Juan Milián Querol | 16 de septiembre de 2020
Quim Torra presidirá su último debate de política general. Horas después, visitará el Tribunal Supremo para hacer frente a una desobediencia confesa que podría suponer su inhabilitación.
Hoy, miércoles 16 de septiembre, en el Parlamento catalán empieza el último debate de política general de la presidencia de Quim Torra. Mañana jueves, en el Tribunal Supremo, el president acudirá a su vista para tratar una desobediencia confesada y proclamada que supondría su definitiva inhabilitación. Pasado mañana, ¿quién sabe? Ni los protagonistas lo saben, perdidos entre tantas astucias y jugadas maestras. Dice la fugada Marta Rovira que es difícil encontrar con quién hablar sobre el futuro de la presidencia, que no hay nadie al timón, que todo el mundo habla, pero nadie conoce el rumbo. En definitiva, Torra no pinta nada. Sin esperar a la decisión del tribunal, los diferentes partidos nacionalistas ya han convertido a Torra en un transeúnte que se pasea por las estancias del Palau de la Generalitat como alma en pena. Nadie escucha sus lamentos. Nunca ejerció el poder autonómico y nunca tuvo autoridad moral al desprestigiar su cargo desde el primer minuto, presentándose como el vicario de quien huyó en un maletero.
La situación es tan patética que incluso se ha atrevido a salir a dar lecciones el que menos puede darlas. Este pasado lunes, día 14 de septiembre, comparecía Artur Mas ante los medios de comunicación. Lo hacía con barba de tres días y la corbata con el nudo flojo. Aún no se ha hecho hippy. Todo llegará. Pero, de momento, se muestra como un perfecto bobo, un bourgeois bohème, uno de esos adinerados parisinos que se creían revolucionarios y eran, simplemente, frívolos hipócritas, pijos contraculturales. Dice que no quiere acabar su carrera política con una separación. En realidad, su obsesión por la separación acabó con su carrera política igual que con Convergència i Unió. Se siente «triste, decepcionado y enfadado». Él, que decepcionó a media Cataluña, enfadó a la otra mitad, e inició un proceso que solo ha traído tristeza. Será ese sentimiento de culpabilidad de los bohemios burgueses que vienen a salvarnos la vida para encontrarse a sí mismos.
En manos de estos apenados irresponsables, el futuro de Cataluña languidece. Son aceleradores de decadencias. No hace tanto, el propio Mas aseguraba que los bancos se pegarían por venir a la Cataluña independiente. Sin embargo, la simple amenaza de la inseguridad jurídica provocó la estampida de bancos y empresas. Se fueron y no parece que vayan a volver, no mientras Cataluña siga empantanada en la irracionalidad. CaixaBank y Bankia se van a fusionar y, entre muchas incógnitas, solo hay una certeza: la entidad resultante se mantendrá en Valencia. En la Generalitat catalana ni se han enterado de la operación. Fuera de sus disputas internas, viven en la inopia. ¡Que La Caixa vuelva a Cataluña!, claman ahora los que prometen repetir los hechos que la expulsaron. Lo dicho: ni ejercen el poder autonómico, ni tienen ya autoridad moral.
Cataluña es una de las regiones que peor ha gestionado la pandemia en el país que peor la ha gestionado de todo Occidente. No obstante, Torra saldrá hoy al atril del Parlament para mostrarnos que vive en un tiempo pasado o en una realidad paralela. Como activista, le preocupaba lo que había sucedido hace tres siglos y, como president, se ha encallado en hechos de hace 80 años, como demostró en su disparatado discurso de la Diada sobre Lluís Companys. Se va acercando al presente, pero no llega. No llegará. Será su penúltimo discurso en una presidencia que ha llevado la institución al máximo desprestigio e irrelevancia. Cualquier cosa podemos esperar hoy y mañana de él, menos verdad y dignidad. Por eso, los más jóvenes, los que menos energía han volcado sobre el procés, empiezan a desertar del independentismo. Ya no les ilusiona un engaño tan obvio y un provincianismo tan pegajoso.
¿De qué logros presumirá hoy Torra? ¿Qué gestión podrá explicar? Cataluña es la autonomía con los impuestos más altos, excepto aquellos que afectan a los listos y altos cargos de la Generalitat. Han recortado gasto social como ninguna otra comunidad autónoma, pero la red clientelar no deja de crecer y las deudas de los antecesores siguen siendo una losa sobre la espalda de la menguante Cataluña productiva. Alguien podría pensar que, tratándose de nacionalistas, en cultura podrían sacar pecho, pero ni eso. Las subvenciones solo alimentan la mediocridad y la política lingüística provoca desafección. Han cambiado a una consejera por otra igual de supremacista, pero más sumisa. Aquella se quejaba de que en TV3 y el Parlament se habla demasiado en castellano. Y esta promete reducir el uso de la lengua común de los españoles al ámbito privado.
En definitiva, la presidencia de Torra ha sido peor que una pérdida de tiempo. Ha sido una continua degradación institucional entre malas políticas y palabras sin sentido. El desobediente ha acabado exigiendo obediencia, igual que Mas, el separatista, exige unidad. Para ellos solo sus seguidores son Cataluña, y solo sus deseos deben ser ley. No sabemos si son conscientes del daño que han hecho a Cataluña, estos que tanto decían amarla. La economía y la convivencia han quedado maltrechas por tanto narcisismo identitario. Y es que el procés fue derrotado por el Estado de derecho, pero nadie ha ganado. Como mucho, los clérigos del nacionalismo se mantienen en sus cargos; el resto, pierde. Seguimos atrapados en la telaraña de los ensimismados.
El pleno contra la monarquía fue la penúltima del presidente de la Generalitat. La incompetencia y las prioridades equivocadas se están llevando empleos y vidas por delante en Cataluña.
Ha recibido el V Premio de la Fundación Villacisneros por su labor investigadora y divulgadora en defensa de la verdad histórica de España.