Javier Redondo | 17 de mayo de 2019
El presidente del PP se equivocó al creer que el partido tenía las virtudes que las bases y él veían en sus siglas.
En una reciente entrevista concedida a El Mundo, Pablo Casado reconoció solo un error y propuso tres “espacios de mejora”, con los que admite implícitamente algunos otros desaciertos que se le han achacado: “El primero de esos espacios fue que hemos hecho un programa muy extenso y (…) no fijamos el mensaje. El segundo: hemos hecho una campaña racimo, con muchos actos, y hay quien ha dicho que no nos hemos centrado en los sitios prioritarios. Y el tercero: se ha hecho una campaña muy abierta a los medios de comunicación”. En todo caso, subrayó, son “apreciaciones subjetivas”. Estos “espacios de mejora” tienen mucho que ver con las tres equivocaciones fundamentales: tono, narrativa y organización.
Aparte de esos “espacios de mejora”, autocrítica contenida, Casado únicamente reconoció una equivocación: “Mi error fue no saber ver que para VOX y Ciudadanos éramos el rival verdadero. Decían que querían echar a [Pedro] Sánchez, y lo que querían era quitarle apoyos al PP. De eso no me di cuenta hasta la noche electoral”, respondió cuando los periodistas le repreguntaron. Si bien, este error se fundamenta en otro anterior y original: íntimamente creyó posible reeditar la «fórmula andaluza».
Mi error fue no saber ver que para VOX y Ciudadanos éramos el rival verdaderoPablo Casado, presidente del PP
Los números decían, y su próximos le transmitían, que el partido no acababa de remontar, así que lo fio todo a la potencia del «efecto VOX» y a la capacidad de resistencia de Ciudadanos. Pero la estrategia de Sánchez de plantear la campaña como una disputa entre bloques y decretar la «alerta antifascista», sumado al veto que Ciudadanos le impuso, bloqueó trasvases y apelmazó dichos bloques. Casado tuvo que decidir entre recuperar votantes de VOX o de Cs -no podía soplar y sorber-, y apostó, y fue un acierto -otra cosa es la manera-, por lo primero.
Casado se dio cuenta tarde, en la víspera del primer debate televisivo, que la apelación al 155 había dejado de funcionar. Aunque no tenía tiempo de corregir drásticamente el rumbo. En los debates presentó la hoja de servicios del PP en el Gobierno y se apoyó en los logros de gestión de su partido.
No obstante, cuando lo hizo ya había cometido otro error anterior que neutralizaba la conversión de su discurso: la aparatosa reestructuración del partido y, sobre todo, la elaboración de las listas, acaso la mayor de sus equivocaciones, porque ni siquiera lo blinda ante el grupo parlamentario. Al poner rostros conocidos y misceláneos no transmitió la idea de equipo cohesionado en torno a un proyecto, máxime porque no lo había, pero tampoco tuvo tiempo ni oportunidad de armarlo. El PP celebró su convención -no programática sino de revitalización- a finales de enero. Apenas 15 días después, Sánchez convocó elecciones. Todos los errores de Casado fueron propiciados por un acierto de Sánchez.
A Casado le faltó pausa, porque le metieron prisa también quienes nunca la tuvieron
Los ritmos le vinieron impuestos desde fuera, por su adversario, de modo que todas sus decisiones fueron, como parte de su discurso, atropelladas. Así que otro de sus errores bien pudo consistir en asumir esos tiempos posponiendo las soluciones estructurales para un momento que estaba en el aire, que podía no llegar nunca si descarrilaba. A Casado le faltó pausa, porque le metieron prisa también quienes nunca la tuvieron. Prisa por aguantar, por remontar, por neutralizar a VOX, por coser el partido, por dotarlo de un relato del que carecía.
Casado cometió el error de creer que el partido tenía las virtudes que sus bases y él veían en las siglas. Sin embargo, la marca está profundamente desgastada, arrastra pesadas cargas, adquiridas e impuestas, desde 2011. Tantas que ni Casado ni sus girantes al centro ven que la única fortaleza que esgrime el partido, la gestión económica, tampoco va a quedar en pie. Por dos razones, por la insistencia de los medios dominantes en construir un relato de partido antisocial e insolidario y porque, ahora mismo, hasta la rescatada Portugal se pone como ejemplo de buena gestión y pujanza. Dentro de poco, si el partido no se despereza, rearticula y solidifica, haber evitado el rescate duro en 2012 será motivo de oprobio.
La articulación de un partido potente tiene tres pilares: dirección, grupo parlamentario y dirigentes locales y regionales. Todos deben estar imbricados y funcionar de forma compacta. El 26-M dictará sentencia sobre las posibilidades de crear una estructura más o menos sólida en los segundos niveles. Si el PP sale airoso, Casado tendrá más tiempo para consolidar la dirección. Por eso el fallo principal, con vistas a futuro, estuvo en las listas.
Los parlamentarios gozan de visibilidad, encarnan el programa, proyectan una idea gobierno en la sombra y tienen ascendencia sobre los comités locales, o sea, arman el partido desde abajo. El grupo parlamentario es decisivo para la institucionalización del partido. Tras más de una década de asedio a las siglas, los diputados constituyen, por un lado, la guardia de corps y, por otro, la vanguardia de la reinstitucionalización del partido. La respuesta siempre está en los clásicos: en un ambiente de hostilidad y turbulencias que genera incertidumbre en torno a la organización, los incentivos debían haberse repartido entre sus miembros, también para afianzar el liderazgo.
Las cúpulas mediocres y oportunistas han condenado a la extinción al Partido Popular, que pronto será historia.
El Partido Popular debe confiar en que su giro al centro dé frutos, esperar y estar callado.