Javier Redondo | 12 de abril de 2021
Una victoria suficiente de Isabel Díaz Ayuso constituiría el fin de la foto de Colón, esa representación cómoda, adulterada y simple de la realidad. Pedro Sánchez arrecia porque teme que caduque esa foto y quedarse sin tapadera.
Alguien próximo a Isabel Díaz Ayuso le susurró hace unos meses un nutriente verso -frase, consejo y guía-, de Octavio Paz: «Más que el brillo de la victoria, nos conmueve la entereza ante la adversidad». La figura de Ayuso creció porque no se doblegó y no pidió permiso para pensar. La vida termina por enseñar que, cuando más cerca parece estar uno de la derrota, lo que tiene al alcance de la mano es el resurgir. Lo mismo puede creer Pedro Sánchez, cuya virtud y alta consideración que tiene de su persona lo empuja, desaforado, a echar el resto en Madrid. Su obstinación se ha vuelto ofuscación: se ha tomado las elecciones autonómicas como un desafío personal. Su mastodóntico y concurrido aparato de propaganda ha configurado las listas y diseñado la campaña, de la que forma parte Pablo Iglesias.
Todo empezó porque Ayuso no lo temió. Las continuas victorias pírricas de Sánchez tienen un denominador común: el sobrecogimiento y las dudas que provoca en el adversario porque disfraza su debilidad con la toma de rehenes. La vitalidad de Ayuso radica en que dejó de aspirar a vencer pero se negó a ser súbdita y rehén.
El 15 de marzo de 2020, un día después de la entrada en vigor del estado de alarma, el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, propuso que todas las comunidades sellaran un documento de unidad, coordinación, colaboración y solidaridad. Menos Íñigo Urkullu y Quim Torra, firmaron todos. Ese día, Ayuso hizo ‘suyo’ el estado de alarma y solicitó un «apoyo sin fisuras» al Gobierno. Asimismo, afeó a Torra y Urkullu que quisieran ir por libre. Sin embargo, para entonces Sánchez ya era preso de sus resentimientos, que extiende paciente y en silencio a Gabilondo. Madrid se le resistió en mayo de 2019 y Ayuso formó Gobierno. Luego, Ayuso solicitó medidas extraordinarias a Moncloa desde el 25 de febrero de 2020 y, finalmente, la comunidad decidió cerrar colegios y centros de mayores seis días antes de lo decretado por el Gobierno. Ella sostiene que, con sus errores, ha mantenido el mismo criterio a lo largo de este año largo. Le reprocha a Sánchez sus vaivenes: con las mascarillas -la comunidad repartió las que ahora aconseja Europa-, con los test de antígenos, con Barajas y con la ‘tarjeta COVID’. Ella defiende que se anticipó con cada una de estas cuestiones.
En todo caso, la confrontación entre ambos -fue Sánchez quien eligió a Ayuso como líder de la oposición, aunque fuera para astillar al PP y comprometer a Pablo Casado– tuvo tres hitos en 2020: la estrategia de ‘desconfinamiento’ primó criterios políticos -a favor de obra y PNV y contra Madrid-, una encuesta de ABC de primeros de mayo, que situó a Ayuso a 10 escaños de la mayoría absoluta, y la declaración del estado de alarma en Madrid con indicadores menos alarmantes que otras autonomías. Ayuso se había distinguido de la gestión del Gobierno en al menos cinco aspectos: la defensa de la cooperación público-privada [que, con Iglesias de cancerbero, Moncloa no reivindicó], que condujo, entre otras cosas, a la medicación de hoteles y a acuerdos con Banco de Alimentos; el Hospital ‘milagro’ de IFEMA [que Sánchez no hizo suyo ni visitó porque la estrategia de Moncloa fue tapar los muertos], donde fallecieron 17 personas; la trasparencia y campaña de proximidad [convaleciente de coronavirus, Ayuso dio cuenta de medidas y adquisiciones de material] y, sobre todo, su luto, demostración de lo que sucedía. Después, sufrió una despiadada campaña y, por último, construyó el Hospital Isabel Zendal: fin de partida. Por una vez, Sánchez perdió los nervios y dispuso todo su arsenal contra Madrid distrayendo por Murcia: ¡Ay, el ajedrez!
La foto de Colón ha sido durante dos años el burladero de Sánchez; el pretexto para no explicarse y, mientras, practicar maniobras de aproximación y tejer alianzas con Iglesias, Rufián y Junqueras y Otegi
Estos son los antecedentes, aunque lo esencial o único ahora es otra cosa. Sánchez brega en Madrid y aprieta fuerte el mentón porque ha adquirido plena conciencia de que estas elecciones autonómicas pueden suponer el desgaste de su iconografía y, por tanto, el principio del fin de su permanente huida. Una victoria suficiente de Ayuso -renovación de su Gobierno- constituiría el fin de la foto de Colón, esa representación cómoda, adulterada y simple de la realidad. La foto de Colón ha sido durante dos años el burladero de Sánchez; el pretexto para no explicarse y, mientras, practicar maniobras de aproximación y tejer alianzas con Iglesias, Rufián, Junqueras y Otegi.
La foto de Colón resultaba suficiente para disponer el estado de cosas: la derecha fragmentada oculta la extrema dependencia de Sánchez de sus socios. Iglesias ha lanzado a sus propios CDR en Madrid para evitar que se marchite la foto. El 4 de mayo, Ayuso podría convertirse en la catalizadora de un proceso que extinga el engendro viciado en que convirtió Sánchez una manifestación convocada por PP y Cs, a la que se adhirió Vox, contra el independentismo y por la convocatoria de elecciones en 2019. Esa imagen gozó de un poder sobrenatural y taumatúrgico. Representaba para la izquierda una exposición de motivos sin palabras ni matices. Sánchez arrecia, porque teme que caduque esa foto y quedarse sin tapadera.
El consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid lamenta que «el Gobierno de España ha actuado muchas veces con una deslealtad tremenda, llegando incluso a dudar de nuestros datos, de nuestras decisiones».
Siento el mayor de los respetos hacia las víctimas mortales de la covid y sus familias, pero no debemos convertir a la hostelería en el mayor de los sacrificados.