Juan Pablo Colmenarejo | 12 de enero de 2021
El 2021 ha empezado bajo cero, como no se recordaba en décadas. Dice el refrán que será un año de bienes. Si se consigue doblegar a la COVID será más que suficiente.
El año 2021 ha empezado como terminó el anterior, con la pandemia poniendo condiciones muy duras y exigentes a la vida cotidiana. La tercera ola, como las dos anteriores, se lleva por delante decenas de vidas a diario en España. Los portavoces oficiales facilitan los números y así hasta el siguiente día. Las vidas de las personas acaban en un recuento de cifras. Parece que a la sociedad en general le ha salido una especie de caparazón que separa el dolor ajeno. Miles de familias siguen, angustiadas, las noticias que les llegan de los hospitales de toda España.
A pesar de las vacunas, el miedo no se repliega, porque nuestras Administraciones transmiten una vez más demasiada sensación de improvisación. ¿Para qué sirven las vacunas si no las ponen según les llegan o las destinan a reservas de seguridad? Las dos expectativas creadas por el Gobierno de Pedro Sánchez, vacunas y fondos europeos, empiezan a desinflarse. Apenas se sostienen unas horas, porque los hechos no las convierten en certezas. España se ha metido en el 2021 con su Estado fragmentado cerrando fronteras interiores, hasta mayo en algunos casos, y suprimiendo la actividad económica como si fuera recuperable.
Los Gobiernos regionales, por dejación del Ministerio de Sanidad, toman decisiones que, para muchos negocios, a estas alturas, son irreversibles. Las Administraciones de todo signo mantienen a sus empleados con el teletrabajo y solo el sector privado de cierto tamaño puede permitírselo. La economía de contacto, como la hostelería y el comercio, no resiste y cuando quiera regresar el turismo, corazón y motor de la economía, a cierto nivel de actividad, empezando por el interno, será tarde para muchos.
Por si faltaba algo y como si fuera una metáfora del confinamiento, cae una gran nevada, la más larga en buena parte de España, especialmente en el centro peninsular. 30 horas de nieve sin respuesta posible en un país donde nadie recordaba algo igual. Ocurre en España con los temporales de nieve como a los nórdicos con las olas de calor; no hay respuesta posible a lo infrecuente. La nevada ha sido contemplada en toda su extensión y, por supuesto, causando los estragos propios de este fenómeno, muy bonito para ver, pero imposible de contener. Las imágenes no necesitan un comentario de texto.
Buena parte de España se ha visto obligada a meterse en casa, a confinarse, por orden de la nieve. Que pongan nombre a las borrascas resulta ventajoso, porque podemos identificar al culpable de nuestra condena a permanecer quietos en casa por razones de seguridad. Filomena decretó la alarma cubriendo de nieve carreteras, vías de tren y pistas de aterrizaje. Si no habíamos entendido que a la pandemia se la combate con el aislamiento, cae la peor nevada que se recuerde en este siglo, y parte del anterior, para dejarnos fríos.
La nieve deja una peligrosa estela de hielo. El 2021 ha empezado bajo cero, como no se recordaba en décadas. En pocos días han sucedido hechos inolvidables. Dice el refrán que será un año de bienes. Si se consigue doblegar a la COVID será más que suficiente. El año 2021, de momento, se bautiza con el nombre de Filomena. Por si fuera poco, la borrasca ha conseguido tapar el entretenimiento que nos había proporcionado el último coletazo de unos de los peores presidentes norteamericanos de la historia.
En España, el debate había mutado en polémica por la inevitable comparación con las protestas en los alrededores del Congreso, el Parlamento autonómico de Cataluña o la Consejería de Economía de la Generalitat. Si no consiguieron acceder al interior de los edificios fue gracias a los correspondientes despliegues policiales, que en el caso norteamericano brillaron por su negligencia. Podemos protestó por el resultado de la votación de una investidura (Mariano Rajoy, 2016) con mensajes similares a los trumpistas contra la elección de Joe Biden. Los independentistas catalanes empujaron hasta las mismas puertas, donde el intento quedó frustrado. Lo ocurrido en Washington fue un asalto consumado a la democracia liberal más importante del mundo. Solo el tiempo nos dirá si este comienzo de 2021 ha sido el preludio de otro año para olvidar.
Tenemos una alarma sin mando único, repartida y prorrateada en virtud de los apoyos que necesita el Ejecutivo para sostenerse. Un vehículo y 17 conductores autodidactas que fían su suerte a los números y cálculos averiados del candidato Illa.
El jefe de Estado no es ya el que galvanizó en su día a los españoles de bien, sino un zarandillo a las órdenes y al servicio de los mandamases de turno.