Luis Núñez Ladevéze | 16 de julio de 2020
Nadia Calviño ha fracasado en su intento de presidir el Eurogrupo. Cabe dudar de que lo que beneficie al Gobierno de coalición sea lo conveniente para la estabilidad de la España constitucional.
La derrota de Nadia Calviño en su carrera para presidir el Eurogrupo tiene un sabor agridulce. ¿Es una derrota de España, una derrota del Gobierno o ambas cosas a la vez?
No hay duda de que es una derrota de Pedro Sánchez. Tampoco es dudoso que es una derrota española. Pero es muy dudoso que las razones por las que España sale debilitada de esta refriega europea coincidan con los motivos por los que el Gobierno sale debilitado. Y puede ser también que cuanto debilite al Gobierno de coalición sirva de refuerzo para la España constitucional.
Si se parte del punto de vista de que lo que fortalece a un Gobierno, cuya permanencia se basa en gestionar la inestabilidad política permanente desde la moción de censura contra Mariano Rajoy, puede perjudicar a la monarquía parlamentaria porque facilita la labor de sus enemigos, cabe dudar de que lo que beneficie al Gobierno de coalición sea lo conveniente para la estabilidad de la España constitucional. Sánchez se ha acostumbrado a ganar cruzando naipes trucados para facilitar a los enemigos del Estado lo que niega a la leal oposición. Porque la lealtad de la oposición se debe a la monarquía, no a un Gobierno de lealtades ambiguas, que ha basado toda su capacidad de comunicación para mantenerse a flote en poner en duda la idoneidad de una oposición que ha mostrado su lealtad sin reservas a la monarquía.
Son muchas las cartas trucadas que ha ido barajando el Gobierno antes, pero sobre todo luego, es decir, durante la gestión de la pandemia, para volver a repetirlas ahora. Para puntualizar las principales, basta señalar que, al menos los ministros de Interior, de Transportes, de Sanidad, la ministra Portavoz, que podrían ser objeto de recusación, se mantienen en el sillón gracias a la geometría variable de una instabilidad política que está en manos de socios desleales.
El juego sucio del vicepresidente del Gobierno ha quedado de manifiesto al quedar excluido como víctima de una causa por el juez García Castellón, que la instruye. El extraño episodio de la tarjeta puede estar aún abierto a la interpretación, pero la credibilidad de Pablo Iglesias, si alguna vez la tuvo, ha quedo decisivamente empantanada. Tampoco ayudan a afianzarla las manifiestas contradicciones entre el aprovechamiento privado de su oficio como gestor público protegido por la Guardia Civil, a la que insulta, y su retórica recusante de la actividad privada. Está por ver, por tanto, que la derrota de Calviño signifique una debilitación del sector socialista y un fortalecimiento de su socio gubernamental, cuyo desgaste comienza con el ensombrecimiento del propio vicepresidente.
La pretensión de presentar como derrota de España una derrota del Gobierno es, por lo menos, discutible o, si se prefiere, agridulce. Por vez primera Sánchez ha sufrido un varapalo que ni la propaganda, ni la televisión pública, ni las encuestas prefabricadas pueden disimular. Europa desconfía del Gobierno, como la mayoría de españoles leales desconfían de Sánchez. Ahora no puede apelar, como ha hecho durante el estado de alarma, a la falta de patriotismo de la oposición leal que ha estado a la altura para no desgastar la candidatura de Calviño. Tal vez Sánchez se haya percatado de que, si hubiera pactado con Pablo Casado para abordar esta gestión, Calviño no se hubiera visto obligada a reconocer ahora haber perdido un voto por el camino de los diez que Sánchez había amañado. Tal vez Sánchez comprenda que el PP sigue ahí para proteger a la vicepresidenta del posible embate del vicepresidente minoritario. Veremos si la oposición tendrá que exhibir sus cartas de lealtad frente a un socio gubernamental que puede sentirse tentado a jugar con naipes de oposición, ya desde dentro o ya desde fuera del Gobierno.
La gestión ante Europa sigue quedando en España en manos de Calviño, y difícilmente puede pensarse que eso fortalezca al vicepresidente, porque equivaldría a tirar la toalla en la gestión de los fondos de recuperación europeos. Presumiblemente ocurrirá que ese rescate encubierto no sea ad maiorem gloriam Sánchez, sino que, sobre todo la fiscalidad, quedará tal vez más difícil de negociar. Puede que los fondos resulten más limitados, y esta es la parte agria de la noticia. Menos factible es que quede debilitada la cohesión Norte-Sur o que se rebaje la importancia del fondo de recuperación, cuando Irlanda ha sido rescatada por análogos fondos.
Lo que ocurrirá es que será más difícil adaptar la negociación, la gestión y la distribución a los caprichos ideológicos del Gobierno. Toda Europa tiene tantos motivos para recelar del actual Gobierno de Sánchez como los tienen la mayoría de españoles leales a la monarquía parlamentaria. La dificultad de la negociación no necesariamente impide que sea más beneficiosa al servicio de España, por el hecho de que puede perjudicar la agenda de los socios del Gobierno.
Si la oposición hace valer sus cartas ante el PP europeo, el control de los fondos no será tan fácil como se prometía Sánchez. Eso no es una mala noticia, es la parte dulce de la receta. Veremos qué ocurre con los presupuestos y cómo quedará la renta mínima. Seguramente necesitará respaldo y colaboración de la oposición, a costa de los socios gubernamentales. La previsión de un reparto menos fastuoso y más riguroso de los fondos, el aseguramiento de eso que llaman ortodoxia económica, y que no es más que precisión en el ajuste, el ahorro en los flirteos tributarios de partidas ideológicas inútiles y, en fin, apretarse el cinturón cuando la deuda está disparada pueden no ser recetas de gusto, ni platos fáciles de digerir, pero puede ser el tratamiento que nuestra economía necesita para salir de una situación que peligraba encaminarse hacia el abismo bolivariano.
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