Juan Milián Querol | 11 de diciembre de 2019
Esquerra no tiene ningún interés en la gobernabilidad del país, pero para ganar la hegemonía nacionalista desea un triple tripartito de izquierdas en Barcelona, Cataluña y España.
A corto plazo, la lucha de los partidos nacionalistas no es por la independencia -imposible sin apoyos sociales mayoritarios, ni apoyos internacionales decentes-, sino por la hegemonía política en Cataluña, es decir, por los recursos y los cargos públicos, y, en todo caso, por mantener el control sobre la población y el silenciamiento de la oposición. Así, se entiende que ahora anden obsesionados con los efectos electorales de cualquier movimiento político, a saber, apoyar la investidura de Pedro Sánchez, en el caso de ERC, o convocar elecciones autonómicas, en el caso de Carles Puigdemont.
De hecho, ambas decisiones están intrínsecamente unidas. Si ERC pacta con el PSOE, es probable que Carles Puigdemont ordene a Quim Torra convocar elecciones, con la ventaja de poder acusar a Oriol Junqueras y a los suyos de traidores, botiflers y colaboracionistas. De este modo, el fugado de Waterloo sería capaz de romper la tradición nacionalista de celebrar elecciones fuera del último trimestre del año, ese que les sirve para iniciar la precampaña con las marchas nacionalistas del 11 de septiembre y mantener la polarización hasta las Navidades, época de encuentros familiares y buenos deseos que calman las pulsiones nacionalistas de destrucción y autodestrucción. Ese último trimestre es, por lo tanto, el que les augura una mayor movilización del electorado separatista, pero ahora, como decíamos, la lucha es otra, es por la hegemonía dentro del bloque y no se puede descartar un adelanto electoral antes del próximo verano.
Esquerra no tiene ningún interés en la gobernabilidad de España, pero, para ganar esa hegemonía nacionalista y madurar la próxima sublevación a su manera, desea un triple tripartito de izquierdas en Barcelona, Cataluña y España. Sin embargo, sabe de los riesgos que tiene este pacto en un entorno altamente emocional como el que se sufre en Cataluña, por lo que esconde sus reuniones con el PSOE y retrasa el anuncio del apoyo a Sánchez por miedo a que los tuits de Puigdemont -temidos también en la sede del PDECat- le devuelvan el cambio de las 155 monedas de plata de Gabriel Rufián.
Sin un liderazgo claro, es difícil que el nacionalismo tome decisiones medianamente racionales, incluso para sus propios intereses. Mientras sigan en su lucha fratricida, los nacionalistas catalanes siempre tomarán el camino elegido por el político emocionalmente más inestable de todos ellos. Nunca han sido de fiar, pero esta dinámica competitiva los hace especialmente peligrosos.
Es una división que siempre ha estado ahí y que se ha agravado con las aspiraciones hegemónicas de ERC. A fin de cuentas, el proceso separatista avanzó hasta el precipicio por las inercias de unos líderes irresponsables que iban gritándose unos a otros “ni un paso atrás” –ni un pas enrere-, mientras se miraban de reojo, no se decían las verdades a la cara y acumulaban navajazos por la espalda. ¿Cómo fiarse de ellos, si no hay un mínimo de confianza entre ellos mismos?
En el libro Tota la veritat, se explica una anécdota clarificadora: el 5 de mayo de 2017, la agencia EFE desveló la existencia de un órgano paralelo al Govern de la Generalitat que ejercía un liderazgo oculto en la preparación del referéndum ilegal del 1 de octubre. Es el denominado Estat Major. La filtración puso de los nervios -algo fácil- a Puigdemont e inició una caza de brujas hasta el punto de que un miembro de dicho órgano sugirió ofrecer una recompensa de 25.000 euros para atrapar al soplón. Así son los que provocaron la más grave crisis constitucional.
Lo peor de toda esta situación es que, si bien a ERC le cuesta justificar el apoyo a Sánchez, a este no le produce ninguna vergüenza haber elegido al populismo, que no le dejaba dormir, y a los separatistas como socios preferentes. Quiere el insomnio para millones de españoles. A los constitucionalistas ni les coge el teléfono, porque él solo es constitucionalista en campaña electoral. De hecho, no hace tanto, el candidato Sánchez preguntaba a sus seguidores en un mitin: “¿Os imagináis esta crisis con la mitad del Gobierno de Podemos diciendo que hay presos políticos en Cataluña y defendiendo el derecho a la autodeterminación? ¿Dónde estaría España? ¿Y dónde estaría la izquierda?”. Pronto no hará falta imaginación para verlo y sufrirlo. Si un Gobierno con la radicalidad de Podemos ya es inédito en Europa, un Gobierno apoyado por quienes quieren destruir el Estado es de una irresponsabilidad y enajenación extremas.
Este pacto será un golpe a la democracia española. Las campañas de Josep Borrell en Europa perderán todo efecto y credibilidad si Sánchez blanquea a los sediciosos otorgándoles la llave de La Moncloa. En realidad, es preferible tener a un Torra en la presidencia de la Generalitat, cuyos artículos y proclamas fascistoides desacreditan al nacionalismo catalán ante el mundo, pero sabiendo las consecuencias de saltarse la ley, que legitimar a Esquerra y generar un nuevo proceso de ilusión entre un parte del nacionalismo que los conduzca a una nueva frustración y, eventualmente, a un nuevo golpe, aunque esta vez con más fuerza por las cesiones que, sin duda, Sánchez va a perpetrar.
Un Gobierno de España sensato y responsable debería hacer perder todas las esperanzas a los separatistas. Sin embargo, quien empieza a ver el futuro más nublado son los constitucionalistas en Cataluña al leer esos comunicados conjuntos entre PSOE y ERC donde el lenguaje es el del nacionalismo profundamente antidemocrático. La sedición, la desobediencia y la malversación no deberían tener premio. Se debería dejar cocer a las cúpulas del nacionalismo en sus paranoias. La reconciliación tiene que ser a nivel social y, para ello, es necesario que la Justicia actúe con total libertad contra quienes dinamitaron la paz cívica. Así lo demuestra la experiencia. La convivencia en Cataluña se deteriora en los periodos en los que no queda claro si los políticos están por encima de la ley. Si el castigo al golpismo es claro y previsible, la tensión social disminuye. ¿O no fueron mucho más tranquilos los meses del 155 que los “prebélicos” septiembre y octubre de 2017?
Las sociedades se fracturan por odios y narcisismos. Isaiah Berlin aseguró que “ningún movimiento que no se haya aliado con el nacionalismo ha tenido éxito en los tiempos modernos».
La CUP es el ejemplo extremo de esa nueva izquierda no obrera que empezó a configurarse en los años 60 y a crecer tras la caída del Muro de Berlín ahora hace 30 años.