Elio Gallego | 18 de febrero de 2020
El término ‘discriminación positiva’ es un buen ejemplo de la neolengua que se pretende implantar y que intenta ocultar la vulneración de la Constitución que lleva asociada.
En el proceso de implantación de la neolengua en el que nos hallamos, la palabra ‘discriminación’ ha adquirido un importante protagonismo. Y la causa parece hallarse en que, a su acepción original de «elegir desechando», en congruencia con los verbos «cernir» o «discernir», con los que guarda parentesco, se le ha añadido una carga negativa que no tenía con anterioridad. Toda discriminación sería de suyo injusta. No hace falta decir que esta idea no resiste la más mínima reflexión, porque si lo pensamos un poco se puede ver que la vida entera de cualquier persona es un permanente ejercicio de discriminación acerca de qué hacer y con quién. Se asume, sí, que pueden existir algunas que sean injustas, ¿cuáles? Según el artículo 14 de nuestra Constitución, serían aquellas que lo fuesen «por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social».
Pero incluso el texto constitucional aclara poco, por cuanto no precisa cuáles son los ámbitos operativos de este principio de no discriminación. Todos discriminarán en función del sexo si se trata de compartir una aventura sentimental, o no lo harán si de lo que se trata es de la reunión de los antiguos compañeros de curso. Algunos discriminarán para tomarse una cerveza y elegirán a aquellos con quienes, a lo mejor, más compartan sus opiniones políticas. Pero ¿es eso discriminar? Sí, lo es. Solo que en la vida privada de las personas la discriminación es la regla. Y es justo que así sea. Lo contrario sería un ominoso totalitarismo.
Otra cosa sucede, o debería suceder, en la esfera pública, donde no debería haber más discriminación que la basada en criterios de mérito y capacidad. Es más, cuando este tipo de discriminación se vulnera, es cuando estamos ante la injusticia, que es lo que sucede con la llamada discriminación «positiva», otro ejemplo extraordinario de neolengua. Aquí sí, encontramos exactamente la vulneración de la letra y el espíritu del art. 14 de la Constitución cuando en el ámbito público se favorece o perjudica a alguien por razón de su sexo, ya sea en el Código Penal o en el acceso de determinados puestos de la Administración. Calificar de ‘positiva’ esa discriminación es una burda manera de enmascarar su condición «negativa» para la parte perjudicada. Naturalmente que en toda discriminación hay una parte favorecida para la que aquella le es «positiva», como de igual modo es negativa para aquel que la sufre. Son el anverso y el reverso de una misma moneda o, si se prefiere, la parte cóncava y convexa que por definición siempre acompaña a una curva.
La cuestión, por tanto, no está en si hay discriminación, sino en si esta es justa o injusta. Y si ahora nos preguntásemos en dónde se podrían encontrar las formas más injustas de discriminación y a la vez las más extendidas en España, seguramente podría respondernos la niña de 10 años de un colegio de Tarrassa, Font de l´Alba, cuando el 17 de junio del pasado año una profesora la agredió por haber pintado un corazón con los colores de España, rompiendo el dibujo y sacando a la niña de clase con tanta violencia que hubo que llevarla al servicio de urgencias del hospital más próximo por los fuertes dolores que sufría. La reacción de la Dirección se limitó a emitir una nota anunciando que se tomarían medidas… «administrativas», consistentes en que la profesora en cuestión ya no sería tutora de la niña y de sus otras dos hermanas. Por su parte, la Consejería de Educación de la Generalitat abrió un expediente por falta leve, al tiempo que descartaba cualquier «motivación ideológica» en el gravísimo incidente.
¿Se imagina el lector qué hubiera pasado si todo ello no hubiera sucedido con los colores de España, sino que el dibujo en cuestión hubiese llevado los del arcoíris? Sí, es fácil de imaginar. Y eso sin contar con los cerca de mil asesinados por el mismo motivo y los miles de desplazados de su propia tierra en el País Vasco. ¿Y por qué -podríamos preguntarnos- unas discriminaciones son tan discriminadas frente a otras? Es una pregunta a la que solo le cabe una respuesta, porque lo que les mueve a estos discriminadores no es la lucha contra la discriminación injusta, sino el deseo enfermizo de izquierdear indiscriminadamente.
El término ‘izquierdear’ se encuentra en desuso, pero no puede hallarse de mayor actualidad en la realidad política española, hasta el punto de constituir la atmósfera que lo envuelve todo.
El valor de la verdad se ha hundido, pero Sánchez es más síntoma que causa. La crisis de confianza azota a todas las sociedades occidentales y esta izquierda posmoderna se mueve ahí como pez en el agua.