Carlos Echeverría | 17 de abril de 2019
Las elecciones confirman el agudo proceso de cambio en Israel y la consolidación de las posiciones religioso-nacionalistas.
Las elecciones generales celebradas en Israel el pasado 9 de abril confirman el agudo proceso de cambio que caracteriza a este país en los últimos años y que podemos resumir en la consolidación de las posiciones religioso-nacionalistas.
Aparte de la victoria del Likud, liderado por Benjamin Netanyahu, y ello pese a estar acusado por el fiscal general de Israel de corrupción y a la espera de juicio, lo importante es destacar la consolidación firme del bloque conservador –con un abanico de partidos religiosos que seguirán permitiendo a los vencedores formar Gobierno -, por un lado, y el hundimiento claro de la izquierda, otrora boyante pero hoy irrelevante, sumida en un proceso de deterioro ya visible en los anteriores comicios de 2015.
Seis de los casi nueve millones de ciudadanos israelíes estaban llamados a las urnas y una gran mayoría se ha decantado por partidos ubicados en el llamado bloque conservador. El Likud ha ganado cinco escaños más –35 ahora, frente a los 30 de 2015 – y, aunque su rival más inmediato, el recién creado partido Kahol Lavan (literalmente Azul y Blanco), ha obtenido el mismo número de escaños, podrá formar Gobierno apoyándose en partidos de perfil ultraortodoxo, como Shas y Judaísmo Unido por la Torá, que han cosechado entre los dos 16 escaños, además del también recién creado Unión de Partidos de Derechas (que aglutina a Hogar Judío y a Fuerza Judía), que podrá a su vez atraer al centrista Kulanu, que ha obtenido 4 escaños. Con esa decena larga de escaños, Benjamin Netanyahu podría alcanzar la mayoría absoluta (61 de los 120 escaños de la Knesset).
Son los partidos religiosos los que van a constituir el epicentro de los esfuerzos negociadores del triunfador
Estos cálculos pueden realizarse con bastante seguridad, pues, aparte del descalabro de los laboristas (han pasado de 24 escaños a 6) , el verdadero adversario de Benjamin Netanyahu, Kahol Lavan, no tiene con quien poder formar una mayoría que le permitiera gobernar. Lidera el partido de Kahol Lavan el General Beni Gantz, quien cuando en 2014 se lanzó la “Operación Margen Protector” contra Hamas, en Gaza, era el jefe de Estado Mayor del Tsahal, las Fuerzas de Defensa de Israel, y aunque históricamente los militares de prestigio han jugado un papel relevante en la política (Moshe Dayan, Yizhat Rabin o Ehud Barak, entre otros), todo indica que ahora está y estará más caracterizada por líderes de perfil nacionalista y/o religioso, con particular fijación en la segunda acepción.
Aunque Benjamin Netanyahu tiene alguna trayectoria militar –en las Fuerzas Especiales de Israel, donde su hermano murió cuando ejercía de teniente coronel y lideró el brillante operativo que liberó un avión secuestrado en Entebbe (Uganda) en 1976– su perfil es fundamentalmente político. Ya fue primer ministro entre 1996 y 1998 y después ha sumado tres mandatos más como premier, aspirando ahora al quinto.
Bibi, como es conocido en el país, juega desde hace años la carta nacionalista combinada con la religiosidad propia del Likud, mientras que los laboristas también nacionalistas han jugado tradicionalmente una carta menos definida por los mensajes religiosos.
Aunque el nacionalismo del primer ministro ha sido cuestionado por otros actores conservadores como quien fuera su ministro de Defensa, Avigdor Lieberman, lo cierto es que en los últimos tiempos -y en particular en campaña- Netanyahu ha ido tan lejos como defender la anexión de Cisjordania a Israel. Avigdor Lieberman, originario de Moldavia, es el líder de la formación Israel Nuestra Casa, que ha obtenido 5 escaños que podrían sumarse a la coalición en formación y permitir a Bibi gobernar con más comodidad, y dimitió del Ejecutivo por considerar a Benjamin Netanyahu demasiado blando con Hamas. Ahora está por ver si los compromisos de Benjamin Netanyahu en las negociaciones en marcha consiguen reincorporarlo al Gobierno.
Pero son los partidos religiosos los que van a constituir el epicentro de los esfuerzos negociadores del triunfador. En relación con estos, la política de no concesiones a los palestinos, y menos en Jerusalén –Netanyahu ha llegado a hablar de intensificar la colonización de la parte oriental de la ciudad tres veces santa-, unida a su esfuerzo por satisfacer a los habitantes de colonias tan emblemáticas como Gush Etzian, Ariel, Ofra o Elkana, va a estar en posición preferente en la agenda negociadora.