Mikel Buesa | 16 de mayo de 2019
La disidencia de ETA, partidaria de la campaña terrorista, se sitúa en lo más extremo del nacionalismo revolucionario.
Desde el momento mismo de su cese de la actividad armada, surgió en ETA una disidencia partidaria de la continuación de la campaña terrorista que ha ido haciéndose cada vez más fuerte en el mundo abertzale. En aquel momento —hablamos de octubre de 2011—, un siete por ciento de los militantes de ETA y una proporción algo más amplia de los de Bildu y Sortu discrepaban de las decisiones tomadas por la banda terrorista. Inmediatamente comenzaron a organizarse en torno a los Irautzaileen Bilguneak (Foros Revolucionarios), conocidos por el acrónimo Ibil.
La información disponible señala que eran entonces unos cincuenta individuos y que su principal dirigente era un exconcejal de Herri Batasuna, Fermín Sánchez Agurruza, huido en Francia. Un año después, a finales de 2012, ETA les reconvino privadamente señalándoles que estaban fuera de la izquierda abertzale, pero ello no les intimidó, pues dos años más tarde Ibil había ganado peso, sus efectivos se habían multiplicado por tres y estaba en disposición de emprender una oleada de acciones de sabotaje y de propaganda.
Precisamente en 2014 se dio a conocer una nueva sigla disidente —Amnistia ta Askatasuna (ATA)— dirigida desde la cárcel por Iñaki Bilbao y centrada sobre el colectivo de etarras encarcelados, de los que una docena habrían ingresado en ella. Bilbao fue expulsado por ETA, lo que, para esta, equivalía a reconocer su incapacidad para domeñar la desavenencia surgida en su seno. Las fuentes disponibles señalan la confluencia entre Ibil y ATA, siendo probable que esta última haya absorbido a la primera. En todo caso, con dificultades, esa disidencia de ETA siguió ampliándose, de manera que ya en 2017 presentaba un nuevo partido —Herritar Batasuna—, y en 2019, una nueva organización juvenil —la Gazte Koordinadora Sizialista (GKS)—.
El conjunto de estas organizaciones podría reunir a unos 500 militantes o simpatizantes
Se señala en esas fuentes que, actualmente, el conjunto de estas organizaciones podría reunir a unos 500 militantes o simpatizantes; que cuenta con algún armamento —60 pistolas y material explosivo robado a ETA durante su proceso de desarme—; que su implantación territorial se limita básicamente a la margen izquierda de la ría de Bilbao y a algunas comarcas del norte de Navarra; y que por el momento no ha tomado la decisión de reemprender la campaña terrorista, seguramente porque se saben vigilados por las fuerzas de seguridad del Estado y no cuentan con medios financieros suficientes para ello.
Ideológicamente, este nuevo entramado abertzale —al que cada vez más se identifica con ATA— se sitúa en lo más extremo del nacionalismo revolucionario, propugna el retorno a la lucha armada para «desatar el nudo gordiano de la opresión», critica a ETA por su «repliegue y desarme» y por haber asumido «la lógica del perdón», plegándose a las exigencias del Estado, y reprocha a EH Bildu y a Sortu haber «liquidado el proceso de liberación nacional» para «chapotear en el pantano institucional» español.
Operativamente, tres son los planos en los que ATA ha desarrollado sus actividades. El primero es el de su extensión organizativa, a la que ya me he referido. El segundo se ha centrado en la realización de algunas acciones violentas de terrorismo callejero, especialmente durante los años 2014 y 2015, pues apenas hay informaciones que refieran ataques de esta naturaleza para los años más recientes. Y el tercero alude a una actividad política que, de momento, no ha ido más allá de promover, con escasa proyección, la abstención en los procesos electorales.
En resumen, perece claro que la disidencia de ETA es todavía débil, aunque haya ido creciendo durante los últimos años en cuanto a su militancia y su complejidad organizativa. Todo ello, a pesar de las amenazas que sus dirigentes han recibido de la propia ETA, aunque haya que añadir que esta no parece haber tenido capacidad para llevarlas a la práctica. El resultado no es otro que al abertzalismo institucional le ha salido un competidor político que ha ido fortaleciéndose muy lentamente, siendo todavía su capacidad bastante limitada. Este es seguramente el motivo por el que las fuerzas de seguridad del Estado consideran pequeño el riesgo de que de ATA emerja una nueva campaña terrorista. Pero no debe olvidarse que incluso de grupos muy pequeños han surgido movimientos violentos cuando la voluntad de matar a quienes se considera enemigos, más allá de cualquier otra consideración, se ha impuesto.