Javier Redondo | 11 de mayo de 2020
A Pablo Casado no le fallaron los argumentos sino los tiempos. Pedro Sánchez neutralizó la discusión con su chantaje. Al insinuar «prórroga o caos», se atrincheró en su rincón y cerró la posibilidad de acuerdos.
Cualquier posición tiene su historia, su recorrido. Pablo Casado se abstuvo el pasado miércoles de apoyar la cuarta prórroga del estado de alarma. Había votado a favor de la renovación de las tres anteriores. Casado anunció su abstención con un argumento endeble en relación con su consistente y preciso discurso, que requería un ‘no’ que sin embargo el PP no se podía permitir, porque la negación y el repudio son patrimonio y patente de Pedro Sánchez. Hoy el estado de alarma es un exceso y disponemos de hasta ocho leyes compatibles con las medidas requeridas para lo que se ha dado en llamar ‘desescalada’, que en realidad es un descenso aunque debería ser una remontada. En fin, cosas de la demoníaca ‘neolengua’ producto de la factoría Moncloa.
El estado de alarma nació viciado, porque suspendió derechos en lugar de limitarlos y surgió de un Consejo de Ministros convulso y brumoso que generó sospechas sobre la utilidad y función del instrumento para cada facción del Ejecutivo. El decreto resultante constituyó el gozne al que se adhirieron medidas extraordinarias ajenas a la emergencia sanitaria. La excepcionalidad contenía una gran anomalía: la oposición quedaba fuera no solo de la gestión sino de la órbita informativa del Gobierno, que a su vez se situaba fuera del radar de la oposición. Con las sesiones parlamentarias de control al Ejecutivo en suspenso y los españoles en casa, pendientes de unas teles untadas por uno de estos fantasmagóricos decretos, la democracia también se puso en cuarentena.
Cuando votábamos a Sánchez sí al estado de alarma el PSOE nos calificaba de indignos, desleales e inútiles. Con la abstención, dice que somos la peor oposición de todo el continente. Cuando votemos que no dentro de 15 días, igual nos manda al General de la Guardia Civil. pic.twitter.com/ojSPAYPF5i
— Pablo Casado Blanco (@pablocasado_) May 6, 2020
Con todo, las primeras críticas de Casado llegaron 11 días después de la entrada en vigor del estado de alarma, durante el debate de la primera prórroga. Casado advirtió a Sánchez: «Esto no va bien»; se le han entregado «máximos poderes» y demuestra «mínima eficacia». Ese día se puso de manifiesto el fracaso del mando único. Las comunidades autónomas acudieron al mercado de mascarillas porque Sanidad se mostró incapaz de proveer material. Pero hay más: dos tercios de aquel debate del 25 de marzo se gastaron en chacharear sobre los «recortes del PP». Fue una sesión de reprobación. Aun así, PP y también Vox y Cs votaron a favor.
Luego vino el escalofriante parón productivo, que suspendió la libertad de trabajo, condenó a muchos trabajadores a la dependencia del Estado, introdujo la falsa dicotomía entre salud y economía y provocó el colapso. Algunas de las medidas que el Gobierno pactó solo con los sindicatos no gustaron al PP. En una entrevista en El Mundo, Casado dijo: «Apoyaré a Sánchez para salvar vidas, no para arruinar España». Y añadió: «Veo tics de arrogancia en el ninguneo a la oposición y la prensa».
Cuatro días más tarde, convalidó -junto con Vox y Cs- la segunda prórroga del estado de alarma. Al poco, acaeció la inquietante «monitorización de las redes» y de la «información contraria al Gobierno», el caos de los datos de fallecidos y el desastre de las dudosas, opacas y misteriosas adquisiciones de material. Para entonces, Casado había pedido ya declarar luto oficial y reconocer y homenajear a los miles de fallecidos. Sánchez consideraba que no era el momento. Ambos hablaron algunos minutos; unos pocos cada 10 o 12 días. Casado respaldó la tercera prórroga. Sánchez proclamó entre dientes: «El mando único soy yo».
Quien lea ahora el decreto 463/2020, de 14 de marzo, encontrará turbadoras anacronías. Para empezar, resuelve que la dirección de la gestión recae sobre cuatro ministros. No incluye las carteras de Economía, Hacienda ni Política Territorial, supuestamente decisivas en la vuelta -que empieza hoy- a los restos de lo que queda. El artículo 13 permite intervenciones y ocupaciones transitorias de industrias, talleres y fábricas, así como requisas temporales de propiedades. El decreto suspende plazos procesales y administrativos, establece corredores sanitarios y autoriza al Ejército a garantizar el abastecimiento. Hubo un aciago mes en el que aceptamos, por responsabilidad, miedo, buena fe, desconcierto y en pleno cautiverio, estas y otras medidas.
Casado se abstuvo de prorrogar el estado de alarma el día en el que el Pleno del TC admitía a trámite un recurso sobre su aprobación y ejecución. A Casado no le fallaron los argumentos sino los tiempos. Cuando surgieron dudas entre los presidentes autonómicos sobre la conveniencia de la prórroga, Sánchez neutralizó la discusión con su chantaje. Al insinuar «prórroga o caos», se atrincheró en su rincón, cerró la posibilidad de acuerdos y se mostró dispuesto a sumergirnos en el caos. De modo que Inés Arrimadas y Casado flaquearon. La posibilidad de un riguroso debate sobre alternativas y planes se hundió en el pringoso charco plebiscitario creado por Sánchez.
Por último, la vigencia del decreto incurre en un absurdo: las fases de la desescalada se regularán mediante órdenes ministeriales para mantener el decreto en vigor. Sería más lógico acoplar sendos reales decretos nuevos sobre ‘desescalada’ y reactivación económica. Sin embargo, Sánchez ha unido la suerte de su binomio con Pablo Iglesias al mantenimiento de la alarma, ese es el quid, la verdadera razón de que quiera prolongarlo todo lo que pueda. Sin sus poderes excepcionales, Sánchez queda al albur de sus socios separatistas, de la oposición, de las condiciones de Europa.
La oposición se plantea no respaldar una nueva prórroga del estado de alarma. El Gobierno amenaza con el fin de las ayudas sociales por el coronavirus, algo engañoso puesto que podrían mantenerse mediante un real decreto.
El Gobierno impotente requiere unidad en torno a sus planes: presenta la pandemia como crisis y la crisis como pandemia. Los muertos no los causa la crisis, los causa la pandemia.