Jaume Vives | 12 de febrero de 2021
A la vista de los acontecimientos, hay un buen número de poblaciones donde los votantes de algunos partidos se arriesgan a ser señalados y repudiados.
El otro día, 500 imbéciles se dedicaron a hostigar con patadas, pedradas y lanzamiento de toda clase de objetos a un grupo de ciudadanos que habían decidido reunirse en Vic. Otros miles de imbéciles se dedicaron a aplaudir la valentía de esos 500 garrulos contra 20 tipos. Entre los imbéciles, un partido político, la CUP.
Visto desde fuera, la pregunta normal que se haría un extraterrestre es:
¿Quién estaba dentro de esas furgonetas negras?
¿Un tirano?
¿Un tipo con 80.000 muertos a sus espaldas?
¿Un tipo que ha aprobado la ley de eutanasia en medio de una pandemia que se ha llevado por delante a miles de ancianos?
¿Un expresidente que se ha llevado cientos de millones a Andorra?
¿Un expresidente que abandonó a los suyos huyendo en el maletero de un coche?
¿Un asesino de niños?
¿Un violador?
¿El miembro de alguna manada?
Pues no, las piedras se lanzaron contra unos tipos que todavía no han gobernado en Cataluña. Unos tipos que no cargan 80.000 muertos a sus espaldas. Unos tipos que no han tenido la oportunidad de ser unos tiranos. Unos tipos que han votado contra una ley que pretende liquidar a los ancianos que la pandemia no se ha llevado por delante. Unos tipos a los que todavía no se les conoce ningún fraude. Unos tipos que no han huido ni abandonado a nadie, por lo menos de momento. Unos tipos que, si pudieran, encerrarían de por vida a violadores y asesinos. Unos tipos que se han convertido en el saco de boxeo del nacionalismo.
Lo avisamos hace mucho tiempo. La tomadura de pelo de los líderes nacionalistas va a generar mucha frustración. Frustración que en una sociedad sana se descargaría contra quienes la han provocado, que, mira por dónde, en Cataluña son quienes ostentan el poder. Pero ya dijimos que, llegado el momento de descargar el cabreo por tantas mentiras, los líderes nacionalistas buscarían una cabeza de turco, un saco de boxeo sobre el que desahogarse, y ese saco es Vox.
Y claro, los garrulos, que solo son eso, garrulos, atacan. Y los que gobiernan señalan y se felicitan por el éxito, que no es otro que el de haber desviado la atención del rebaño, facilitándoles un enemigo equivocado. Y esa es la explicación de por qué el otro día había 500 trogloditas gruñendo, corriendo prácticamente a 4 patas y lanzando objetos contra Vox, con un odio fuera de toda medida.
Lo que no saben esos trogloditas es que, además de no asistirles la razón, los hostigados no tienen miedo. Así que, suerte.
Pero eso nos plantea otra incógnita: ¿habrá elecciones libres en Cataluña? La respuesta es sencilla: NO. ¿Por qué? El otro día expulsaron de Vic a 20 simpatizantes de Vox a pedradas y a patadas. A pedradas y a patadas.
Y puede que alguno se pregunte qué relación tiene esto con unas elecciones libres. Pues a mí me plantea dos interrogantes: 1. El día de las elecciones, ¿alguien se atreverá a decir que faltan papeletas de Vox, PP o Cs en el colegio electoral? 2. Peor todavía, ¿podría ser que alguien secuestrara las papeletas de estos partidos?
A la vista de los acontecimientos, hay un buen número de poblaciones donde los votantes de algunos partidos se arriesgan a ser señalados y repudiados. Y es presumible que muchos trogloditas hagan lo posible y lo imposible para boicotear el proceso y el resultado de las elecciones. Si han lanzado piedras contra personas, ¿por qué no iban a secuestrar unos votos?
Por todo ello, me resulta difícil creer en unas elecciones libres, y menos cuando la policía no es capaz ni tan siquiera de controlar a 500 garrulos.
El sueño independentista, adornado con eufemismos y utopías populistas, ha derivado en fractura social, violencia callejera y pérdida de riqueza económica.
El candidato del PP a la Generalitat afirma que su partido «es el único que en Cataluña defiende la propiedad privada, la libertad educativa y los impuestos bajos».