Ainhoa Uribe | 12 de septiembre de 2019
El régimen político de muchos países musulmanes discrimina a las mujeres frente a los hombres, a pesar de que el velo completo de pies a cabeza no es exigencia del islam.
Dice el refranero español que “allá donde fueres, haz lo que vieres” o, como dicen los ingleses, “if you are in Rome, do as Romans, and if you are in England, do as English” (es decir, «cuando estés en Roma, compórtate como los romanos y, cuando estés en Inglaterra, como los ingleses»). Del mismo modo, los lectores saben bien que si viajan a un país musulmán las mujeres (aunque sean occidentales) han de respetar las costumbres del país, por lo que deben ir cubiertas, o decorosamente vestidas, evitando mostrar escotes, piernas e incluso el cabello, según los países, al tiempo que tanto hombres como mujeres evitarán dar muestras de afecto en la calle con sus parejas o beber alcohol en lugares públicos.
Las recomendaciones a los viajeros tanto de las agencias turísticas como de los respectivos ministerios de asuntos exteriores suelen ser muy claras al respecto y los occidentales las respetamos, en general, a rajatabla, para no generar problemas de orden público o que alteren la moral pública en estos países, aunque choquen con nuestras costumbres habituales o con la forma de relacionarse entre hombres y mujeres.
En esta línea, es habitual ver a diputadas o ministras occidentales plegándose a los usos de países musulmanes, cubriéndose el cabello en las visitas oficiales, no estrechando la mano a sus homólogos varones y evitando incluso el contacto visual con ellos, lo cual ha implicado, en ocasiones, numerosas críticas en países como Suecia, Austria o Alemania, que no han visto con buenos ojos dicha puesta en escena de sus ministras o diputadas. Pero el protocolo manda.
Sin embargo, la paradoja se produce cuando las visitas oficiales se desarrollan a la inversa y son los países occidentales los anfitriones. Un ejemplo muy reciente es el de la polémica en relación a la visita de la delegación iraní al Congreso de los Diputados de hace unos días. Las instrucciones remitidas por la embajada iraní, y asumidas por el Congreso, eran claras: en el saludo de bienvenida, las diputadas no podían dar la mano a los invitados iraníes ni mantener contacto visual con ellos, evitando cualquier relación hombre-mujer. En ocasiones anteriores, se han producido visitas similares y se ha procedido “a la iraní”, sin que ello trascendiera a los medios de comunicación.
Sin embargo, en este caso, la situación fue diferente, porque Vox denunció esta imposición protocolaria extranjera, negándose a participar en el acto de bienvenida de la delegación iraní. A su protesta se sumaron tanto el Partido Popular como Ciudadanos, mientras que la izquierda (Partido Socialista y Podemos), tradicionalmente abanderada del feminismo, y los nacionalistas, no se inmutaron por las imposiciones protocolarias. La solución alcanzada finalmente fue la celebración de la reunión, sin saludo previo, directamente sentados en la mesa de trabajo, algo que molestó al embajador iraní, quien señaló, al finalizar la reunión, que no aspiraba a que los españoles comprendiéramos sus costumbres, sino a que las respetáramos.
Al margen de la solución dada a este pequeño conflicto diplomático, el desencuentro debe permitirnos reflexionar sobre dos aspectos fundamentales: de un lado, el cinismo de la izquierda, cuando dice defender la causa feminista, pero se pliega a dictados muy poco ortodoxos en lo que a igualdad entre hombres y mujeres se refiere (y no precisamente en el extranjero, como muestra de respeto al país anfitrión, sino en la sede parlamentaria que representa a todos los españoles y españolas); y, de otro lado, el problema que sufren las mujeres en muchos países musulmanes.
El derecho de familia musulmán obliga a las mujeres musulmanas, en países como Arabia Saudí o Irán, a tener un tutor varón, que toma decisiones clave sobre su vida. La imbricación entre la religión y la política no permite la aprobación de leyes igualitarias, políticas de igualdad u otros mecanismos que ayuden a reconocer la igualdad formal y real entre hombres y mujeres. Las mujeres deben cubrirse con ropas largas y oscuras, que les impiden caminar o que les hacen soportar temperaturas elevadísimas en lugares donde hace mucho calor, normalmente. No pueden decidir sobre su matrimonio, sobre su futuro laboral o incluso administrar su patrimonio.
El “hiyab” o “chador” (en Irán), la “abaya” (en Arabia Saudí) o el “burka” (en Afganistán) han sido trajes impuestos como vestimenta oficial por parte de los poderes públicos, que son en realidad instrumentos al servicio de regímenes políticos que discriminan a las mujeres frente a los hombres, bajo la justificación de que supuestamente las “protegen” de las miradas indiscretas de los varones. No obstante lo cual, conviene recordar que en el Corán no existe la obligación de que las mujeres vayan cubiertas con dichos atuendos femeninos. La ropa, tanto femenina como masculina, debe preservar la modestia y tapar la desnudez. El velo completo de pies a cabeza no es, por consiguiente, exigencia del islam, hasta el punto de que, para que la peregrinación a la Meca sea válida, las mujeres no deben cubrir su cara y sus manos.
Las mujeres musulmanas no pueden decidir sobre su matrimonio, sobre su futuro laboral ni administrar su patrimonio
Las prendas actuales que se usan en muchos países musulmanes fueron impuestas en los años ochenta, convirtiendo a las mujeres en invisibles y negándoles su dignidad y sus derechos. El “hidshab” o velo es, en algunos casos, una elección personal, pero, en otros, es una imposición gubernamental (caso de Irán o Arabia Saudí). El Corán no impone, por tanto, el color negro en los ropajes o una largura o anchura determinada de las prendas. La vestimenta de las mujeres musulmanas debe mantener el equilibrio entre la modestia y el desarrollo de las tareas diarias, salvaguardando las costumbres y tradiciones, sin que ello suponga cubrir la totalidad de su cuerpo, como ya recordó una famosa sentencia de la Corte Suprema Constitucional de Egipto (número 8 del año judicial 17) de 18 de mayo de 1996.
El anonimato público del velo, que hace invisible a la mujer, choca frontalmente con cualquier planteamiento de igualdad, del mismo modo que es incongruente pedirle a una diputada española que, por unas horas, deje de ser persona en su propio país para convertirse en un ser inferior a los varones.
El uso del velo islámico ha planteado problemas en Occidente y cada país ha propuesto su propia solución: prohibiciones, permisos generalizados…. Conocer las raíces y el significado de esta prenda nos ayuda a plantear la respuesta más adecuada ante la polémica.