Guillermo Garabito | 12 de julio de 2021
A Pedro Sánchez le ha salido un Consejo de Ministros casi igual, es decir de muchas caras, demasiadas para los tiempos de crisis en los que vivimos, donde la única importante al final es la suya.
El poder es omnívoro, lo mismo devora ministros, jefes de gabinete, que amigos. Lo importante es el poder y por eso Pedro Sánchez ofrece a quien haga falta en sacrificio a los dioses de Ferraz para seguir en él. España necesitaba reducir el número de ministerios, no ministros nuevos, pero el PSOE necesitaba otra cosa. Las necesidades de los partidos y de España no suelen ir casi nunca en la misma dirección y siempre se anteponen las del partido porque es la única patria que conoce el político.
Pedro Sánchez puede ignorar a España, pero no puede ignorar lo que queda del PSOE. El PSOE es Pedro Sánchez y también Ferraz. Ferraz, criatura mitológica que habla por boca de quién haga falta para hacerse entender y el mensaje esta vez era claro: más Ferraz y menos Iván Redondo. Y así ofreció Pedro Sánchez a los suyos, a casi todos los que le habían llevado hasta la Moncloa, y lo hizo sin pestañear. La Moncloa es una tragedia griega donde muere hasta el apuntador y el presidente sólo va tratando de esquivarlo, porque la obra es de sobra conocida una legislatura tras otra, haciendo ofrendas a quien toque -con superstición con tal de aguantar en el papel un día más-.
A Pedro Sánchez le ha salido un Consejo de Ministros casi igual, es decir de muchas caras, demasiadas para los tiempos de crisis en los que vivimos, donde la única importante al final es la suya. Lo sustancial es que en éste ya no tiene a esos amigos que le pusieron donde está. El poder no entiende de amigos y mucho menos de filetes de hamburguesa vegana, el poder necesita sangre de vez en cuando, le pese a Alberto Garzón o a la Agenda 2050. Y si el poder exige traicionar a los tuyos -de buena mañana de sábado y por la espalda para tapar entre otros muchos disparates los indultos catalanes- se les traiciona sin miramientos para que todo siga igual.
Y todo pese a que el presidente dijo hace tan sólo una semana en rueda de prensa que remodelar el Gobierno no estaba entre sus prioridades. Remodelar un Gobierno casi entero siempre es un acto de supervivencia política y no tiene muchas lecturas más. Remodelar el Gobierno consiste en cortarse el brazo como el tipo aquel que se quedó atrapado entre dos rocas, pero en este caso son todo brazos ajenos, porque en eso consiste la política.
E Iván Redondo, después de todos sus esfuerzos para alcanzar el poder, ha comprobado en primera persona que el poder se mira pero no se toca. Y ahora, escarmentado, quizá cambie de vocación y se vaya como crítico de series americanas a alguna revista especializada. Entre tanto aquí seguiremos nosotros, con un Gobierno diseñado más para no tropezar que para los grandes titulares a los que estábamos acostumbrados. Ministros de perfil bajo que no den mucho la coña, que tener a Carmen Calvo soltando titulares cada día da impresión de Gobierno poco serio. Ministros que no den guerra, porque ser ministro es llegar al final de una carrera, convertirse en un cadáver que todavía anda por las moquetas de Moncloa hasta que el poder vuelva a exigir otro día de ira.
Y después de esta remodelación escrita por Tarantino, con traiciones y sangres, yo me imagino a Pedro Sánchez buscando en ‘Linkedin’ quién es quién entre cada uno de sus nuevos ministros. Y eso es lo único importante de lo ocurrido, que ahora a los españoles nos toca volver a abrir los periódicos para ir haciéndonos a las caras y los cargos de los nuevos porque sino la actualidad se pone tan complicada como una telenovela a la que se llega empezada y en la que no se conoce a nadie. La burocracia, siempre complicándonos la vida, incluso en verano.
Por frivolidad o engreimiento, Pedro Sánchez no lo oculta, cita a Largo Caballero como ejemplo y abraza los consejos de Zapatero con fruición. Esos son sus padres ideológicos.
La vicepresidenta del Gobierno aúna sectarismo y poder. Afirmaciones como que «el feminismo no es de todas» demuestran su indigencia intelectual.