Luis Núñez Ladevéze | 14 de agosto de 2020
El jefe del Ejecutivo no tiene más remedio que gobernar con las cartas repartidas por su predecesor. Está obligado a elegir el aval europeo y el respaldo a la Constitución, aunque peligre el pacto con sus socios.
Los dos temas que deja pendientes el mes de agosto, mes de verano durante la normalidad veraniega de siempre, pero también en la llamada «nueva normalidad», que en esto no han cambiado las costumbres de la anterior, son la pendiente ley de presupuestos y cómo afrontar el debate sobre la monarquía parlamentaria. Aparentemente, no hay relación entre ambos temas, sin embargo, están relacionados por dos motivos. El primero, porque pone en peligro el pacto de gobierno entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. Y, el segundo, porque pone igualmente en peligro el pacto de gobierno entre Sánchez e Iglesias. ¿Hay algún aspecto común, además de que se ponga en peligro el pacto entre los coligados gubernamentales? Evidentemente, estamos en un ambiente especulativo en el que los amagos del movimiento en el tablero tienen tanto valor como los movimientos que luego se realizan.
¿Hasta dónde puede llegar el pacto entre el socialismo, que decidió respaldar la Constitución, y el comunismo populista, que no participó en su respaldo? Aunque el socialismo haga alardes de izquierdismo y sus bases se hayan distanciado del legado de la Transición, no es razonable equiparar socialismo con populismo. Tal vez sea una mirada demasiado optimista o algo ingenua por mi parte, pero encuentro que las diferencias entre ambos son más profundas que esas palabras tiernas, dictadas por el interés más que por la convicción, que los coligados se profesaron, antes y durante esta pandemia que no cesa con los calores estivales. Sus diferencias profundas proceden de un pasado que llega al presente y que puede resumirse así: el socialismo de Sánchez necesita Europa, el populismo de Podemos rechaza la Europa que Sánchez necesita.
El socialismo es un partido histórico, es decir, tiene una historia en cierto modo triunfal, que enlaza con el presente europeo. Ha participado activamente en la creación de la Unión Europea en contra del comunismo soviético. El populismo carece de historia. Nace de la frustración de la derrota soviética y del fracaso maoísta. Es fruto del resentimiento producido por la amarga decepción política que impuso la realidad económica. Ahora rechaza el presente europeo, que señala un rumbo de desprendimiento de las consecuencias de esa derrota de los comunismos. Las naciones europeas, que mantuvieron sus diferencias acentuando sus rivalidades, han perdido su capacidad de ir por separado como guías del mundo, pero se unen para resistirse a perder unificadas su presencia en la aldea global. La deserción del reino Unido se debe a que, entre seguir a Estados Unidos o seguir como parte de Europa, no ha optado por lo imposible, seguir como guía imperial, sino por ser guiado por Estados Unidos.
Es posible encontrar en Europa el factor común en este ajedrez que se juega en campo abierto. El populismo comunista es antieuropeo. Pero el socialismo forma parte de una Europa que insiste en ser y en estar unitariamente en la política del mundo. Sánchez, obligado a elegir, ya ha elegido varias veces, aunque no lo profese o lo disimule en público. Eligió Europa presentando a Nadia Calviño. Recibió un aviso cuando se frustró su candidatura. Elige de nuevo cuando comparece triunfante en el Parlamento tras una negociación que, en la práctica, lo obliga a renunciar a los postulados del pacto con el populismo demagógico. Elige de nuevo, porque sabe que Europa no entendería que, a consecuencia de un pacto con Podemos y con el separatismo, se pusiera en riesgo la unidad europea derrochando la unidad constitucional española. Elige otra vez, porque tiene que defender unos presupuestos y una reforma laboral que son transigidos por Europa bajo condiciones que contradicen las condiciones pactadas con sus socios. Elige al reunirse con los líderes europeos para tratar de pavonearse como uno más entre ellos. Elige cuando acepta como suyos tantos otros requisitos impuestos por la Unión. Elige, porque el socialismo forma parte de esta construcción fuera de la cual solo queda el aislamiento planetario. Elige respaldar la Constitución, aunque pacte con quienes la ponen en peligro, porque Europa no entendería que peligrara la unidad europea desmontando la monarquía parlamentaria española.
¿Y qué es, en la práctica, lo que elige? Elige lo que no puede deshacer, aunque quisiera. Cosas como seguir adelante con los presupuestos de Cristóbal Montoro o mantener la reforma laboral tramitada por Mariano Rajoy, aunque lo lleven a tener, tarde o temprano, que desbaratar el pacto con Podemos. Elige, en suma, el aval europeo. Y lo elige cada vez que se ve forzado a elegir, aunque el camino que lleve a la elección sea el de un trapisondista oscuro y tramposo que trata de encubrir los motivos y de rechazar la oposición mientras le sea posible hacerlo, porque esa es su coartada para mantener el inverosímil pacto de gobierno. La táctica de la transitoriedad permanente durará tanto cuanto no se vea forzado a desbaratar lo transitorio. Y si llega así a las próximas elecciones, pondrá cara de socialista centrista que ha salvado la monarquía y ha mantenido, bien o mal, la economía durante la pandemia, aplicando las instrucciones europeas.
Si lo que al socialismo de Sánchez le preocupara fuera únicamente cómo seguir transitoriamente en el Gobierno, el camino más seguro sería proseguir el socialismo para mantenerse refrendado por Europa mientras le sea posible. Como la necesidad hace virtud, podrá parecer paradójico, pero Sánchez no tiene más remedio que seguir gobernando con las cartas repartidas por Rajoy y contra las que, según dijo, fue necesaria una moción de censura, no para desmontar esas cartas, sino para seguir jugando con ellas.
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