Carlos Cuesta | 15 de julio de 2019
Mientras la derecha vuelve a mostrarse capaz de dialogar por proyectos en común, el PSOE impone la lucha por los sillones en la negociación con su socio preferente, Podemos.
La izquierda española lleva muchos años alardeando de una palabra tan fácil de vender ante la opinión pública como hueca: el diálogo. La izquierda ha asegurado durante largas etapas políticas que la derecha era el rodillo, incapaz de hablar con nadie, ni siquiera entre las propias corrientes del centro derecha español. Y afirmaba que, por el contrario, eran ellos los únicos capaces dialogar. Porque eran los demás los que se pegaban por los cargos, no ellos, que se centraban en la ideas.
La nueva etapa política, sin embargo, está dejando el retrato exactamente contrario: el de una derecha capaz de entenderse en el diálogo que merece la pena, el que se entabla entre las fuerzas constitucionalistas; y el de una izquierda que solo usa el diálogo para pactar con separatistas pero que, cuando toca hablar entre partidos procedentes del socialismo, saca a relucir una pelea: la de los sillones de la izquierda.
La gran obra de José María Aznar fue la unión en un partido de las distintas corrientes del centro derecha español. Y fue eso precisamente lo que dio estabilidad a un largo periodo de mandato y prosperidad del centro derecha en España. El diálogo lo había: interno y hasta tal punto de que la unión de las derechas fue estable y firme, por lo que la crítica del supuesto rodillo de la derecha arrojada por la izquierda era simple y llanamente una simpleza. No se negociaba con el gran contrincante, el PSOE, pero sí con el resto, incluso en ocasiones demasiado con unos nacionalistas en fase de crecimiento hacia el separatismo.
El abandono del humanismo cristiano, el olvido de las víctimas y la escasa decisión en la defensa de la unidad de España han derivado en una ruptura de las derechas
Hoy esa misma derecha se encuentra fraccionada. El paso de Mariano Rajoy por el PP ha dejado un saldo de desunión de esas corrientes. La ausencia de políticas netamente liberales en materia tributaria, la falta de defensa de los valores de la derecha clásica española, el abandono del humanismo cristiano, el olvido de las víctimas y la escasa decisión y diligencia mostrada en la defensa frente a los desafíos a la unidad de España han sido el cultivo de una frustración que ha derivado en una ruptura de las derechas, carentes de un proyecto común capaz de unirlas.
Pero, pese a ello, y tras las primeras elecciones generales y territoriales vividas con plena implantación de esta tesitura de fraccionamiento de la derecha en tres formaciones con peso, lo cierto es que esa derecha vuelve a mostrarse capaz de dialogar por proyectos en común. Así lo muestra en Castilla y León, Murcia, Andalucía o Madrid. Y así en infinidad de plazas locales. Porque se ha preocupado, y así parece dispuesta a evidenciarlo de forma definitiva en Murcia y Madrid, más por un programa de Gobierno de centro derecha que por las peleas de sillones -con muestras más claras por unos que por otros, pero con alianzas en definitiva-.
Pero no se puede decir lo mismo de la otra área ideológica, enfrascada en exclusiva en la pelea por los sillones de la izquierda.
El PSOE ha hecho uso de su capacidad de diálogo, pero con los separatistas
El PSOE ha hecho uso de su capacidad de diálogo, efectivamente, pero con los separatistas. Ha cerrado 47 alianzas municipales con JxCAT y ERC, ambos partidos inmersos en el golpe de Estado separatista del 1-O. Y ha incluido en su abanico de cesiones a más formaciones nacionalistas como BNG, Més, CHA, PNV o Geroa Bai. Todo ello sin contar con el logro de abstenciones de EH Bildu.
Y tras todo ello, el PSOE ha impuesto la lucha por los sillones de la izquierda en su negociación clave: la que desarrolla con el que denomina su socio preferente, Podemos. Porque Pablo Iglesias no ha hecho más que pedir cargos. Y Pedro Sánchez nada más que negárselos para quedárselos él. Porque lo cierto es que cuando se trata de repartirse el poder entre partidos netamente de izquierda y netamente competidores, los sillones de la izquierda pesan más que sus programas.
El socio preferente del PSOE, tras quedarse con una parte de Podemos, es Pablo Iglesias.
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