Pedro González | 12 de agosto de 2019
En esta pugna chino-norteamericana, Europa es víctima propiciatoria. La UE debe consensuar con urgencia una estrategia común.
Washington acusa a Pekín de «manipulador de divisas» por la caída del yuan.
Los nubarrones del brexit «a la Johnson» se hacen más negros.
Quiérase o no el mundo está involucrado ya de lleno en una nueva guerra mundial, desencadenada por la pugna entre las dos grandes potencias planetarias actuales: Estados Unidos, que se niega a perder su poder hegemónico, y China, que aspira a ser la siguiente superpotencia dominante.
No hay de momento batallas a la manera tradicional, con tropas enfrentadas en escenarios bélicos que nos retrotraigan a las dramáticas imágenes de destrucción total de las últimas conflagraciones universales. Sin embargo, los combates son encarnizados en los frentes económico, comercial y tecnológico, con consecuencias dramáticas para todo el orbe.
Los combates son encarnizados en los frentes económico, comercial y tecnológico
La pasada tregua entre los dos colosos quedó rota cuando el presidente Donald Trump acusó en el mes de julio al Gobierno chino de no cumplir sus promesas de colmar el desequilibrio comercial entre ambos países mediante la sustancial multiplicación de sus importaciones.
Volvió a esgrimir entonces la amenaza de nuevos aranceles a las mercancías chinas a partir del próximo septiembre, con un impacto equivalente a 300.000 millones de dólares, que se unirían a los 250.000 millones que ya penalizan a los productos chinos que acceden al mercado norteamericano.
La reacción de Pekín fue dejar caer levemente su divisa, el yuan, movimiento interpretado por Washington como una devaluación voluntaria, base sobre la que se apoyó la grave acusación de “manipulador de divisas”, lo que lleva aparejada una estrecha vigilancia a cargo del Fondo Monetario Internacional (FMI), encargado principalmente de prevenir una guerra de divisas.
El choque ha proyectado no obstante su onda expansiva sobre todo el mundo, con un derrumbe generalizado de los mercados bursátiles, la búsqueda desesperada de refugio de los inversores en el patrón oro y la incertidumbre generalizada sobre el desenlace de esta guerra en curso.
La devaluación simbólica del yuan ha supuesto pérdidas de más de 100.000 millones de dólares a las empresas norteamericanas y europeas
Aunque Pekín haya vuelto a intervenir para calmar la ansiedad de mercados, inversores y Gobiernos, no hay duda alguna de que ha mostrado su inmensa capacidad para hacer daño. Si el simple arañazo de esta devaluación simbólica del yuan (renminbi es el nombre oficial de la divisa china) ha supuesto unas pérdidas conjuntas de más de 100.000 millones de dólares a las empresas norteamericanas y europeas, es fácil imaginar la amplitud de los destrozos que causaría una orden aún más enérgica del presidente chino, Xi Jinping, para que su divisa se desplomara de verdad, bastante más allá de los siete yuanes por dólar.
Como en toda gran guerra, ninguno de los principales contendientes saldría indemne: Estados Unidos, porque entre otras cosas tiene 1,1 billones de dólares de sus bonos en manos del Tesoro chino, que por otra parte almacena casi cuatro billones de dólares en las que son las mayores reservas del mundo.
Pekín podría activar tanto la reducción a basura de tales bonos, como detener la compra de los inmensos contingentes de productos agrícolas norteamericanos, algo que ya planea sobre los inquietos medios rurales, a los que Trump había prometido mejoras sustanciales en sus ingresos, obviamente con el objetivo de ser reelegido dentro de quince meses para otros cuatro años al frente de la Casa Blanca.
En cuanto a China, su hipotética activación de esa bomba atómica que sería una fuerte devaluación del yuan tampoco le saldría gratis. Además de romper todos los equilibrios comerciales globales, el resto del mundo podría reaccionar suspendiendo buena parte de los intercambios, que en términos reales arrojan sin interrupción fuertes superávits a favor de Pekín, saldos que han permitido a China crecimientos anuales del PIB de entre el 9% desde finales del siglo XX y los actuales en torno al 6%.
Europa, lejos de ser protagonista, siquiera tercero en discordia, en esta guerra chino-norteamericana, es víctima propiciatoria de la pugna. Los síntomas de recesión económica asoman ya sus fauces por el horizonte, al tiempo que los nubarrones del brexit «a la Johnson» se hacen más negros. La fortaleza de la Unión Europea se ha basado fundamentalmente en el escrupuloso respeto a reglas multilaterales. La patada de Trump a ese tablero internacional ya ha provocado un desorden que, desde luego, a quien más perjudica es a Europa.
Si China también se suma al caos, la UE será víctima por partida doble. Y, a día de hoy, tanto o más urgente aún que tomar medidas para afrontar la posible salida sin acuerdo del Reino Unido es que la UE elabore y consensúe una estrategia común que le permita desempeñar otro papel que el de comparsa o mera percha de los golpes en la guerra por la hegemonía entre las dos superpotencias.
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