Javier Redondo | 13 de julio de 2020
Pedro Sánchez no quiere pactar con el PP, quiere sumisión incondicional. Piensa que pactar con los populares lo debilitaría. Prefiere compañeros de viaje que le embadurnen y compliquen la vida pero que castiguen a su rival.
Para dotar de fuerza a lo que siempre quiso y de lo que nunca dudó, el presidente Pedro Sánchez empleó el otro día en su entrevista con el Corriere della Sera una falacia de equivalencia. Ante la pregunta del periodista: «¿Alguna vez ha pensado en una gran coalición con el PP?», Sánchez respondió: «No. ¿Sabe por qué el PASOK, partido socialista griego, casi ha desaparecido? Porque formó la gran coalición con la derecha». Cuando el PASOK pactó con el centro derecha -en un proceso semejante al español en 2015 y 2016, tras dos elecciones consecutivas-, los socialistas griegos ya eran la tercera formación. La izquierda radical de Syriza era la segunda. Las circunstancias de PASOK y PSOE eran parecidas y sufrían una crisis similar. El PASOK se hundió y Sánchez reflotó las siglas y transformó el partido en una plataforma plebiscitaria. Si bien, lo hizo empleando un ardid -la moción de censura y una mayoría derogatoria- y agarrándose al mástil adiposo del separatismo. Ahora todo es distinto.
Para considerar que el mensaje que transmitió Sánchez no incorpora una falacia de equivalencia, debemos asumir que Sánchez cree que los partidos socialdemócratas, en cualquier situación y contexto, se precipitan al vacío si pactan una gran coalición. Así que nunca veremos, si de Sánchez depende y mientras lidere su partido, una gran coalición PSOE-PP. Bueno es saberlo definitivamente. En eso, ciertamente, Sánchez no se ha desmentido. Antes de esta respuesta, Sánchez había introducido una imprecisión que complicaba un poco su argumento pero le despejaba el camino del día, que a la postre es de lo que se trata: «Casualmente, el PP habla de una gran coalición solo cuando la primera fuerza es el partido socialista». Pues tampoco.
Mariano Rajoy ofreció a Sánchez un acuerdo tras las elecciones de diciembre de 2015 -con Vicepresidencia incluida– y junio 2016. A la desesperada, Sánchez se presentó en el Comité Federal del PSOE, un 28 de diciembre de 2015, para tratar de convencer a los ‘barones’ de que le dejaran promover un acuerdo con Podemos y separatistas. La resolución política del comité fue muy clara: permitía un diálogo con todas las formaciones excepto con independentistas, lo que abocaba a elecciones, porque se antojaba complejo un acuerdo con Cs y Podemos. El texto decía: «Votaremos en contra -de la investidura de Rajoy- porque el PSOE es la alternativa al PP. El PSOE es lo contrario del PP. El PSOE es la primera fuerza del cambio en España».
Los socialistas encarrilaban unos nuevos comicios, ya que al PP le resultaba imposible formar Gobierno con 123 diputados, los mismos que Sánchez obtuvo en abril y no tiene ahora. Total, que el ‘noesno’ viene de lejos, primero con el aval del partido, luego en solitario, después con el partido domeñado y, por fin, con Sánchez en La Moncloa. El propio Sánchez reconoció en otro momento que se opuso a la investidura de Rajoy en otoño del 16 porque Rajoy quería un acuerdo para toda la legislatura.
Pedro Sánchez quiere, laureado y ungido, asentimiento y sumisión incondicional
Así que Sánchez quiere, laureado y ungido, asentimiento y sumisión incondicional. Sus pactitos son refrendos para ir tirando, porque entiende que la coalición con el PP lo debilitaría y, sobre todo, porque, con su hallazgo, no la necesita. Se convenció cuando incorporó a su causa a ERC y Bildu. Con ellos blindó una posición que no es fija, pero invoca siempre como advertencia que ejecuta a menudo. Sánchez es el presidente dispuesto a cumplir sus amenazas aunque tenga que ponerse la mascarilla que, ahora que hay stock, lo protege. Implacable, aplica un eficaz sistema de tortura a la oposición, según el cual se inflige daño si no se le consiente.
Sánchez gana tiempo en pos de sí mismo junto con compañeros de viaje que le embadurnan y complican la vida pero castigan a su adversario. Su Gobierno, dice, es para cuatro años; su coalición es estable, independientemente de las consecuencias; también lo debilita e incluye una maldición, pero no mañana, ni pasado; cuando ocurra, Sánchez buscará su pretexto para salir del paso, sin un gran acuerdo, con una gran performance y un poco más tarde para todos.
Pedro Sánchez se dedicó en 2019 a todo menos a cumplir con lo que estaba escrito en los presupuestos. Hoy, con una batalla indisimulable por los fondos europeos, Europa quiere controlar el uso que haga Sánchez del dinero del contribuyente.
Podemos no es genuinamente Gobierno, pues no se considera parte del Ejecutivo de un régimen que detesta. Pero sabe perfectamente que está en el Gobierno y no duda en aprovecharse de ello en favor de sus objetivos.