Juan Milián Querol | 12 de febrero de 2020
El valor de la verdad se ha hundido, pero Sánchez es más síntoma que causa. La crisis de confianza azota a todas las sociedades occidentales y esta izquierda posmoderna se mueve ahí como pez en el agua.
La izquierda española está traicionando todos los principios que algunos le suponían en el pasado. Su balanza se ha inclinado definitivamente hacia las políticas de identidad. Adiós, solidaridad. ¿Libertad, igualdad y fraternidad? Nada de eso. Dirigismo, privilegios y confrontación son la nueva consigna. Esta izquierda ha entendido el mundo en el que nos ha tocado vivir y no va a luchar para mejorarlo, simplemente se aprovechará de él. En estos residuos de la Ilustración, se ve capaz de acallar las evidencias con el grito de los sentimientos. Cuando los secretos se pueden esconder en los libros y la falsedad corre sin freno en las redes sociales, para qué pensar en políticas públicas o reformas institucionales. ¡El pensamiento mágico te llena las urnas!
Esta es la nueva izquierda y ha venido para quedarse. Perdamos toda esperanza; tampoco nos sirve la nostalgia. Es una izquierda favorable a cualquier fenómeno disgregador. Ha desaparecido cualquier idea de bien común en su proyecto. Su poder se levanta sobre los fragmentos de una sociedad alterada por el resentimiento subvencionado. Así, esta izquierda ha decidido tapar los motivos para sentirse inseguro con incentivos para sentirse víctima. Y todos lo vamos a pagar. Nada es gratis y menos, la irresponsabilidad. Ya no cabe la sorpresa por la alianza entre este socialismo y el separatismo. Comparten la misma lógica discursiva, la misma estrategia e, incluso, el mismo objetivo, debilitar la sociedad para hacerla dependiente del poder político. Fomentan una sociedad de lazos rotos, y emocionalmente estresada, que les permita subordinar la verdad a la lealtad a la tribu.
Que solo en enero se han destruido 244.000 puestos de trabajo en España. Franco. Que el Gobierno castiga y abandona a los agricultores, aquí y en Bruselas. Franco. Que el ministro José Luis Ábalos se reúne en suelo español con la mano derecha del déspota Nicolás Maduro. Franco. Que Pedro Sánchez rehabilita al supremacista Quim Torra y deja al constitucionalismo catalán a los pies de los caballos. Franco. Que abusan de menores tutelados en Baleares. Franco. A esta izquierda le importa más la comodidad psicológica de los económicamente acomodados que la dura realidad de los más débiles. Aquí hay más terapia que política. La ética de la responsabilidad nunca ha sido su fuerte, pero ahora no queda ni rastro en el PSOE. Están luchando contra Franco, oiga. No moleste con sus minucias sobre el desempleo, la unidad de España y esas cosas de facha, por favor.
Traiciones al constitucionalismo y mentiras para todos. Esa es su receta. Mentiras con importancia, pero sin castigo. De momento. Todo lo que los analistas progresistas han escrito sobre Donald Trump y la posverdad se queda corto para analizar el fenómeno Sánchez y su rostro diamantino. El valor de la verdad se ha hundido, pero Sánchez es más síntoma que causa. La crisis de confianza azota a todas las sociedades occidentales y esta izquierda posmoderna se mueve ahí como pez en el agua. Sus votantes no son ignorantes. Para nada. Saben que les mienten. Saben que las versiones de Ábalos tienen la misma autenticidad que la tesis de Sánchez. ¿Y qué? Su bien nutrida animadversión hacia el otro supera el listón de cualquier realidad. Eso es la posverdad. El pasotismo ante la mentira. Su validación como instrumento democrático. La separación entre ética y política. El éxito de los trileros. De momento.
Esta izquierda no tiene remedio. Nos van a machacar con sus farsas, esperando a que el cansancio reduzca el compromiso con la verdad del resto de la ciudadanía. Sin embargo, nuestra deuda con el sistema democrático exige no flaquear. La mentira debe escandalizar. Sin un mínimo de honestidad no hay confianza y, sin esta, se evaporan la convivencia y la prosperidad. La mala política tiene un coste económico a corto plazo, pero también un impacto cultural que destruye los fundamentos de la libertad. Todo es más frágil de lo que parece. Reconstruir la credibilidad de las instituciones será una tarea infinitamente más ardua de lo que está siendo su destrucción.
Matthew d’Ancona denuncia en Posverdad (Alianza editorial) que si la mentira se impone en la política es porque la ciudadanía se lo permite. Son responsabilidades compartidas. Bien lo sintetiza este periodista cuando escribe que, “en el largo proceso de descomposición del discurso público que ha acabado llevándonos a la era de la posverdad, la clase política y el electorado se han confabulado en la banalización y el debilitamiento de lo que nos decimos unos a otros. Las promesas irrealizables tienen sus contrapartidas en las expectativas poco razonables; los objetivos no alcanzados se disimulan en parte mediante los eufemismos y las evasivas; el abismo entre la retórica y la realidad genera desencanto y desconfianza”. Hay que romper este círculo vicioso, pero la iniciativa no vendrá desde arriba. La ciudadanía debe asumir su responsabilidad cívica y madurar democráticamente. No es tarea fácil, desde luego, pero si pedimos revalorizar la honestidad, para qué mentir.
La imagen de la veleta que cambia su dirección con el viento se queda corta para el príncipe Sánchez. Mucho puede enseñar Maquiavelo de todo ello.
El presidente de One of Us y exministro del Interior asegura que el entendimiento entre PSOE y Podemos provocará un Gobierno del Frente Popular populista-nacionalista con consecuencias terribles para nuestro país.