenta, tras el retraso de los comicios y los malos datos de la COVID, que «tenemos un ministro de Sanidad que se permite el lujo de estar a media jornada, con un ojo puesto en la campaña catalana y el otro en el ministerio».
Salvador Illa no fue nombrado ministro por sus saberes en el terreno de la salud, sino para garantizar una relación fluida entre el Gobierno español y el independentismo catalán. Y esa seguirá siendo su misión como candidato en las elecciones de Cataluña.