Juan Pablo Colmenarejo | 11 de abril de 2019
Ciudadanos está haciendo una macedonia política aglutinando en sus listas a ex de PP y PSOE.
El 27 de diciembre de 2017 el Tribunal Constitucional anuló una norma antitransfugismo de la ley electoral por vulneración del derecho a la participación política. El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero había aprobado una medida encaminada a impedir que los concejales que participaran en una moción de censura, después de abandonar el partido en el que habían sido elegidos, necesitaban de la mayoría absoluta y no de la simple, más votos a favor que en contra, para obtener la alcaldía.
Lo que trataba de hacer el legislador era taponar cualquier posibilidad de cambio de alcalde, de transfuguismo político, que no partiera de la composición inicial de la corporación. Es decir, que nadie cambie en un acuerdo de cafetería lo que sale de las urnas. O mejor dicho, aquí manda el partido que ha colocado a la persona en la lista. Esta norma chocaba con la doctrina del propio tribunal, que establece que el escaño es de quien toma posesión de él, no del partido.
Lo habitual en Parlamentos como el norteamericano o el británico, lo estamos viendo a diario con el brexit, es que el propietario del escaño, la persona y no el partido, haga lo que parezca en cada votación. Ocurre mucho más en Estados Unidos que en Reino Unido, pero la crisis que se vive en la Cámara de los Comunes tiene más que ver con el margen de maniobra que tienen los diputados en las votaciones que con el transfuguismo político. Como mucho, se les tacha de rebeldes.
El transfuguismo político actual ya no es el de antes y pertenece más al ‘marketing’ político que a otra especialidad
El transfuguismo en España tuvo su época de esplendor en la descomposición final de la UCD. También ha habido episodios muy sonados en Parlamentos autonómicos que significaron el cambio de un Gobierno o que no saliera adelante la moción de censura. Nicolás Piñeiro, en 1989, impidió que Alberto Ruiz Gallardón desalojara entonces a Joaquín Leguina. Antes, en 1987, José Luis Barreiro, junto con otros cuatro diputados de Alianza Popular, le entrega la Xunta de Galicia al PSOE. Décadas después, en 2003, los diputados socialistas de la Asamblea de Madrid Eduardo Tamayo y María Teresa Saéz se ausentaron del pleno de la asamblea que elegía a Rafael Simancas como presidente de la Comunidad de Madrid.
El escándalo, en cualquiera de los casos, siempre fue acompañado de sospechas sobre la motivación y el incentivo de los protagonistas. Por supuesto que se cuentan por docenas las fugas de concejales dispuestos a traicionar a su jefe de filas y cambiar de alcalde. El pacto firmado en 1998 entre el PP y el PSOE está plagado de denuncias de incumplimientos por ambas partes. Los tiempos del bipartidismo perfecto se han terminado. Por lo menos, de momento y hasta que vuelva. Será más pronto que tarde.
La crisis económica rompió el panorama político español con el surgimiento de los nuevos partidos. El último ejemplo es VOX, que tiene categoría propia al ser una escisión de la derecha del PP. Los demás movimientos son fruto de enfados y desafecciones individuales. Solo los leales entran en las listas y los que no, u organizan otra candidatura electoral, véase Íñigo Errejón, o saltan la valla camino de otro partido de los nuevos, especialmente Ciudadanos, como son los casos de Joan Mesquida, Celestino Corbacho, Soraya Rodríguez y José Ramón Bauzá.
¿Estamos ante el transfuguismo político clásico? Hay algunas diferencias con los precedentes más sonados y citados anteriormente. Ninguno de ellos se ha ido con el escaño al grupo mixto y los movimientos se producen en el ámbito de los nuevos partidos. No hay trasiego entre las formaciones clásicas del bipartidismo. ¿Lo hacen por vocación o por necesidad de no quedarse sin un cargo fuera del juego y del sueldo?
La socialista Soraya Rodríguez y el popular José Ramón Bauzá comparten lista europea de Ciudadanos después de haber pasado el resto de su vida política sin coincidir en nada y haciéndose oposición mutuamente. Rodríguez es socialdemócrata pura y Bauzá defiende el liberalismo económico sin matices. Por lo tanto, ambos han utilizado la puerta abierta por Albert Rivera para seguir como políticos profesionales en un puesto donde si les va mal, como poco, acabarán en el grupo de no adscritos del Parlamento Europeo.
El transfuguismo político que estamos viendo en esta etapa es fruto de la inestabilidad en la que nos metimos en 2015. Tras la crisis económica, se fragmentan tanto el PSOE como el PP. El cambio de liderazgo en los socialistas y en los populares descoloca lealtades y modifica equipos. Los partidos tienen menos puestos para repartir y los líderes se blindan e incluso pasan facturas. En el caso del PSOE, la lista de Sánchez empieza con Soraya Rodríguez, pero continúa con todos aquellos que lo echaron en octubre de 2017.
No hay más que repasar la lista europea, de la que desaparecen Elena Valenciano, José Blanco y Ramón Jáuregui. En el PP ocurre algo parecido, pero por otros motivos. Bien es cierto que los que no siguen han optado por continuar con sus carreras profesionales en otros sectores alejados de la política. El transfuguismo político actual ya no es el de antes y pertenece más al marketing político que a otra especialidad. Se concentran casi todos en Ciudadanos. No sabemos los votos que captarán. Hasta la fecha, dejan titulares y lío en las redes sociales durante unas horas. Nada es lo que era. El transfuguismo político tampoco.
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