Juan Milián Querol | 15 de enero de 2020
Valentí Puig nos ofrece en «Memoria o caos» una reflexión tan incómoda como necesaria sobre el mundo acelerado y desmemoriado en el que vivimos.
España estrena Gobierno y no parece que sea la economía lo que más vaya a sufrir. Esta, sin duda, se verá afectada negativamente por un proyecto o una yuxtaposición de proyectos que no plantean soluciones para problemas tan fundamentales como el paro y la deuda. Todo lo contrario. Prometen gasto y rigidez. Liberticidio en nombre de la libertad. No obstante, el principal peligro de este nuevo Ejecutivo, el de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, es que nace de una voluntad férrea de desmemoria. Sí, se llenan la boca de memoria histórica, pero olvidan qué supuso la Transición -un pacto entre aquellos que conocían muy bien el pasado y no quisieron usarlo como arma partidista-, olvidan los sacrificios de la lucha contra el terrorismo, olvidan, incluso, los recientes golpes a la democracia del separatismo catalán… No estamos, pues, ante una coalición progresista, porque quien no tiene memoria no puede progresar. Y, además, es ingrato.
Memoria o caos
Valentí Puig
Ediciones Destino
144 págs.
12.90€
Un Gobierno de estas características, sin embargo, no surge de la nada. Hay una cultura que lo ampara y una parte importante de la sociedad que lo vota. En este sentido, Valentí Puig nos ofrece en Memoria o caos (editorial Destino) una reflexión tan incómoda como necesaria sobre el mundo acelerado y desmemoriado en el que vivimos. En el libro de este fino liberal conservador late un pesimismo lúcido, ese que nos evitaría pagar el elevadísimo precio de las utopías y las falsas esperanzas. Contra los optimistas sin escrúpulos, resuenan aquí las brillantes páginas del ya añorado Roger Scruton y sus Usos del pesimismo. También transitan por el elegante e intenso texto de Puig Edmund Burke, Alexis de Tocqueville, Isaiah Berlin y tantos otros pensadores que deberíamos retomar durante las noches de insomnio que nos prometió Pedro Sánchez. Back to the basics.
En la segunda década del siglo XXI, la memoria dura lo que dura una pieza de Banksy, concebida para autodestruirseValentí Puig, Memoria o caos
Valentí Puig aboga “por la continuidad cultural de Occidente” y denuncia la ruptura de lo común. En la actualidad, a pesar de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, o por culpa de ellas, andamos ciegos ante los miedos y las esperanzas de nuestros propios vecinos. Como Jonathan Haidt en La mente de los justos, a Puig también le preocupa está polarización en la cual personas sensatas son incapaces de entenderse. Vivimos en tribus morales. No nos encontramos. Y, así, no es de extrañar que se pierdan esas virtudes cívicas tan necesarias para la vida en democracia. Aquí va la advertencia del mallorquín: “La segmentación del bien común quién sabe adónde nos llevará si no reequilibramos autonomía y experiencia de comunidad, Estado y mercado, la calidad de nuestra pertenencia a algo que es colectivo sin dejar el margen de libertad de individuos responsables”.
Así pues, Puig no defiende un comunitarismo asfixiante, sino enderezar un individualismo que ha degenerado en egolatría. Al desvincularse de la responsabilidad, el individualismo se ata a un narcisismo que abre las puertas, de par en par, al populismo y a la deriva identitaria de aquellos “nuevos” políticos tan dados a masajear el ego del “pueblo”. Nuestro autor, en la mejor línea conservadora, sabe que la libertad sin responsabilidad es una estafa. La libertad sin responsabilidad conduce inexorablemente a la falta de libertad por el camino de la vulgaridad y la dependencia.
Parecido diagnóstico encontramos en la obra de Rob Riemen, otro humanista, en este caso de tendencia más socialdemócrata, pero que se complementa perfectamente con Puig. El ensayista neerlandés también percibe la atomización de la opinión, acompañada por la obsesión por lo inmediato, el auge de las políticas del resentimiento y la banalización del arte.
Riemen nos receta nobleza de espíritu, esa libertad con fundamento moral que, en el caso de un intelectual, significa asumir la responsabilidad de ser “guardián de la civilización”, a saber, “transmitir el conocimiento de los valores, aclarar dudas, establecer distinciones, proteger el significado de los vocablos”. Puig no anda lejos y llama a una “resistencia fundamentada en la recuperación del carácter, el apego a la verdad y la voluntad de transmisión civilizadora frente a la desmemoria”. Y es que Valentí y su obra rezuman nobleza de espíritu, el mejor antídoto para los males de nuestro tiempo.
Gracias a la irresponsabilidad socialista, el nacionalismo dispondrá de la protección del Gobierno de España para garantizar su monopolio mediático y seguir expandiendo su red clientelar.
El “desproceso” solo es posible si el nacionalismo pierde el poder. No se trata de ganar elecciones, sino de sumar y cambiar democráticamente el Gobierno de la Generalitat.
Durante los primeros pasos de la Transición fue necesario un importante ejercicio de generosidad democrática de los dirigentes del PSOE «histórico».