Justino Sinova | 15 de mayo de 2019
En España, quien entierra bien es la izquierda, que siempre acaba llevándose a la derecha al huerto.
En marzo de 2014, cuando Alfredo Pérez Rubalcaba medía sus fuerzas y sopesaba su dimisión como secretario general del PSOE, escribí estas líneas: “Tiene una imagen deficiente fuera del Partido Socialista tras una muy larga vida política llena de incidencias y en especial tras ejercer como vicepresidente en la última etapa del Gobierno Zapatero. Es listo, maniobrero y temido. Pero dentro del Partido Socialista logró estabilizarse. No es el socio ideal del partido de enfrente, el Partido Popular, pero en las cuestiones de Estado suele llegar a acuerdos. Tiene más sentido del Estado que muchos de sus compañeros”. Y terminaba con un veredicto que cinco años después lo seguiría manteniendo: “Tal como están las cosas hoy, el mejor sucesor de Rubalcaba es el propio Rubalcaba”.
Sánchez tuvo claro desde el principio que Rubalcaba no era de los suyos y trazó una raya entre los viejos socialistas y su proyecto
Perdonen ustedes la autocita, pero me ha parecido que sintetiza las dos caras que toda su vida mostró sin disimulo: duro con los rivales, consciente de su deber. Entre esos dos principios y amarrado a un socialismo no radical, se desenvolvía como un pistolero temible en los duelos políticos, hábilmente risueño, partidario de la gestión secreta, pisando a veces el filo de la legalidad y con el objetivo de responder a las demandas del Estado.
No es extraño que sus contrarios lo temieran, que sus compañeros de la última hora desconfiaran de él y que los servidores del Estado requirieran su ayuda. En ese cóctel de sensaciones, Rubalcaba no estaba seguro de contar con el apoyo del nuevo PSOE y por ello dejó paso a unas primarias que certificaron el cambio y acabaron encumbrando a Pedro Sánchez.
Alfredo, gracias por tanto.
Encarnas como nadie el amor y lealtad a España, el compromiso con la causa socialista. Manuel Azaña escribió que la política es "realizar". A esa tarea has entregado tu vida con inteligencia, dedicación y pasión.Te debemos mucho, todo… siempre. ? pic.twitter.com/aeQdOYkFcf
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) May 12, 2019
Sánchez tuvo claro desde el principio que Rubalcaba no era de los suyos y trazó una raya entre los viejos socialistas y su proyecto, pero eso no le impidió provocar un movimiento de devoción en cuanto se enteró de la grave enfermedad de su antecesor en el partido. Abandonó sin más ni más una reunión de la Unión Europea, a la que asistía como presidente, cuando aún no había sucumbido Rubalcaba al ictus que le atacó e inició una presencia casi continua en el hospital y junto al féretro durante tres días que se llenaron de homenajes constantes y heterogéneos, más una declaración de luto oficial. Parecía evidente que Sánchez estaba volcado en suscitar el más rendido homenaje a quien había sido su último y distinguido disidente, y no por una repentina enmienda personal sino por un rédito político colectivo.
Yo no puedo afirmar que todo consistiera en el aprovechamiento de un féretro para una maniobra de imagen, porque los sentimientos y las intenciones solo se descubren cuando el protagonista las confiesa. Pero Sánchez no era fan de Rubalcaba ni está rodeado de entusiastas rubalcabistas ni quiere dar continuidad a aquél partido de Felipe González que, por ejemplo, nunca negociaría con golpistas, nunca pactaría con los continuadores de ETA ni nunca compadrearía con comunistas arcaicos camuflados.
La operación salió redonda, con figuras del Partido Popular y de Ciudadanos volcadas en la demostración. La puesta en escena no era equivalente a la del entierro de Enrique Tierno Galván, aquel original alcalde de Madrid cuyo féretro fue conducido al cementerio en un coche de caballos, pero era inevitable recordar el precedente. No es del todo exacto que en España se entierre muy bien, como decía precisamente Rubalcaba, porque aquí la que entierra muy bien es la izquierda, que siempre acaba llevándose a la derecha al huerto. Días antes, sin ir más lejos, los votos del actual Partido Socialista ayudaron a revocar el nombramiento de Manuel Fraga como hijo adoptivo de La Coruña, una especie de reajuste de su funeral, al que hoy no acudirían.
El réquiem celebrado incluye, con todo, una lección para la derecha. La izquierda olvidó sus diferencias, la derecha no ha demostrado saber hacerlo. Ya vimos que la división en tres -PP, Cs y VOX- ha supuesto la ruina electoral para la derecha el 28-M y ahora contemplamos cada día como los tres partidos se ocupan más de discutir entre ellos que de referirse a lo que es esencial en unas elecciones. No han aprendido la lección, mientras Sánchez con sus rubalcabistas por un día ha mostrado una imagen favorecedora de unidad y ha logrado convocar incluso a sus contrarios.
El Partido Popular debe mantener como mínimo la enclenque y canija posición en las elecciones de mayo.
Tres partidos separados y con líderes que se hostigan a la menor ocasión nunca podrán gobernar España.