Ana Samboal | 12 de agosto de 2019
Sánchez hace campaña de imagen mientras el país lleva cinco años parado. Las empresas no apuestan por España y los ciudadanos están hastiados.
Los españoles votaron para quitarse de encima un problema.
La incertidumbre es uno de los peores enemigos de la economía.
La crisis económica, que devino en crisis política e institucional, ha provocado una verdadera revolución en la vida política española. Antes, no hace tanto tiempo, poco menos de una década, el presupuesto era la ley más importante del año, el proyecto de gobierno por excelencia y, por eso, un gabinete sin cuentas aprobadas por el Congreso se veía obligado a convocar elecciones de forma automática.
Es lo que le ocurrió a Felipe González en 1996. La devolución del proyecto por la retirada del apoyo parlamentario de la CiU de Jordi Pujol fue la antesala de su salida de La Moncloa.
El presupuesto era la ley más importante del año, ahora no concita tanta atención
Mucho han cambiado las cosas desde entonces, si bien no tanto como pueda parecer a primera vista. El debate del presupuesto no suele concitar la misma atención y el propio proyecto de ley adolece de claridad a la hora de dibujar la política del Ejecutivo, pero sin las partidas presupuestarias que respalden y financien sus decisiones su margen de maniobra se reduce sustancialmente. Pedro Sánchez pareció entenderlo al convocar elecciones de forma anticipada. Aunque no se ha contenido a la hora de elevar el gasto público, no podía dar un paso más atado por el presupuesto de Cristóbal Montoro.
Tras la apertura de las urnas del 28 de abril, el PSOE ha relevado al PP como primera fuerza política, pero hace tan pocos esfuerzos por formar sólidos acuerdos parlamentarios como los hizo Mariano Rajoy en 2015.
Tal vez Sánchez tiene en mente una repetición electoral, aunque el precedente de 2016 debiera disuadirlo. Quizá espera forzar el apoyo de Ciudadanos por agotamiento o el de Podemos por conveniencia. Sea cual sea su proyecto, lo cierto es que, entretanto, hace campaña de imagen desde el palacio presidencial mientras el país está parado. El generoso presupuesto de Montoro, pensado para regar de dinero la economía a las puertas de una campaña electoral, le basta y le sobra.
A la vista de la evolución del PIB, a más de uno se le pasará por la cabeza el pensamiento de que mejor nos irá sin Gobierno. Por supuesto, puede ser mejor que un mal Gobierno. Pero la ausencia de un proyecto, de una dirección durante un período prolongado arroja más inconvenientes que ventajas.
Y lo peor es que, a poco que lo pensemos, nos daremos cuenta de que llevamos en estas condiciones casi cinco años. No hay mayorías claras en el Congreso desde 2015 y no parece que a nuestros representantes les quite el sueño. Lejos de preocuparse por las consecuencias que puede tener, se preparan para ver cómo sacan el mejor rendimiento en las próximas elecciones, vengan cuando tengan que venir.
Entretanto, las empresas, cada vez más internacionalizadas y por tanto menos dependientes de la coyuntura española, prosiguen con su quehacer diario, pero evitan apostar por España a la espera de acontecimientos. La industria del automóvil tiembla entretanto se clarifican las que serán las leyes medioambientales definitivas, los autónomos no arriesgan por miedo a que el esfuerzo se dilapide en una astronómica subida de impuestos o los inversores evitan poner en marcha nuevos planes o actividades porque desconocen lo que puede ocurrir.
La incertidumbre es uno de los peores enemigos de la economía, ante la duda el dinero se queda siempre en el bolsillo. Esta es una de las más graves consecuencias de la parálisis política que nos atenaza desde hace casi un lustro y ya la estamos pagando. Es posible que la actividad no se resienta, pero no se elevará nuestro potencial de crecimiento.
Es posible que la actividad no se resienta por la parálisis política, pero no se elevará nuestro potencial de crecimiento
El coste de oportunidad, a medida que trascurren los meses, es cada vez más elevado. Mientras nuestros políticos se miran el ombligo, hay guerras comerciales, planes estratégicos o inversiones multimillonarias materializándose cada día. El mundo en el que vivimos, cada vez más competitivo, no se para.
Con todo, aunque pueda ser más tangible, no es ese el efecto más dañino de la parálisis política. Hastiados de mociones de censura, dimes, diretes y chiquilladas, los españoles votaron para quitarse de en medio un problema. Han hablado y ahora sus representantes deben entenderse, ese es el mandato. Si no logran cerrar acuerdos y definir un proyecto claro y competitivo de país, la desafección política crecerá. Y eso nunca sale gratis.
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