Juan Milián Querol | 14 de abril de 2021
Anda nerviosa la izquierda, porque Madrid, ejerciendo la libertad, es un contrapoder y evidencia que, ante cada ola pandémica, se podía saber más y se podía hacer mejor.
El PSOE trató de evitar la celebración de las elecciones madrileñas del 4 de mayo. No lo consiguieron y difícilmente pueden justificar sus intenciones, ya que la pandemia no fue un impedimento para que el ministro de Sanidad se pusiera en modo candidato catalán. Pero no cesan en su estrategia de obstáculos y mentiras. Van con todo. Han conseguido que un juez de lo Contencioso revierta una decisión de la Junta Electoral Provincial y excluya momentáneamente a Toni Cantó y Agustín Conde de la lista del Partido Popular.
Como indica el recurso de amparo del PP ante el Tribunal Constitucional, este juez ha optado por una interpretación restrictiva de un derecho fundamental como el sufragio pasivo. Los tentáculos monclovitas se mueven. El riesgo no es menor. Así lo han advertido más de 2.500 jueces españoles a la Comisión Europea. El asalto del PSOE y Podemos al Poder Judicial no es ninguna broma. Pretenden controlar todas las instituciones, como ya lo hacen en el CIS y TVE. Ante un sanchismo sin contención, la separación de poderes, la Justicia, es el dique que protege los derechos y las libertades y, por lo tanto, la democracia.
Anda nerviosa la izquierda, porque Madrid, ejerciendo la libertad, es un contrapoder y evidencia que, ante cada ola pandémica, se podía saber más y se podía hacer mejor. La izquierda no solo debe explicar por qué trató de impedir que los madrileños votaran, sino también por qué se opuso a iniciativas y propuestas del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso que buscaban el necesario equilibrio entre salud y economía: la construcción del Hospital Isabel Zendal, la compra de material sanitario, los test masivos, el control en los aeropuertos, etc., etc. El sanchismo siempre respondió con ataques y obstáculos. Prefería una sociedad cerrada y mentalmente controlada. Obstáculos y mentiras. Incluso el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, se ha negado a ofrecer cobertura a la catarata de bulos de Pedro Sánchez contra la Comunidad de Madrid. Poner en duda los datos de contagios sin aportar ninguna prueba es de una irresponsabilidad impropia de un presidente del Gobierno.
La Moncloa anda más ocupada enfangando la campaña madrileña que en preparar una alternativa al estado de alarma, que finaliza el próximo 9 de mayo. La campaña será dura. La lucha entre las izquierdas no augura paz y convivencia. Son como las disputas entre los independentistas, su competición la pagamos todos. Pablo Iglesias mengua electoralmente y se reconcentra en la exageración. El narcisista se regodea en la provocación, aunque esta sea improductiva o, incluso, contraproducente. Esta política de la mentira y del odio muestra la falta de nobleza de espíritu del adanismo 2.0. Es el ejemplo perfecto de un individualismo degenerado en egolatría, desvinculado de la responsabilidad. Inflamable. Peligroso. La mentira de los líderes y la agitación de los partidos tienen impacto en la cultura política de una sociedad. Es el efecto secundario de las palabras.
Al Robespierre del casoplón solo le falta sacar una guillotina a pasear. Iglesias amenaza y Sánchez ejecuta
La fractura social puede deberse a motivos objetivos, desde la crisis económica a los cambios culturales, pero también puede ser inducida por la irresponsabilidad de aquellos que supeditan la distinción entre el bien y el mal al posicionamiento partidista. La ambición por el poder sacrifica la integridad. Los charlatanes han contaminado las palabras. Estas pierden sentido en la boca de los Sánchez e Iglesias. Escribe Rob Riemen que «el lenguaje no tolera mentira alguna. Si se miente, las palabras se vuelven mudas y pierden su alma». Pervierten las palabras. El conocimiento se desparrama entre eslóganes y prejuicios.
El odio garantiza la eficacia de las mentiras. Por ello, Iglesias sube un tono que ya estaba excesivamente elevado. Él había abandonado Vallecas para instalarse en un fabuloso chalé en Galapagar, su espléndida dacha. Se acogió a todos los privilegios que otrora denunciaba. La distancia entre el dicho y el hecho es, para Iglesias, un trecho sideral, pero pretende camuflar su falta de ejemplaridad y el escaso valor de su palabra con una sobreactuación y una retórica incendiaria.
Tras poco más de un año en el Gobierno, en el que ha visto más series de televisión que reformas ha impulsado, abandona la vicepresidencia para presentarse a las elecciones de la Asamblea de Madrid y lo hace con un discurso propio de otras épocas, de las peores. Llama a «hacer frente a la derecha criminal». La retórica de la hipérbole alcanza en el podemita sus más altas cotas: «Hay que impedir que estos delincuentes, que estos criminales (…) puedan tener todo el poder en Madrid». Entró en la precampaña madrileña sin contención moral y con incontinencia verbal. Amenazó al PP augurándoles que «no van a volver al Consejo de Ministros», y personalmente a Ayuso, de quien dice que va a «terminar en la cárcel». Al Robespierre del casoplón solo le falta sacar una guillotina a pasear. Iglesias amenaza y Sánchez ejecuta. Sin embargo, ante las mentiras y los obstáculos, a Ayuso le basta mostrar la realidad de Madrid y una palabra, la mejor: libertad.
El consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid lamenta que «el Gobierno de España ha actuado muchas veces con una deslealtad tremenda, llegando incluso a dudar de nuestros datos, de nuestras decisiones».
Pedro Sánchez sigue impartiendo lecciones y negándose a un diálogo sincero con quienes le han aprobado hasta ahora las prórrogas del estado de alarma. Ha tendido tantas trampas que ya no puede moverse sin pisar una.