Orencio Sacristán | 15 de marzo de 2021
Los partidos populares europeos han optado, en realidad lo habían hecho hace tiempo, por unirse al «Gran Partido Demócrata Europeo», con sus socios de consenso, los socialistas.
La elección de Donald Trump como candidato a la Presidencia de la República de los Estados Unidos ha supuesto un punto de inflexión no solo en la política norteamericana, sino también en la europea y posiblemente en la mundial. De modo inesperado, un candidato «antisistema» se imponía en las primarias del Partido Republicano. Un candidato cuya seña de identidad consistía en romper con el consenso progresista que ha marcado la agenda política durante décadas y que tan bien encarnaron los republicanos John McCain y Mitt Romney, derrotados ambos por el campeón del progresismo globalista Barack H. Obama.
Esta ruptura supone una polarización inédita respecto de la existente hasta ese momento. Porque ya no se trata de la competición entre dos partidos políticos que se disputan las instancias de gobierno sobre la base de un consenso compartido liberal-progresista indiscutible. Ahora es la pugna entre dos partidos que representan dos formas antagónicas e incompatibles de comprender la vida y el mundo. Este movimiento de fuerzas ha supuesto la reconstitución, por un lado, de un nuevo «Gran Partido Demócrata» que agrupa ahora en su seno un amplio conjunto de corrientes y fuerzas que oscilan desde los llamados «moderados» hasta las fuerzas más radicales de la izquierda, tan bien representados por los BLM o los «Antifas». En este Partido militan además los detentadores de las verdaderas instancias del poder en el espacio público norteamericano, como son las grandes corporaciones, los sindicatos, el grueso de los mass media, las Big Tech, Hollywood, la Ivy League y un largo etcétera de fundaciones, ONG y organismos nacionales e internacionales de todo tipo.
Todo este conglomerado de poder, en la medida en que ha sido desafiado por el Partido Republicano y sus bases con la elección de Trump, ha mostrado al mundo hasta qué punto constituyen una unidad bien trabada de pensamiento y acción. Frente a este Goliat, se encuentra ahora el Partido Republicano, mucho más débil, constituido por el momento en verdadero Partido «Conservador», un partido que, a modo de David, desafía al gigante aparentemente invencible. Por su parte, el mensaje del Establishment es claro: mientras el Partido Republicano no vuelva al consenso liberal-progresista, que se olvide de volver a ocupar la Casa Blanca.
Asistimos a un realineamiento de fuerzas que no puede dejar de afectar el mapa político europeo, como la definitiva expulsión del Grupo Popular Europeo del partido húngaro Fidesz pone de manifiesto. Los partidos populares europeos han optado, en realidad lo habían hecho hace tiempo, por unirse al «Gran Partido Demócrata Europeo», con sus socios de consenso, los socialistas. Es por ello que un partido como el Fidesz, convencido de la necesidad de luchar contra la disolución generalizada de todo lo que ha representado el cristianismo y la civilización occidental, y armado con unos principios no negociables incompatibles con el globalismo, debía ser expulsado. Como en realidad lo debe ser toda persona o todo grupo que no acepte la disolución de las fronteras o los límites de lo real y de lo históricamente constituido, no importa si estos se refieren a las naciones, a los pueblos, a las familias, a los sexos o al orden moral, pues toda diferencia ha de ser abolida. Que nadie dude de que este es el programa esencial de todo «Gran Partido Demócrata» o Partido Progresista, ya sea este norteamericano o europeo.
Con esta perspectiva presente, se clarifica en extremo lo que está sucediendo en España, y en particular con la puesta en escena de la ruptura del Partido Popular de Pablo Casado con Vox, no exenta de una nota de infamia personal contra su líder, Santiago Abascal, con ocasión de la moción de censura que este último presentó contra el Gobierno social-comunista de Pedro Sánchez. Como ilumina igualmente la guerra despiadada declarada entre el Partido Popular y Ciudadanos en su lucha por constituirse en la facción moderada, en el «ala derecha» del «Gran Partido Demócrata». En este dibujo, el PSOE se erige en la fuerza central, y por ahora hegemónica, del Gran Partido, con Podemos a su izquierda y PP o Ciudadanos a su derecha. Para su configuración definitiva solo queda este punto por dirimir. Parece que Sánchez ha optado por Ciudadanos, pero este en realidad es un tema menor. Lo esencial se halla en que uno y otro desean, suplican, ser parte del Gran Partido Progresista, mendigan al poder no quedarse fuera del nuevo consenso.
Esta guerra civil entre «centristas» oscurece lo que ahora se dilucida en las elecciones recién convocadas en la Comunidad de Madrid. Pero conviene que nadie se llame a engaño, porque si en España hubiera un sistema a doble vuelta como el que existe en Francia veríamos claramente a Pablo Casado formando un frente común con socialistas y comunistas contra Vox. El problema es que en España no existe este sistema, como sí existe en el país vecino, donde el equivalente al Partido Popular de allí no duda en unir sus fuerzas con la izquierda, incluida la más radical, para impedir una victoria de la Reagrupación Nacional de Marine le Pen. Esta carencia se complica aún más para el PP con la guerra fratricida existente con Ciudadanos por el espacio de centro, lo que provoca que, de conseguir una victoria electoral, su único socio posible de gobierno sea Vox.
¿Y qué hará Casado para no caer en una abierta contradicción entre su brutal declaración de ruptura con Vox y la necesidad de formar un gobierno autonómico de la máxima relevancia como es el de Madrid con ese mismo partido? Pero también conviene advertir igualmente a Vox que no debe dejarse engañar por la aparente proximidad de Díaz Ayuso a sus posiciones. Ella sabe perfectamente en qué partido está y en qué coordenadas se mueve su partido, y que no son otras que las propias del «Gran Partido Demócrata Europeo».
El término ‘izquierdear’ se encuentra en desuso, pero no puede hallarse de mayor actualidad en la realidad política española, hasta el punto de constituir la atmósfera que lo envuelve todo.
La portavoz del Partido Popular en el Congreso afirma que «la demostración de que el presidente del Gobierno no tiene límites son sus pactos con Bildu. Unos pactos que paga, puntualmente, cada viernes con los acercamientos de presos terroristas al País Vasco».