Miguel Ángel Gozalo | 13 de junio de 2019
El concepto de Gobierno de cooperación se trata de un triunfo semántico para calmar el ímpetu de Podemos.
«¡Inteligencia!, dame el nombre exacto de las cosas!«, escribió el poeta Juan Ramón Jiménez, uno de nuestros Premios Nobel, cuando aspiraba a destilar una poesía desnuda, ceñida a la realidad. El poliédrico Pedro Sánchez, que en el trance de conseguir apoyos para su investidura ha copiado la táctica de Mariano Rajoy en circunstancias similares, ha encontrado la palabra precisa -cooperación- para describir el tipo de Gobierno que puede frenar la obsesión de Pablo Iglesias por sentarse en la mesa del futuro Consejo de Ministros: Gobierno de cooperación, y no de coalición.
¿Qué significa cooperación? Según la definición más clásica, obrar o trabajar juntamente con otro u otros para un mismo fin. Todos los gobiernos del mundo son de cooperación, por supuesto. Pero la palabra está perfectamente buscada. Es un triunfo de la semántica para serenar el ímpetu podemita, que necesita compensar su declive electoral con algo más de influencia que la que hasta el momento le ha concedido el PSOE.
Las elecciones siempre las carga el diablo y nada indica que Unidas Podemos fuera a mejorar en una nueva consulta
Con esta sustitución de «coalición» por «cooperación» se dice implícitamente adiós a un «Gobierno Frankenstein» y se da la bienvenida a un «Gobierno ONG». ¿No son las Organizaciones No Gubernamentales la síntesis del trabajo conjunto al servicio de la gente? ¿Se conformará Pablo Iglesias con este juego de palabras? ¿Aceptará explicaciones como las de Adriana Lastra, una de las más reconocidas intérpretes del pensamiento sanchista, que ha hablado de la necesidad de encontrar fórmulas novedosas e innovadoras? («No es una cuestión de voluntad política, es una cuestión de matemáticas», ha declarado la exportavoz socialista en el Congreso de los Diputados para justificar la ampliación del espectro de los llamados a sustentar un Gobierno de izquierda, que el fundador de Podemos querría negociar de tú a tú con Sánchez).
La otra palabra para definir el espíritu que va a animar al futuro gabinete, una vez que Pedro Sánchez supere la investidura, es la de «plural». Está ya muy desgastada como referencia canónica a todo el país, dadas las a veces perturbadoras veleidades autonómicas, pero hay que reconocer que lo cobija todo: sirve para un roto y para un descosido, para aceptar el apoyo de los independentistas catalanes y de los radicales herederos del terrorismo vasco y, por supuesto, de los comunistas, aunque esta palabra haya desaparecido del mapa político español.
Más de una hora de reunión han servido para que Sánchez e Iglesias cuelguen bajo el letrero de gobierno de cooperación la voluntad de seguir reuniéndose una vez que el presidente del Gobierno en funciones vaya despejando el camino, más escarpado de lo previsto, de la investidura. Ante lo inevitable, Iglesias ha recordado que «el significante es lo de menos: gobierno de cooperación, de coalición, gobierno conjunto. Lo importante son los contenidos». Lastra fue incluso más precisa: «Gobierno integrador, incluyente: no es algo cerrado, como sería un Gobierno de coalición».
La explicación para que Iglesias haya aceptado esta manipulación hay que buscarla en el órdago lanzado por Sánchez ante la posibilidad de que Iglesias, su aliado inexcusable, volviera a negarle su apoyo, como ya hizo en ocasión anterior, cuando el «no es no» del entonces secretario general del PSOE desembocó en el Gobierno de Mariano Rajoy. La alternativa al fracaso de la investidura son nuevas elecciones, ha proclamado, con su solemne voz de secretario de Organización, José Luis Ábalos, el otro gran intérprete y apóstol del hombre que hoy controla el Partido Socialista. Las elecciones siempre las carga el diablo y nada indica que a Unidas Podemos, que va perdiendo fuerza con alarmante intensidad, fuera a mejorar en una nueva consulta.
Serenado Pablo Iglesias, que con su gusto por la pomposa solemnidad ha insinuado que Pedro Sánchez y él tendrán que «hablar mucho», y descartados Albert Rivera y Pablo Casado como abstencionistas necesarios para una investidura triunfal, el juego cobra nuevo interés. Mientras, las llamadas tres derechas avanzan por la senda marcada por la fórmula andaluza. Y, atención, VOX empieza a alternar con los demás. Ya no es un niño al que no le ajuntan en el patio del colegio.