Juan Milián Querol | 13 de mayo de 2020
Corre el rumor de que el PSC tenía dos almas: la nacionalista, mayoritaria entre sus dirigentes, y la constitucionalista, mayoritaria entre sus votantes. Sin embargo, en los últimos años ha quedado claro que ha vendido todas sus almas al diablo separatista.
Un lustro más tarde, Xavier García Albiol recuperó la alcaldía de Badalona. El año pasado había ganado las elecciones con una amplia ventaja respecto al resto de partidos. De hecho, en un contexto electoral adverso para el Partido Popular, García Albiol consiguió más de 37.000 votos y once concejales, es decir, uno más que cuatro años antes, quedándose solo a tres de la mayoría absoluta. Como es sabido por todos, esa victoria de poco le sirvió entonces. El PSC se movió en los despachos y consiguió el apoyo de los independentistas para su candidato, Álex Pastor. Fue un pacto contra García Albiol, sin proyecto de ciudad y con un liderazgo sin rumbo. Los barrios empezaron a degradarse, pero no tanto como el alcalde, que acabaría siendo detenido en las peores condiciones.
Este martes día 12 de mayo, el PSC tuvo la oportunidad de redimir parte de sus pecados contra el constitucionalismo. No lo hizo. Su prioridad era entregar la ciudad al separatismo. Logró un pacto con la derecha separatista de Junts per Catalunya y con Esquerra Republicana, pero el reparto del botín se truncó entre tanta ambición desmedida. Dolors Sabater, candidata cupera, no aceptó las condiciones de un PSC que en la pasada legislatura le había ganado una moción de censura con el apoyo del PP. Así, el socialismo catalán, más chamberliano que nunca, eligió el deshonor para alcanzar el poder y se quedó sin honor y en la oposición. Perdió algo más que la alcaldía de una gran ciudad, porque tuvo la oportunidad de rectificar y buscar un acuerdo entre constitucionalistas. No obstante, siguió con su tóxica inercia. Prefirió, una vez más, el pacto con secesionistas de todo pelaje ideológico antes que colaborar con quien había ganado las elecciones.
Muchas gracias a todos. Hoy vuelvo a tener el honor de ser alcalde de #Badalona y lo hago con el firme convencimiento de gobernar por y para todos los vecinos y vecinas de la ciudad, sin exclusiones. Nos vamos a dejar la piel para volver a situar a Badalona en el lugar que merece pic.twitter.com/ZXXzpkUB58
— Xavier García Albiol (@Albiol_XG) May 12, 2020
No hace tanto se solía decir que el PSC tenía dos almas: la nacionalista, mayoritaria entre sus dirigentes, y la constitucionalista, mayoritaria entre sus votantes. Es posible. Sin embargo, en los últimos años ha quedado claro que el PSC ha vendido todas sus almas al diablo separatista. Ayer comprobamos de nuevo cómo en el PSC la fe en el poder mueve más montañas que cualquier principio constitucionalista.
La historia viene de lejos, bien lo explica el mordaz periodista Miquel Giménez en el libro PSC: historia de una traición. El denominado procés sería incomprensible sin los Gobiernos tripartitos y sin la inicial complicidad del poco recordado Pere Navarro. Aquellos Gobiernos sirvieron para potenciar el programa pujolista, impulsando la propaganda interna, a través de los medios públicos y concertados, y de la externa -hubo «embajadas» de la Generalitat hasta para el hermano de Carod-. José Montilla se sumó a la falsa y maniquea retórica victimista con una pésima sobreactuación. Las campañas de un personaje sin escrúpulos como José Zaragoza habían agitado a sus bases contra el Partido Popular para justificar las puñaladas traperas a la Constitución que vendrían después.
En 2012, con el procés a toda máquina, los dirigentes socialistas optaron por la otrora estrategia nacionalista de la «puta i la ramoneta». Una de cal y otra de arena. Las dos almas en su versión más cínica. No se declaraban independentistas, pero legitimaban el núcleo del proyecto de Artur Mas, es decir, el derecho de autodeterminación. En el programa electoral de aquel año, el PSC proponía un referéndum para ejercer «el derecho a decidir» de los catalanes. Y Miquel Iceta, como muchos otros dirigentes socialistas en tertulias y actos públicos, reivindicaba que «se debe poder hacer un referéndum sobre la independencia». «De hecho, en las democracias avanzadas se hace», apuntaba, como si Estados Unidos, Francia o Alemania fueran repúblicas bananeras.
En el Congreso de los Diputados, los socialistas catalanes romperían más tarde la disciplina de voto en defensa de estos postulados nacionalistas. Con tal de hacer la puñeta al Gobierno de Mariano Rajoy, el PSC estaba dispuesto a asumir un discurso auténticamente antidemocrático, porque antidemocrático es defender que una parte de la ciudadanía pueda elegir retirar los derechos políticos a sus compatriotas.
Años más tarde, en 2017, con el apoyo a la aplicación del artículo 155 quedó difuminada parte de la irresponsabilidad del PSC, pero cabe recordar que solo se sumó (el senador Montilla no lo hizo) cuando ya no había más remedio, con la independencia de Cataluña declarada, y exigiendo que no se tocara ningún resorte del poder nacionalista. Las intuiciones ya le habían fallado días antes cuando no apoyó la manifestación convocada por Societat Civil Catalana para el 8 de octubre. Aquel día no estuvimos solos. Éramos cientos de miles abarrotando el centro de Barcelona. Pero el PSC no acudió. Tras ver el éxito y temer perder la ola de una respuesta democrática, se apuntaría a la siguiente, pero ya se había descolgado del espíritu de los plenos del Parlament del 6 y 7 de septiembre en los que la oposición plantó cara unida al intento del secesionista de imponer, rompiendo Estatuto y Constitución, una república autoritaria. Aquellos días fueron largos, pero la esperanza fue efímera y el PSC volvió a ser el PSC, ese partido que se muere de ganas por caer simpático al supremacismo. Llámalos «bestias taradas» y te regalarán su apoyo.
En la actualidad, los dirigentes del PSC llevan tiempo tratando de asentar las bases de un tercer tripartito en Cataluña, una jugada que evitaría la necesaria refundación democrática de una Generalitat que ahora es hostil a la mitad de los catalanes. Con una reedición de aquellos pactos, esta institución continuaría al servicio del separatismo. Este reagruparía fuerzas de cara al próximo asalto al Estado de derecho y el constitucionalismo estaría más debilitado. Ojalá lo que sucedió este martes en Badalona sea un aldabonazo en la estrategia del PSC. Ojalá sean más escuchadas las voces de algunos socialistas históricos, que clamaban contra la entrega de la alcaldía de Badalona a la «fanática» Dolors Sabater.
García Albiol vuelve a ser alcalde por méritos propios y con un proyecto municipalista que atrae a badaloneses de todas las ideologías. El primer discurso de la nueva oposición fue en contra del castellano, la monarquía y España. Y el PSC quiso gobernar con estos. Badalona y Cataluña hoy estarán mejor.
La CUP es el ejemplo extremo de esa nueva izquierda no obrera que empezó a configurarse en los años 60 y a crecer tras la caída del Muro de Berlín ahora hace 30 años.
La comunidad catalana se esfuma y la reconciliación parece imposible con liderazgos políticos mediocres que aspiran a la fama por encima de la ejemplaridad.