Juan Milián Querol | 17 de octubre de 2019
Cataluña se dirige hacia una decadencia acelerada e intensificada desde un poder público que se esconde tras el «Tsunami Democràtic».
Es un Nerón de baja estofa. En los últimos dos días, han agredido a mujeres, han boicoteado vías férreas, han ocupado infraestructuras como el aeropuerto de El Prat, han quemado Barcelona. Y el presidente de la Generalitat, Joaquim Torra, tras todo ello, se ha limitado a proclamar que “apoya todas las manifestaciones que se están haciendo en Cataluña”. Irresponsable, incendiario. El año pasado ya había alentado a los radicales a “apretar” y el mismo día estos obedecieron con un primer ensayo de asalto al Parlamento catalán.
También prometió la vía eslovena hacia la independencia, a saber, muertos y heridos, y lo ha ido haciendo creíble compadreando con terroristas como Carles Sastre. ¿Qué debemos esperar del autor de algunos de los textos más infames del siglo XXI? Y ahora, en medio de los desórdenes públicos y la violencia organizada, ha decidido liderar una marcha sobre Barcelona, una marcia. No puede, ni quiere, esconder sus referentes. De hecho, Torra ha dejado escrito que los hermanos Badia, creadores de milicias paramilitares al más puro estilo fascista, son “uno de los mejores ejemplos” del independentismo. ¿Cómo va a condenar la violencia quien se ve iluminado por ella?
A uno le gustaría creer, junto al gran escritor Javier Cercas, que “nada en Cataluña será más peligroso que el otoño de 2017” cuando nos situamos en una “atmósfera prebélica”. No obstante, la actual combinación de emociones puede generar, por seguir la metáfora, una ciclogénesis explosiva. Mientras hace dos años el separatismo vivía en una burbuja de ilusión, ignorando la angustia del resto de los catalanes, en la actualidad aquellos viven entre la frustración y la rabia y el constitucionalismo está harto y saturado. Ya no se le puede exigir más paciencia. Los constitucionalistas catalanes están dejando al Santo Job a la altura de un histérico. Solo se movilizan mayoritariamente cuando la situación es desesperada, ya que son más ciudadanos que hombre-masa, pero todo tiene un límite, y ya no permitirán ninguna componenda política que les prive de más derechos u ofrezca más instrumentos al nacionalismo para volver a hacer lo que fuera que hiciera en 2017.
Porque lo volverán a hacer. Lo han prometido repetidamente: “ho tornarem a fer”. Y, por si no hubiera quedado claro, una vez establecidas las condenas por malversación y sedición, han sintetizado su amenaza con un “reincidència”. De hecho, Torra anda estos días tonteando con el artículo 553 del Código Penal, el que tipifica la provocación, la conspiración y la proposición para la comisión de delitos. Es un cobarde peligroso. Buscará la inhabilitación -por un lazo o una pancarta en el balcón-, y si las cosas se tuercen, huirá a Suiza, pero antes infligirá todo el daño posible a la tranquilidad de los catalanes. Es un manipulador muy retro, como de los años 30. Serán otros los que se jueguen la piel, en la calle o ante la Justicia. Es un personaje grotesco e inmoral, pero no es tonto. Y lo acaba de demostrar: son miles de jóvenes inmaduros los que le están haciendo el trabajo sucio. Creer y destruir.
No. Així NO pic.twitter.com/LksMYFCdk7
— Pilar Rahola (@RaholaOficial) October 15, 2019
Raholas y Rufianes, nefastos clérigos que nunca pagarán por el daño que han hecho a Cataluña, fingen extrañarse por la explosión de violencia, después de haber basado sus carreras en generar un odio irracional dentro de una sociedad como la catalana, que habita, por cierto, en una de las regiones más ricas de Europa. Aquí no se ha llegado por casualidad. Estamos ante una degradación subvencionada de la convivencia. Cataluña se dirige hacia una decadencia acelerada e intensificada desde un poder público que se esconde tras el Tsunami Democràtic, cual maquillaje del Joker. Desquiciados por el nulo apoyo internacional y la falta de una mayoría social, Torra y los suyos buscan lo que ellos mismos denominan el momentum. No solo es su infinito narcicismo lo que les lleva a llamar la atención de los medios internacionales, con sus performances norcoreanas y su pirotecnia borroka, es también el premeditado plan para silenciar cualquier disidencia interior. No buscan tanto el caos como el miedo de los catalanes no independentistas, porque su sueño, el sueño de todo nacionalismo, siempre ha sido, es y será la uniformidad.
Es obvio que están tan lejos de la independencia como en 2017, pero no está tan claro que el conflicto civil no vaya a estallar mañana. Así, uno entiende que el Gobierno de España huya de una escalada retórica, pero es incomprensible que no haya tomado aún ninguna medida para pararle los pies al Govern ultranacionalista. Nada civilizado saciará a Torra y los suyos, por lo que el laissez-faire ante un tsunami totalitario es una mala opción. El nacionalismo ya ha malversado la autonomía, ahora hay que salvar la convivencia. Es hora de un cambio de rumbo en Cataluña, de un Gobierno de España que apueste sin complejos por proteger, defender y empoderar a los pacientes constitucionalistas. Es la hora de la democracia. Esta debe tomar el control en Cataluña, sin aspavientos, ni sobreactuaciones, pero con firmeza y persistencia.