Luis Núñez Ladevéze | 15 de septiembre de 2020
El jefe del Ejecutivo gestiona con perspicacia su poder. Atenaza, debilita o tapona a sus contrarios, sea dentro del Gobierno, sean sus variables socios parlamentarios o sea la fragmentada oposición.
La pandémica locomotora de Pedro Sánchez avanza, a veces a trancas y barrancas, otras más plácidamente hacia la estación terminal de la legislatura. El trayecto por recorrer aparece a la vista más despejado que hace medio año. Comienza la cuesta de los presupuestos y se percibe una pendiente suave, más cómoda de lo previsto por cuantos esperan el descarrilamiento. La estrategia en política, como en deportes, dejando aparte los imprevistos del azar, se ajusta a calcular las posibilidades del contrario sin engañarse acerca de las propias. Después del camino recorrido no cabe autoengaño. Sánchez gestiona con perspicacia su poder. Atenaza, debilita o tapona a sus contrarios, sea dentro del Gobierno, sean sus variables socios parlamentarios o sea la fragmentada oposición.
Un Gobierno dividido al que solo une la ansiedad por permanecer. Sánchez utiliza el ansia de Pablo Iglesias para recortar sus ambiciones. Unos aliados agrupados para aprovechar en su interés la debilidad gubernamental han pasado a ser otro instrumento en sus manos. Todos coinciden en el interés de que, cuanto más tiempo dure el Gobierno, mejor para los contradictorios intereses de los grupos coligados, porque su aversión a la oposición parlamentaria siempre pesa más que la debilidad gubernamental de la que siempre sacan provecho. El cuanto peor, mejor, une en este juego de naipes trucados que baraja con astucia el equipo de Sánchez, generalmente en perjuicio del constitucionalismo, aunque nunca de modo tan patente como para poner en riesgo el futuro rendimiento electoral del socialismo.
La estrategia no sería eficaz si el Gobierno no contara con respaldos en el ámbito privado. Principalmente, en los grandes medios de comunicación, no solo la televisión pública, sino también las grandes empresas multimedia, que apoyan, casi sin reservas, el relato oficial y menudean a la oposición. El último gran servicio de El País fue actuar de altavoz a la filtración de un whatsapp de Pablo Casado sobre la renovación del Poder Judicial. El incidente pone, una vez más, en evidencia que todo esfuerzo de la oposición para coordinar una gestión común durante una crisis política, económica y social sin precedentes está destinado al fracaso. Casado ya había advertido en sede parlamentaria que el problema con Sánchez era que no ofrecía garantía alguna de fiabilidad. A pesar de sus recelos, ha sido otra vez estafado. Nueva prueba de que el enemigo de Sánchez no es Santiago Abascal, sino Casado.
También Iglesias ha experimentado el engaño. La marcha hacia la aprobación de los presupuestos avanza anticipando decisiones antes de que Podemos pueda proponer las suyas. La discreción con que Nadia Calviño se ha adelantado para amortiguar los recelos europeos se puede ejemplificar en la política de hechos consumados de la fusión de Bankia y La Caixa. Tanto Iglesias como Quim Torra tienen motivos añadidos para desconfiar de Sánchez. Igualmente, Ciudadanos, al que Sánchez había mimado durante el verano como aliado ejemplar, ha probado el menosprecio en cuanto el Gobierno ha asegurado votos de sus socios de investidura. No porque Iglesias haya impuesto la tesis de que el respaldo presupuestario debe nutrirse del de la moción de censura, sino porque apreciar o despreciar a Ciudadanos es un asunto meramente coyuntural que el Gobierno usa en función de conveniencias pasajeras. El episodio del pésame por el suicidio en Martutene del terrorista Igor González, un asesino múltiple, muestran cómo el pago de los votos de Bildu devalúa el apoyo naranja.
No hace mucho se temía que Sánchez iba a ser rehén de Iglesias, el presunto listillo del Gobierno. El tiempo y los hechos lo desmienten. Iglesias es preso de Sánchez. Le bastará que le echen migajas de ideología, y las tendrá, para poder simular que no necesita justificarse para mantener al Gobierno. La Fiscalía contribuye a aderezar el pastel y tapa los problemas judiciales de Podemos aireando el Kitchen. ¿Hay algún motivo para pensar que Casado esté más comprometido con el pasado judicial del Partido Popular que Sánchez por el presente del socialismo andaluz todavía pendiente?
Como la felona estrategia de Sánchez tiene rendimiento, la acidez de la crítica no cambiará su sonrisa impasible. Ha superado cuantas veces se aventuraba la caída de este Gobierno, tambaleante desde su inicio. Ha cimentado su permanencia gestionando su debilidad gubernamental, la de sus socios y la de la oposición. Ha impuesto sus credenciales. La exministra de Justicia es la fiscal general del Estado; el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ahora silenciado, ha sobrevivido a las crisis de los coroneles y de los generales. La pandemia no lo ha agrietado. Europa acepta.
Iglesias sigue de vicepresidente cuando ya se aseguraba que abandonaría. Los obstáculos para renovar los presupuestos, hasta ahora insalvables, se disipan. Podemos tragará lo que haga falta tragar para abrevarse del pesebre. Sánchez pasa de un lado para otro, haciendo de la geometría variable un ejercicio gimnástico. ¿Puede Ciudadanos salir indemne del último desaire que ha dejado en evidencia la esterilidad de una política de mansedumbre? Ante la efectiva estrategia que reúne a todos los coligados de la censura para arrinconar al Partido Popular, a la que Vox ayuda cándida o deliberadamente al inflar una moción que deja sin espacio al Partido Popular, Casado, única opción realista de posible alternativa, no tiene más remedio que resistir, prepararse y atender a la rosa de los vientos para alzar las velas a la espera de que Eolo anuncie un soplo favorable.
Para el imaginario independentista, habría tres presidentes: Puigdemont, Torra y Aragonés. Tres que serían uno, el «legítimo»; pero esta poco santa trinidad solo sería comprensible para los creyentes del lazo amarillo.
Pedro Sánchez sabe que sacar adelante los presupuestos le garantiza acabar la legislatura. Si consigue pasar el examen, ya no le preocupará Iglesias, salvo para quedarse con buena parte de sus votos, que para eso el PSOE es el grande y Podemos el chico.