Juan Milián Querol | 11 de marzo de 2020
En la batalla ideológica de la izquierda, el 8-M era intocable, sagrado. El coronavirus no les iba a chafar su fiesta gramsciana. Ahora, su irresponsable maquiavelismo nos lleva al aislamiento.
Las ministras iban con guantes. Antes, habían animado a la ciudadanía a participar en manifestaciones multitudinarias. Está todo controlado, presumían los socios. Que solo se abstengan los que tengan síntomas, matizaba el ministro. Pero ellas iban con guantes. Fuera de nuestro país, no son pocos los que ven una increíble y colosal irresponsabilidad. Aquí, el sano escepticismo solo se le aplica a la derecha. Y, sin embargo, ellas iban con guantes. Nos aseguraron que no pasaba nada y, un día después, reconocen que pasa todo. Un día después, solo uno, los casos de Covid-19 crecen de manera exponencial y la deshonestidad del Gobierno se hace evidente.
No son pocos los que se preguntan qué habría pasado si Pedro Sánchez hubiera sido el líder de la oposición y el Partido Popular estuviera en La Moncloa. En esta línea, Jorge Bustos nos invita a un ejercicio tuitero y ucrónico de, exactamente, 280 caracteres: “Imaginemos. Hay coronavirus. Gobierna el PP en España y el PSOE en Madrid. El Gobierno central autoriza una manifa en Colón en defensa de la familia. Al día siguiente se reconoce una escalada exponencial de contagios. Madrid cierra los coles. Marcha a Moncloa al grito de asesinos”.
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La imaginación no necesita volar, porque la maldita hemeroteca nos recuerda las declaraciones vertidas sobre el ébola, el perro muerto y la gestión del Gobierno de Mariano Rajoy. Ada Colau, esa brújula moral que siempre apunta en la dirección equivocada, hablaba de “exterminio encubierto”. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no dudaron un segundo en atacar al presidente y a la ministra. Los que ahora se esconden, entonces exigían que se diera la cara. Pedían cabezas. Ansiaban el poder a toda costa. No hace falta, pues, aplicar una regla de tres para deducir lo que hoy dirían estos maestros del populismo.
Entre la actitud de unos y otros, la asimetría es absoluta. La nueva izquierda -la de Podemos y el PSOE sanchista- piensa fundamentalmente en términos de poder y, por tanto, de hegemonía cultural. La lucha de clases ha quedado en el olvido y solo les importa reforzar su superioridad moral en un conflicto de las identidades. Igual que esos sindicatos en Cataluña que han abandonado a los obreros para defender a los privilegiados nacionalistas y sus golpes y malversaciones.
Así, en la batalla ideológica, su 8-M era intocable, sagrado. El coronavirus no les iba a chafar su fiesta gramsciana. Además, saben que disponen de todo un aparato mediático que culpará a la oposición de todos los desperfectos. Encontrarán la manera de hacerlo. No lo duden. Ya lo han hecho. Criticar aspectos técnicos de una ley convierte a uno en un machista. Y llamar a la responsabilidad, en un fascista.
Ante este panorama, la réplica no es fácil para la oposición. Algunos caen en las trampas de las respuestas insensatamente miméticas, aunque, cuando se prueba el error, al menos piden perdón. Es momento de cabeza fría y no de marcar paquete. Siempre es mejor la inteligencia y la prudencia, ya que esta crisis ha venido para quedarse una buena -mala- temporada y marcará a toda una generación. Se teme la epidemia del miedo y que el pánico provoque unos daños económicos a la altura de la última crisis. España es un país tremendamente sensible a los efectos que el coronavirus puede provocar en sectores como el turismo. En este sentido, hace bien la oposición responsable en plantear medidas para aliviar el dolor económico, de la misma manera que exige un refuerzo extraordinario de los sistemas sanitarios.
En todo caso, esta crisis necesitará un plus de responsabilidad individual por parte de los ciudadanos. Y una profunda reflexión ante la evidencia de que el Gobierno ha priorizado su guerra subcultural a la salud de los españoles. Los relatos y los marcos mentales se les han ido de las manos y no hay fractura social que tape o solucione lo que se nos viene encima. Debimos haber aprendido de las mentiras de los brotes verdes. Sin embargo, difuminar la realidad para hacer brillar la ideología vuelve a ser un error fatal.
En definitiva, Sánchez forjó el pacto del insomnio y, ahora, su irresponsable maquiavelismo nos lleva al aislamiento. Al menos no diremos que no nos ofrece oportunidades para la lectura. El ensayo El tirano de Stephen Greenblatt podría ser una buena opción. En él se plantean cuestiones políticas, eternas y shakesperianas, que nos ayudan a entender qué nos pasa. “¿Por qué una gran cantidad de individuos aceptan ser engañados a sabiendas? ¿Por qué suben al trono personajes como Ricardo III o Macbeth?”. Fiarse de narcisistas sin escrúpulos siempre ha tenido costes, como mínimo, morales y económicos. “¿Por qué (…) iba alguien a dejarse arrastrar hacia un líder que a todas luces no está capacitado para gobernar, hacia alguien peligrosamente impulsivo o brutalmente manipulador e indiferente a la verdad?”. Nos exigían diluirnos en la masa, pero ellas iban con guantes.
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