Luis Núñez Ladevéze | 13 de abril de 2020
El comandante no sabe manejar el compás del buque insignia, permanece escondido en la retaguardia y solo está visible para que la pantalla del televisor ofrezca una faz artificialmente maquillada.
¡Oh, mi comandante, ya te veo inoculado por el virus del dictador mientras desoyes la manifestación silenciosa! Permutaste la sesión de control parlamentario al Gobierno en sesión de control a la oposición. Tu propio exceso delató la maniobra. ¿Un pacto de Estado apoyado en quienes han traicionado el pacto constitucional de fundación del Estado? Bastaron cinco minutos a Pablo Casado y el mentís de la presidenta de la comunidad madrileña, que tus televisiones quieren ignorar, para dejar en evidencia la artimaña. Poner a prueba a la oposición desestabiliza la apelación a la unidad. ¿Hay que abandonar toda esperanza si el comandante prefiere aglutinar a sus socios desleales a apretar la mano de la leal oposición? ¡Oh, mi comandante!, te confundes si crees que el pueblo al que das la espalda, mientras se manifiesta en silencio contra tus consignas, se dejará amilanar.
Arrastrado a la fuerza al Congreso, reescribe el manual de resistencia para silenciar a la oposición. La insultas para evitar pedir perdón por la manifestación feminista, estampida de la pandemia como todos sabemos. Si no se pide perdón por esta barbaridad ni por los engaños gestados para ocultarla, la credibilidad del comandante permanecerá siempre en entredicho. La alianza con el independentismo rubrica la sospecha, porque traicionas la unidad al invocarla.
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El comandante de la flota no maneja el compás del buque insignia, pero da la espalda a la escuadra que podría socorrerlo. Sabemos, ¡mi comandante!, de la importancia de los test, que en Alemania se iniciaron masivamente un nueve de enero, y en España se inician selectivamente un quince de marzo, semana después de las manifestaciones. Sabemos que la muestra prometida es insignificante, que se ha desperdiciado el emprendimiento de la industria farmacéutica nacional que, hasta mediados de marzo, exportó miles de test, porque el mando unificado se interesó en despreciar la potencia de la industria privada. Sabemos, desde el dieciséis de marzo, que hay reservas de test PCR aguardando que se les encomiende un destino. Son iniciativas privadas y lo privado hay que repudiarlo en el recinto monclovita.
No queda espacio para reunir ataúdes. Inútil esperar que el comandante en jefe nombre a las víctimas, mande rendir el debido homenaje, comparezca en algún hospital para dar el pésame a las familias dolientes. Ni toque de oración por los caídos, ni un minuto de silencio para honrarlos, ni pésames del comandante en estas horas fúnebres. Ningún rasgo de valentía, ningún ejemplo que emular para admirarlo. ¿Cómo ofrecer signos de grandeza si su estado mayor desconoce el número de cuerpos amontonados sin registro?
¡Oh, mi comandante, te escondes detrás de la tropa que mandas al matadero! Los datos que proporcionan los portavoces del poder son desautorizados en los acuartelamientos autonómicos, puestos en entredicho por los tribunales, desmentidos por los especialistas, desautorizados en los hospitales del frente de campaña o en la avanzadilla de las residencias de ancianos.
¡Oh, comandante en jefe! ¿Dónde encontrar un testimonio para alabar tu autoridad moral? ¿Cómo verte dirigir el puesto de mando si cerraste el Parlamento? Solo estás visible para que la pantalla del televisor ofrezca una faz artificialmente maquillada.
Sabemos por qué y a quiénes aplaudimos en los balcones. Agradecemos el valor de los cuadros médicos desvanecidos en sus hospitales; honramos a los militares que patrullan para auxiliarnos en las calles en que tus mariscales los han menospreciado durante años; admiramos al personal de enfermeros que arriesgan su salud diariamente; apreciamos a los farmacéuticos que, día a día, se mantienen en su puesto de guardia.
Pero tú ¿dónde estás, mi comandante? ¿Para renunciar al contacto entre familiares y amigos no te necesitamos? Encerrados en nuestros domicilios, no nos haces falta ni para orar ni para llorar porque, ¡oh, mi comandante!, solo muestras tu impávida faz en la soflama semanal.
El aplauso del corazón reconoce a los que nos defienden en el frente de batalla. Allí, entre los que luchan y mueren, no se halla, no estuvo nunca, ni siquiera de visita, el comandante en jefe. Caen los combatientes mientras el estado mayor se resguarda fuera del campo de minas. Dispone sin límites de los medios que niega a los que combaten. No rinde honores a los caídos, no hay salvas de oración para los enterrados, no iza la bandera que nos aglutina, porque los socios que protegen al Gobierno reniegan de ella. ¿Es esa la unidad que pides, la lealtad que invocas? ¿Quién recita la oración de orgullo patrio, la que pueda motivar a secundar el valor, el heroísmo ejemplar de quien nos manda? Si ni saben contar los ataúdes, ¿cómo podrán dignificar a los que entierran?
¡No habrá un pueblo que te aclame, porque estará ocupado buscando las tumbas de sus fallecidos!
¡Oh comandante, mi comandante! ¿Cómo seguirte, escondido en retaguardia, silenciando las preguntas que pueden sonrojarte? ¿Dónde queda tu liderazgo cuando tus portavoces se desdicen titubeando, para rectificar un día sin saber si tendrán que hacerlo al siguiente? ¿Hay alguien en el buque insignia que distinga entre combatir en primera línea y enviar a los médicos y sanitarios ante un pelotón de fusilamiento? De mi comandante esperaría que fuera el último en saltar del buque y el primero en dar la cara en el campo de la muerte. Pero siempre se le ve protegido en la televisión con la cara maquillada.
¡Oh comandante, mi comandante! ¡Escucha a los que todavía lloran, porque nuestro trágico viaje aún no ha terminado! Nadie alzará junto a ti un estandarte, porque tus huestes no los respetan. ¡No habrá un pueblo que te aclame, porque estará ocupado buscando las tumbas de sus fallecidos! Tantos que os interesó resucitar la memoria de las cunetas despobladas… ¿os veremos desenterrando ahora a los ancianos de tantos domicilios convertidos en sepulcro?
El PSOE recurre a un hilo en Twitter para hacer ver que el 8M no fue el causante de la propagación del virus. Con él, no solo intentan deslegitimar la labor de la oposición, sino reforzar la excusa del “no se podía saber”.
Las circunstancias que se están viviendo hacen más importante que nunca que el Parlamento controle la acción del Gobierno. No es entendible que el Congreso permanezca cerrado y los diputados no alcen la voz.